"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
jueves, 3 de marzo de 2016
VICENTE GERBASI
Mi padre el inmigrante
"Mi padre, Juan Bautista
Gerbasi, cuya vida es el motivo de este poema,
nació en una aldea viñatera de Italia, a orillas del Mar Tirreno
y murió en
Canoabo, pequeño pueblo venezolano escondido en una agreste
comarca del Estado Carabobo".
Vicente Gerbasi
I
Venimos
de la noche y hacia la noche vamos.
Atrás queda la tierra envuelta en sus vapores,
donde vive el almendro, el niño y el leopardo.
Atrás quedan los días, con lagos, nieves, renos,
con volcanes adustos, con selvas hechizadas
donde moran las sombras azules del espanto.
Atrás quedan las tumbas al pie de los cipreses,
solos en la tristeza de lejanas estrellas.
Atrás quedan las glorias como antorchas que apagan
ráfagas seculares.
Atrás quedan las puertas quejándose en el viento.
Atrás queda la angustia con espejos celestes.
Atrás el tiempo queda como drama en el hombre:
engendrador de vida, engendrador de muerte.
El tiempo que levanta y desgasta columnas,
y murmura en las olas milenarias del mar.
Atrás queda la luz bañando las montañas,
los parques de los niños y los blancos altares.
Pero también la noche con ciudades dolientes,
la noche cotidiana, la que no es noche aún,
sino descanso breve que tiembla en las luciérnagas
o pasa por las almas con golpes de agonía.
La noche que desciende de nuevo hacia la luz,
despertando las flores en valles taciturnos,
refrescando el regazo del agua en las montañas,
lanzando los caballos hacia azules riberas,
mientras la eternidad, entre luces de oro,
avanza silenciosa por prados siderales.
Atrás queda la tierra envuelta en sus vapores,
donde vive el almendro, el niño y el leopardo.
Atrás quedan los días, con lagos, nieves, renos,
con volcanes adustos, con selvas hechizadas
donde moran las sombras azules del espanto.
Atrás quedan las tumbas al pie de los cipreses,
solos en la tristeza de lejanas estrellas.
Atrás quedan las glorias como antorchas que apagan
ráfagas seculares.
Atrás quedan las puertas quejándose en el viento.
Atrás queda la angustia con espejos celestes.
Atrás el tiempo queda como drama en el hombre:
engendrador de vida, engendrador de muerte.
El tiempo que levanta y desgasta columnas,
y murmura en las olas milenarias del mar.
Atrás queda la luz bañando las montañas,
los parques de los niños y los blancos altares.
Pero también la noche con ciudades dolientes,
la noche cotidiana, la que no es noche aún,
sino descanso breve que tiembla en las luciérnagas
o pasa por las almas con golpes de agonía.
La noche que desciende de nuevo hacia la luz,
despertando las flores en valles taciturnos,
refrescando el regazo del agua en las montañas,
lanzando los caballos hacia azules riberas,
mientras la eternidad, entre luces de oro,
avanza silenciosa por prados siderales.
ÁLVARO RODRÍGUEZ TORRES
El
rostro de Ana
Tu
rostro, aire que comienza
y
mirada que no termina sólo en la mente
o la
profundidad del corazón.
Nada
parecer amenguar tu rostro que vive,
ni
los días que pasan
ni el
tiempo que muere lejos del sol.
Tu
rostro, tan cerca de ti
pero
más cerca del alma incomprensible,
gracia
gracia
y perdón.
FRANCISCO HILARIO SAAVEDRA BARRIOS
La
respuesta.
Siempre
estás donde la aurora
y
alumbras con rayos de ternura.
Recorres
los días del silencio,
y
regresas al principio...Cuando llegas
al
final
siempre
estás.
Cerca
o lejos no importa
sólo
la loca osadía de enamorarse,
hasta
los ángeles expanden sus alas
y
regresas al principio cuando llegas...
al
final
siempre
estás.
Hasta
los sueños que no soñamos
cuando
contando los rayos de la luna
descubres
el manto negro del rostro
y
regresas al principio cuando llegas...
al
final
siempre
estás.
Donde
la aurora revive cada día
tan
cerca de los dedos blancos
y te
escurres hacia la nada, eterna
y
regresas al principio cuando llegas
al
final
siempre
estas.
LARISSA ORELLANA
La
hija del silencio.
Sus
palabras no llegan
a pronunciarse,
son una herida invisible
que se derrama por el agujero
de una bolsa de sueños.
La hija del silencio
es un grito de pájaros
debajo del mundo,
un abrazo borrado
por avalanchas de nieve
que no reflejan frialdad.
Ella tiene la voz del agua
cuando duerme
aunque su corazón
sea una flor de fuego
eternamente callada.
a pronunciarse,
son una herida invisible
que se derrama por el agujero
de una bolsa de sueños.
La hija del silencio
es un grito de pájaros
debajo del mundo,
un abrazo borrado
por avalanchas de nieve
que no reflejan frialdad.
Ella tiene la voz del agua
cuando duerme
aunque su corazón
sea una flor de fuego
eternamente callada.
ÁLVARO RUIZ FERNÁNDEZ
Tehuantepec.
Bajo
los sones de los músicos
y sus
instrumentos salvajes
de
viento y golpes de percusión
un
grupo de mujeres
con
coloridas vestimentas y flores en sus cabezas
danzan
en Juchitán de Zaragoza
geográfica
cintura mesoamericana
en
pleno istmo de Tehuantepec
y la
brisa que une a los océanos
Quedamente
levanta sus vestidos
al
compás cadencioso
de un
ritmo en las caderas
con
fulgor en los ojos
y
blancos dientes perfectos.
La
música, arrítmica, corta y divide el tiempo
en
dos, en tres, en cuatro
bajo
los sones de los músicos
y sus
instrumentos salvajes.
ARGENTINA CASANOVA
Hombre.
Trajiste el mar a mi habitación en una madrugada
bajo las sábanas veíamos zargazos y anémonas
Una gaviota abraza a otra sobre el espejo
al pie de nuestra cama un cardume de peces de colores
la pared atardece en el verano de los cuerpos
punta del sol en la pupila de la noche,
inerte pende sobre la cabecera, ahí la luna, las estrellas
abajo los océanos se mueven al ritmo de la respiración
un pez aguja nos mira abrazarnos, copulan las aguas en esta bahía
Piensas el mar y ahí está, con su infinita sed ante tus ojos
piensas arena y sientes el desierto en tus entrañas
Pronuncias hombre y ahí están tus hermanos,
pero no estoy entre ellos, solo voy a tu lado.
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