sábado, 26 de marzo de 2016


ARLETTE LUÉVANO





Hoy llueve. Las palabras salen sin invitación. Vuelan hacia las nubes para empatarse con sus hermanas de agua. Desnudas, se acercan unas a las otras, se apilan, se contagian. Llueven con la música fría del desamparo.

Está de más decir que yo quisiera llegar hasta ti del mismo modo. Sobra decir, pero no hay más que dejarse llevar con transparencia.

Cuando llegan a la tierra estas palabras, se adelgazan hasta ser una pequeña línea. Se vuelven oscuras y arenosas. Se estrellan contra la tierra con la fuerza de una batalla y se dejan morir suavemente, con la resignación impregnada. La música cesa. El silencio es el pretexto para deshilvanar el fárrago que acaba de caer. Los restos son sólo humedad sin soberbia.

La boca queda abandonada, es una cripta enorme formada de pliegues y vapores. Se consuela en su tibieza.




ROBERTO CARRIL



  
Entre el averno y la luz.



¿Qué decir del destello?,
vida de instantes.
¿Qué decir del vacío?,
otoño perenne, seco paladar.
¿Dónde está su risa,
su cena o los sueños?


JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO



  
Las mujeres de antes



En los Paseos junto al mar
en las sillas de mimbre de los bares
reclinadas en suaves chaises-longues de terciopelo
fumando cigarrillos atrevidos y exóticos
vestidas de colores muy decentes
o en lugares cerrados y más íntimos
mirándose al espejo
retocando sus labios y empolvándose
las mujeres de antes parecían irreales
eran como otra cosa algo distinto
pero cuando nos daban caramelos
o las fotografiaban de perfil
todos todos sabíamos que aquello se acababa
que no podía ser
que la hermosa película no iba a continuar siempre
y que la extraña joya que al parecer tenían
escondida en los pliegues del escote
o quizás entre las piernas
iba a volverse pronto mercancía barata
que ellas eran como nosotros
con sus deseos y melancolías
con sus trabajos y su desengaño.

Y entonces ¿para qué fingirse diosas
si ni ellas lo querían
y para qué tanto suspiro absurdo
tanta mano bellísima frotando en solitario
tanto dedo en saliva
si de la fiesta aquella sólo iban a quedar
algunos viejos cuadros y montones de cajas de sombreros
llenas de fotos ocres junto a discos partidos?



HÉCTOR DE PAZ




(Es el rumor de tu sangre)



Es el rumor de tu sangre
un mantra silencioso
que despierta con el tacto
de mis labios.


De: Ahogada lumbre la sangre 


JOSÉ LEZAMA LIMA




Una batalla china



Separados por la colina ondulante,
dos ejércitos enmascarados
lanzan interminables aleluyas de combate.
El jefe, en su tienda de campaña,
interpreta las ancestrales furias de su pueblo.
El otro, fijándose en la línea del río,
ve su sombra en otro cuerpo, desconociéndose.
Las músicas creciendo con la sangre
precipitan la marcha hacia la muerte.
Los dos ejércitos, como envueltos por las nubes,
se adormecen borrando los escarceos temporales.
Los dos jefes se han quedado como petrificados.
Después cuentan las sombras que huyeron del cuerpo,
cuentan los cuerpos que huyeron por el río.
Uno de los ejércitos logró mantener
unida su sombra con su cuerpo,
su cuerpo con la fugacidad del río.
El otro fue vencido por un inmenso desierto somnoliento.
Su jefe rinde su espada con orgullo.




ENRIQUE GONZÁLEZ MARTÍNEZ




Soledad tardía



Soledad, bien te busqué
mientras tuve compañía...
Soledad, soledad mía,
viniste cuando se fue...

De tus brazos me escapé
cuando en tus brazos dormía;
estar a solas quería
sin adivinar por qué.

Toda la noche vagué,
por verte, soledad mía;
regresé rayando el día,
y dormida la encontré.

De puntillas me alejé
burlando su compañía
por hallarte, y no te hallé;
pero un día que volví,
no la encontré...

¡Ay, mi soledad tardía,
viniste cuando se fue!
Lloré porque no podía
hallarte, soledad mía...
y lloré porque te hallé...