"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
lunes, 24 de octubre de 2022
FELIPE MÁRQUEZ
Celedonio
Lira
Celedonio
Lira era el chofer
de los Villanueva. Moreno espigado y sonriente, devoto de
fumar tabaco santero y aliado del buen ron Cacique. Celedonio
era un alma sencilla que caía en trance y cambiaba de voz,
comenzaba a hablar de tesoros ocultos y de cómo debíamos
desenterrarlos. En Camurí Grande había un tesoro oculto. En
la vieja residencia de las Casanova había otro.
Recuerdo
haberle comentado que estaba muy preocupado pues
alguien extraño a la familia estaba buscando el tesoro enterrado
en la casona de Altagracia a Salas. Él me dijo que comprara
una virgencita, unos habanos y una botella de buen ron. Así
apertrechados fuimos como a las doce de la noche: la tía Mary,
el tío Alberto, Celedonio y los primos Mujica Brandt y Ani
Villanueva.
Celedonio
se fue hasta el patio trasero, se quitó la camisa de
manga larga y comenzó a invocar a los santos patronos de la
corte celestial.
Corría
el año 1968 y Alberto Brandt lucía algo enfermo y muy
nervioso, lanzaba ferozmente un cuchillo contra la gran puerta
de vieja madera y yo asustado le decía que iba a aparecer un
guerrillero que estaba oculto en la casa.
Mary,
quien también tenía dotes de psíquica, observaba muy
atenta los rituales de Celedonio Lira, buscador de tesoros
familiares.
Celedonio
gritó: «Maldito español que robaste el collar de la tía
Pepita». Ya habían descubierto el tesoro, dijo, y se lo llevaron
muy lejos. Apareció de pronto el moreno algo mareado y trastabillando, le
dijo a Alberto que se iba a ganar un premio en una
bienal de Arte. A mí me aseveró que sería embajador y así iba
adivinando la suerte de todos los presentes, inspirado por el
humo pestífero de los tabacos nacionales.
Hacía
un mes que Soledad Domeneh, lectora de cartas del
Tarot, quien ejercía su oficio de vidente en la avenida
Casanova, aseguró que en el patio trasero de la gran casa había
un tesoro, ubicado al pie de dos grandes árboles enfrentados.
Estaban allí mi tía Julia Cecilia Mujica, Mary Brandt, mi mamá
y mi hermana Mariela. Por lo visto la vidente era muy atinada
pues describió situaciones cotidianas con gran certeza cartomántica.
Celedonio nos llevó esa misma tarde a la vieja casa y
muy ciertamente estaban los dos árboles y alguien había instalado
varios bombillos que iban hasta el pozo séptico, muy cerca
del lugar donde debería estar el tesoro escondido.
Reynaldo
Figueredo, mi cuñado, trabajaba en el Ministerio
de Minas e Hidrocarburos y logró que nos prestaran un artefacto
utilizado para conseguir minas en la guerra de Vietnam,
un detector de metales. Sonaba el artefacto y todo el mundo
corría a ver qué pasaba. Eran los frenillos dentales de Marina
Gasparini, falsa alarma. De nuevo, voz de alerta y todos
corríamos a ver qué sucedía. Dos fornidos jardineros de la
familia fueron ese día con su pico y su pala, dispuestos a desenterrar
el posible cofre trufado con perlas y valiosas monedas
de oro.
Así
transcurrieron días hermosos llenos de magia y de una vida
exuberante. Todo sucedía muy lentamente y tenía un sabor a
sorpresas y a situaciones que ahora, recuerdo con placer y gran
ánimo. Celedonio marcó nuestras vidas para siempre.
Años
después ocasionalmente se aparecía Celedonio en
Altamira como a las diez de la mañana. Comenzaba a hablar
con las flores del jardín y a cantar con voz de un monaguillo
altruista. A medida que iba fumando tabacos, aumentaba
el tenor de los trances místicos.
El
moreno venía de Sorte con el aura muy limpia, dispuesto a
descubrir las más secretas verdades. «Épale, Dumbo, tengo
que hablar contigo pues tienes varios años sin ir a misa y eso
está muy mal». Mi hermano desaparecía como el viento esquivando
las certezas de Celedonio quien para ese entonces
conducía el autobús del Country Club, mostrando siempre
una gran sonrisa y saludando gentilmente a los transeúntes
capitalinos.
Le
presté una tumbadora realizada por el músico «Pan con
queso» y comenzó a tocarla rítmicamente, con gran euforia.
«Felipe, ponte detrás de tu mamá y alza los brazos en forma de
cruz». Dilia, la muchacha de servicio parecía aterrada y para
colmo Celedonio decía: «Yo no sé por qué razón a mí me persiguen
las colombianas». Canto y tambor, canto y más tambor.
