"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
sábado, 27 de febrero de 2016
MIGUEL FLORIANO TRASEIRA
Amanecida
de Grace Kelly
Pronto
amanecerá con insolencia,
y esta mano que ensaya en la penumbra
su fatiga e intenta dar
contigo, con algún rincón
sabido de tu cuerpo, tomándote, nombrándote
la piel, esta mano reconciliada
ya con la dulzura pero vulnerable
a la fría emboscada del invierno,
termina por caer desfallecida
sobre las lentas ruinas de su tacto.
Tú apenas has notado nada.
Custodias todavía un tiempo ausente
a la orilla de un sueño muy lejano.
Pero un primer albor te alcanza el rostro,
abriéndote los ojos muy despacio. Te acercas
entonces a besar mi mano muerta.
y esta mano que ensaya en la penumbra
su fatiga e intenta dar
contigo, con algún rincón
sabido de tu cuerpo, tomándote, nombrándote
la piel, esta mano reconciliada
ya con la dulzura pero vulnerable
a la fría emboscada del invierno,
termina por caer desfallecida
sobre las lentas ruinas de su tacto.
Tú apenas has notado nada.
Custodias todavía un tiempo ausente
a la orilla de un sueño muy lejano.
Pero un primer albor te alcanza el rostro,
abriéndote los ojos muy despacio. Te acercas
entonces a besar mi mano muerta.
(Inédito)
RAQUEL LANSEROS
Yago Bazal
se deja ver dos horas
La luna
nueva late dentro del corazón
de un
hombre declarado clandestino.
Es una noche oscura como un crimen.
Yago
Bazal avanza monte abajo
entre
sombras azules que susurran su historia.
Porque
los ideales se volvieron ceniza
hace
tiempo que Yago no hace fuego.
Así,
va
dejando jirones de sus mejores sueños
en las plateadas jaras a su paso.
Lo
recuerda muy bien.
Un
búho reconoce el rostro tenso
a
veces decidido a rebelarse
contra
quienes lo excluyen de los seres humanos
aunque
otras veces también muestra, de pronto,
el
cansancio plomizo y demacrado
de
una lucha sin plazo.
Hay pocos camaradas
y mucha escarcha rota.
No es
la palabra frío la que agrieta la cara
ni
amorata los dedos en las botas deshechas.
Es el frío de verdad.
Es el
frío espeso
de
esta primera Navidad después de la derrota
pegándosele
al cuerpo igual que una serpiente.
En la
guerra Yago había odiado las palabras.
Podía notar el pulso
tibio como la tierra
en las letras de sangre.
Sin
embargo, ahora sabe
que
no son las palabras quienes matan.
Cada letra es un pez en el océano,
un árbol florecido,
pero
hay labios que usan las palabras
como
se usa una ametralladora.
Fuera
se han encendido
las
farolas ausentes de la calle.
Mientras,
suspira muy despacio.
El frío le acompaña como entonces.
Si
cierra bien los ojos fatigados
Yago
se puede ver
trepando el muro de su propia huerta
acallando a sus perros
penetrando furtivo en su mísera casa
de
trigo húmedo y ajo.
Aún
puede oír el sollozo desvalido
de la
mujer que ama
al
verlo tan delgado y polvoriento.
Todas
las noches Yago vuelve a huir monte arriba
con
pocas provisiones y un beso triste quemándole los labios
con
los ojos perdidos de los hombres
cuyo futuro ha sido demolido.
Todos
nosotros somos ahora y para siempre
las
pisadas de Yago contra la piedra helada,
yo
soy el pan callado de aquella Nochebuena,
tú
eres la luna oscura que le ayuda a esconderse.
Y hoy
es mil novecientos treinta y nueve.
RENÉ MORALES HERNÁNDEZ
Finale
Ve y busca aquel que mato a tu madre con la intención de robarle la troca
y violó a tu hermana una noche en que parecía todo tranquilo
ve y busca a ese desconocido que le corto los dedos a tu padre
mientras gritaba como un animal
ve ahora mismo y busca a ese cabrón que sin dudarlo
hizo que tu hermano suplicara por su vida
para que al final después de encerrarlo durante meses
le pegara un tiro mientras dormía
ve y busca a ese hijo de su reputa madre
que te tiene en la mira
y perdónalo
porque si no lo haces
estás jodido de por vida
Ve y busca aquel que mato a tu madre con la intención de robarle la troca
y violó a tu hermana una noche en que parecía todo tranquilo
ve y busca a ese desconocido que le corto los dedos a tu padre
mientras gritaba como un animal
ve ahora mismo y busca a ese cabrón que sin dudarlo
hizo que tu hermano suplicara por su vida
para que al final después de encerrarlo durante meses
le pegara un tiro mientras dormía
ve y busca a ese hijo de su reputa madre
que te tiene en la mira
y perdónalo
porque si no lo haces
estás jodido de por vida
JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO
El oficio del poeta
Contemplar las palabras
sobre el papel escritas,
medirlas, sopesar
su cuerpo en el conjunto
del poema, y después,
igual que un artesano,
separarse a mirar
cómo la luz emerge
de la sutil textura.
Así es el viejo oficio
del poeta, que comienza
en la idea, en el soplo
sobre el polvo infinito
de la memoria, sobre
la experiencia vivida,
la historia, los deseos,
las pasiones del hombre.
La materia del canto
nos lo ha ofrecido el pueblo
con su voz. Devolvamos
las palabras reunidas
a su auténtico dueño.
Contemplar las palabras
sobre el papel escritas,
medirlas, sopesar
su cuerpo en el conjunto
del poema, y después,
igual que un artesano,
separarse a mirar
cómo la luz emerge
de la sutil textura.
Así es el viejo oficio
del poeta, que comienza
en la idea, en el soplo
sobre el polvo infinito
de la memoria, sobre
la experiencia vivida,
la historia, los deseos,
las pasiones del hombre.
La materia del canto
nos lo ha ofrecido el pueblo
con su voz. Devolvamos
las palabras reunidas
a su auténtico dueño.
JORGE GUILLÉN
Ya se alargan las tardes, ya se deja...
Ya se alargan las tardes, ya se deja
despacio acompañar el sol postrero
mientras él, desde el cielo de febrero,
retira al río la ciudad refleja
de la corriente, sin cesar pareja
-más todavía tras algún remero-
a mí, que errante junto al agua quiero
sentirme así fugaz sin una queja,
viendo la lentitud con que se pierde
serenando su fin tanta hermosura,
dichosa de valer cuando más arde
-bajo los arreboles- hasta el verde
tenaz de los abetos y se apura
la retirada lenta de la tarde.
Ya se alargan las tardes, ya se deja
despacio acompañar el sol postrero
mientras él, desde el cielo de febrero,
retira al río la ciudad refleja
de la corriente, sin cesar pareja
-más todavía tras algún remero-
a mí, que errante junto al agua quiero
sentirme así fugaz sin una queja,
viendo la lentitud con que se pierde
serenando su fin tanta hermosura,
dichosa de valer cuando más arde
-bajo los arreboles- hasta el verde
tenaz de los abetos y se apura
la retirada lenta de la tarde.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)