sábado, 27 de febrero de 2016


MARIO BENEDETTI




216



estas tristezas
me las trajo el crepúsculo
y no se fueron



MIGUEL FLORIANO TRASEIRA



  
Amanecida de Grace Kelly



Pronto amanecerá con insolencia,
y esta mano que ensaya en la penumbra
su fatiga e intenta dar
contigo, con algún rincón
sabido de tu cuerpo, tomándote, nombrándote
la piel, esta mano reconciliada
ya con la dulzura pero vulnerable
a la fría emboscada del invierno,
termina por caer desfallecida
sobre las lentas ruinas de su tacto.
Tú apenas has notado nada.
Custodias todavía un tiempo ausente
a la orilla de un sueño muy lejano.
Pero un primer albor te alcanza el rostro,
abriéndote los ojos muy despacio. Te acercas
entonces a besar mi mano muerta.


(Inédito)




RAQUEL LANSEROS



  
Yago Bazal se deja ver dos horas



La luna nueva late dentro del corazón
de un hombre declarado clandestino.
    Es una noche oscura como un crimen.
Yago Bazal avanza monte abajo
entre sombras azules que susurran su historia.

Porque los ideales se volvieron ceniza
hace tiempo que Yago no hace fuego.
Así,
va dejando jirones de sus mejores sueños
     en las plateadas jaras a su paso.

Lo recuerda muy bien.

Un búho reconoce el rostro tenso
a veces decidido a rebelarse
contra quienes lo excluyen de los seres humanos
aunque otras veces también muestra, de pronto,
el cansancio plomizo y demacrado
de una lucha sin plazo.

      Hay pocos camaradas
      y mucha escarcha rota.

No es la palabra frío la que agrieta la cara
ni amorata los dedos en las botas deshechas.
     Es el frío de verdad.
Es el frío espeso
de esta primera Navidad después de la derrota
pegándosele al cuerpo igual que una serpiente.

En la guerra Yago había odiado las palabras.
   Podía notar el pulso
      tibio como la tierra
         en las letras de sangre.
Sin embargo, ahora sabe
que no son las palabras quienes matan.
   Cada letra es un pez en el océano,
   un árbol florecido,
pero hay labios que usan las palabras
como se usa una ametralladora.

Fuera se han encendido
las farolas ausentes de la calle.
   Mientras,
   suspira muy despacio.
   El frío le acompaña como entonces.
Si cierra bien los ojos fatigados
Yago se puede ver
   trepando el muro de su propia huerta
      acallando a sus perros
         penetrando furtivo en su mísera casa
                                                           de trigo húmedo y ajo.
Aún puede oír el sollozo desvalido
de la mujer que ama
al verlo tan delgado y polvoriento.

Todas las noches Yago vuelve a huir monte arriba
con pocas provisiones y un beso triste quemándole los labios
con los ojos perdidos de los hombres
                                  cuyo futuro ha sido demolido.

Todos nosotros somos ahora y para siempre
las pisadas de Yago contra la piedra helada,
yo soy el pan callado de aquella Nochebuena,
tú eres la luna oscura que le ayuda a esconderse.

Y hoy es mil novecientos treinta y nueve.    



RENÉ MORALES HERNÁNDEZ




Finale



Ve y busca aquel que mato a tu madre con la intención de robarle la troca
y violó a tu hermana una noche en que parecía todo tranquilo

ve y busca a ese desconocido que le corto los dedos a tu padre
mientras gritaba como un animal

ve ahora mismo y busca a ese cabrón que sin dudarlo
hizo que tu hermano suplicara por su vida
para que al final después de encerrarlo durante meses
le pegara un tiro mientras dormía

ve y busca a ese hijo de su reputa madre
que te tiene en la mira

y perdónalo

porque si no lo haces
estás jodido de por vida




JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO




El oficio del poeta



Contemplar las palabras
sobre el papel escritas,
medirlas, sopesar
su cuerpo en el conjunto
del poema, y después,
igual que un artesano,
separarse a mirar
cómo la luz emerge
de la sutil textura.
Así es el viejo oficio
del poeta, que comienza
en la idea, en el soplo
sobre el polvo infinito
de la memoria, sobre
la experiencia vivida,
la historia, los deseos,
las pasiones del hombre.

La materia del canto
nos lo ha ofrecido el pueblo
con su voz. Devolvamos
las palabras reunidas
a su auténtico dueño.




JORGE GUILLÉN




Ya se alargan las tardes, ya se deja...



Ya se alargan las tardes, ya se deja
despacio acompañar el sol postrero
mientras él, desde el cielo de febrero,
retira al río la ciudad refleja

de la corriente, sin cesar pareja
-más todavía tras algún remero-
a mí, que errante junto al agua quiero
sentirme así fugaz sin una queja,

viendo la lentitud con que se pierde
serenando su fin tanta hermosura,
dichosa de valer cuando más arde

-bajo los arreboles- hasta el verde
tenaz de los abetos y se apura
la retirada lenta de la tarde.