«Felipe, tú te quedas hasta el final de esta ceremonia». «Que
me tengo que ir a la Candelaria a comprar unos zapatos nuevos,
decía yo». «Mejor te quedas o algo malo puede pasarte».
«Carajo Celedonio, no me amenaces», y así seguía hilvanando
frases de diversos calibres, tenores y contenidos.
Debo
confesar que nunca me gustó la mezcla letal de
Celedonio en trance mediúmnico manejando desde Camurí,
rumbo hacia Naiguatá, bordeando la oscura costa para comprar
dos bolos de pan francés. Yo fantaseaba infantilmente con que
el auto se iba a caer al mar Caribe. Afortunadamente jamás
nos pasó algo malo o lamentable.
«Mi
mujer trató de envenenarme e incendió toda la ropa»,
decía Celedonio. Al día siguiente aparecía con elegantes camisas
de los primos y hermanos.
Una
vez me dijo con solemnidad, «Felipe, tú escribes esos
garabatos porque también eres apocalíptico». Celedonio inspiraba
una gran seguridad, rodeado por una corte imaginaria de
deidades posibles, Changó, Yemanyá, Eleguá, y la virgen de la
Caridad del Cobre. Muy unido a Kalina Torres, repartía flores
a diestra y siniestra, con su inconfundible buen humor.
A
veces Vicente Lecuna, mi gastroenterólogo, cuenta viejas
hazañas del prodigioso Celedonio Lira.
Una
vez se dispuso a recoger a un señor atropellado en la calle
por un coche furtivo y lo metieron preso. No tenía nada que
ver con el accidente pero lo encerraron durante dos meses
exactos.
Con
Celedonio nada era predecible, todo era poética y fresca
posibilidad de unión entre hermanos y de valores mágicos que
me marcaron como lo haría un hierro candente. Celedonio
llenaba ritualmente un espacio que hoy luce solitario y abandonado.
Era magia a flor de piel, vida y más vida. Todo resumido
en un mismo e irrepetible ser humano.
En
verdad añoro las sabrosas conversaciones vespertinas impregnadas de humo y
caña brava.
A
veces, al manejar, me confundo y al observar al conductor
del carro vecino vislumbro la silueta jovial de Celedonio Lira.
Así aparece oculto tras ensoñaciones diversas, pelando los
dientes muy blancos, con una sonrisa en verdad contagiosa.
¡Ave, Celedonio, rey de las flores y de los contertulios! Alabada
sea tu franca presencia de hombre correcto y sincero. Amén.
DOMINGO ALFONSO
Me
olvido de la calle Galiano*
A
esa hora, en que la madrugada
Extiende sus cortinas de oro
Despierta el animal que viaja en mi piel
Me inclino trabajosamente sobre tu vientre
Debajo del cual discurre, el río:
(Madre de todo el placer. De toda la vida)
Y allí escucho el suave galopar de la sangre en pequeñas pisadas
(Me olvido entonces de la calle Galiano
Gentes atravesando portalones donde circulan historias
Debajo de telas, telas que cubren pieles de mujeres hermosas
Que piensan tal vez en sus cocinas, en sus escaparates
O en las manos de sus esposos; estrujándolas
Y arrancándoles gemidos de dolor o placer)
Así, mientras Alguien, tirando, (como si dijéramos de un hilo)
por todo el Tiempo nuestra esfera inmensa
(dentro de un espacio que se expande cada segundo)
Algunos, en sus habitaciones,
en playas, o en medio de las calles
Se acarician o ejercen un odio de muerte.
Diciembre 7 del 2008
*
Calle principal del comercio en La Habana
JOSÉ MIGUEL VICUÑA
II
Van
por mis venas lágrimas de espanto,
pólvora y sal, regueros de agonía;
en olas de ansiedad y de porfía
ahogué mi vida y sofoqué su canto.
Ah, río, río de mi seco llanto,
por dentro corre tu vertiente fría;
cuando los ojos brillan de alegría,
muero de sombra y máscaras levanto.
De todos ya me fui. Ya estoy ausente,
ya navega mi sangre el malherido
y ábrense nuevas llagas en mi frente.
Amor, amor es todo lo que he sido.
Ya pasamos, oh Tiempo, el sol es ido
y la noche se va por mi corriente.
TANIA GANITSKY
Dicen
que la última
llama
se encenderá
en el océano.
En
el estómago de la ballena
que hospeda los mitos olvidados,
en
su canto,
que conjura el retorno de los dioses.
Pero
yo he escondido
unas cerillas
para amparar las llamas
de la tierra.
ZAHUR KLEMATH ZAPATA
En
busca del silencio
A
veces el silencio nos atrapa
y nos cuenta historias verdaderas
Mas un día nos levantamos
miramos a nuestro alrededor
todo aquello
ya no nos pertenece
En ese instante odiamos la vida
he iniciamos nuestro camino sin regreso
Todo ha cambiado
Ayer
pertenece a nuestro pasado
Hoy
No hay nada que cambiar
la vida es una
Tu y yo la vivimos
El amor es simple
Nuestra historia está labrada
con puñales de sueños y sufrimientos
El pasado siempre es igual
aunque este colgado
de las ramas de un eucalipto viejo
Tu vives recobrando el pasado
mas un dolor muy recóndito vive en ti
arañando las paredes de tus recuerdos
Yo lo sé
Es algo que esta en esa llama
que nunca cambia
pero se ve a través de tu mirada
que un silencio baña los recuerdos
CARLOS OBREGÓN BORRERO
Bajo
el ala del viento el alma
Bajo
el ala del viento el alma
florece y se recrea
como el mar milenario
madura de presagios
se entrega donde el ser es de noche
morada oculta para tanto incendio.
Mientras
sube el incienso
los pilares esperan
que Tú les des vida .
Entre densas volutas
he visto manos
de vigorosos ángeles .
Y también he visto
que tu rostro es de fuego.
Con
la liturgia tu silencio
florece y se proyecta
en simples líneas
y volutas de incienso.
Los cirios lo guarecen
y su frágil certeza
hace vibrar el cáliz.
Pero al salir del templo,
lo siento más distante
respirando la noche.
Y a esa hora,
entrar en él es ser ya todo.
Te
escucho cuando rezo.
En ti crezco y avanzo.
Pero no sé si es el umbral
o el fondo de tu noche.
Estoy en ti
como un río bajo el viento
y mis ojos conocen
el fuego de tu abismo.
Lo
que veo es muy sencillo.
Pero lo que no veo
es aún más sencillo.
Desde tu hondura veo
contra la noche
un ciprés y una rosa.
Y lo que no veo
solamente es tu hondura.
Me hiciste monje
para cerrar los ojos.
Cuando
el día se apaga
tu soledad es como un árbol
suave y sonoro entre los ángeles.
Entraré en tu silencio
y te adornaré
en diferentes lugares
de la noche.
¿Ni
qué fulgar, hacia qué morada
llena de verde tiempo avanza,
socava en soledad el ojo, el río, el viento?
Cada dios surge como largo recuerdo
de lo que nunca ha sido,
aviva el ser hacia el abismo,
desgarra la mirada bajo la luz del siglo.
¿Quién, qué cuerpo trashumante,
qué nave de exilio te busca, te redime?
Solo contra la noche el ungido se yergue
como un árbol de fuego
y lo que aún perdura atestigua y me salva
en su alto silencio.
Desde
el silencio hasta la luz
la roca nos vigila.
A plomo cae el día sobre la frente:
una onda solar vibra en el cuerpo.
Sobre el tiempo, los signos, los vocablos.
Ser simplemente
el salmo primordial que el sol anuncia,
la estación plena que en las playas canta,
alto fulgor que hiere la mirada,
ángel tenso de piedra contra el cielo,
ángel que enciende, que redime el alma.
Estoy entre las rocas,
estoy ciego de hondura, huido el tacto
tras las espadas de su fuego,
ya el tiempo es mar, y toda lejanía
entre las manos se consume.
Pasa la brisa bajo un ala inerte,
humilde rezo de las horas,
santidad blanca para el viaje:
quieto el día en el claustro
y la mirada inútil,
todo el viento es santuario de un instante.
Y luego perdurar. Lejos la piel,
los ecos, los péndulos del tiempo.
Desciende
hasta la carne el peso de las nubes,
humo de sol de par en par mordido.
La simiente madura su silencio,
socavada la noche en su raíces,
y gira su oración en torno a la espiga.
Tiempo de metal grave, cuerpo hendido.
El medio día aviva un hambre eterna
y el ojo padece un fuego ausente
como insecto lunar que vive en tierra.
Muros de cal ahogan el sonido,
crecen la sombras y las voces duermen.
El tacto se calcina abierto hacia las piedras
y hondamente gravitan las horas bajo el polvo.
La piel conoce el tiempo, el pulso de la tierra.
Un gusto de desierto surge entre los labios.
Por la isla quemada caminan los caballos,
cascos duros de anhelo bruñidos por los años.
Día vertical, nulo de esperanza
como aljibe sin agua. Está a fondo la carne.
dan vueltas lentamente las aspas del molino
y el viento muele el trigo con fervor milenario.
Los párpados esperan que las horas los venzan
con su fardo profundo, que la noche borre
las huellas de los pasos. Ningún ayer del mar
queda en las riberas, tan solo restos
roídos por las olas.
barrida
por el viento, desierta, castigada.
El faro de la Mola en vano cava el aire
en busca de la noche. El mar solo es presente
renovado en los ojos, eco eterno y sin fondo.
Soledad en la luz. Gira el tiempo en las aspas.
Se espera, se trascurre. El tiempo está en la carne.
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