miércoles, 17 de octubre de 2018


MARIO RAMÍREZ





Caimán de hierro



Como si la sangre no se saciara
de tanto morir en los cuerpos de las víctimas
que se otorgan en sitios alejados

y los reuniera en un golpe
para cumplir un rito de amistad
con la barbarie.
Como si las mandíbulas de metal inexorable
obligaran a la cabeza del monstruo
a sacudir la presa
para así despertar la desolación
escondida entre las carnes,
aun cuando la sangre ya ha partido.
Como si no hubiera separación
entre la dignidad y la obligación
de arrojar las bestias a devorar inermes brazos infantiles.
Así se abalanzó el caimán de hierro sobre tres culturas.
No vi cuando las pirámides se arrebataron dolidas de su
inmovilidad de piedra ni cuando la inmovilidad de la
iglesia arrebató hasta la piedra
o cuando los cubos celulares de los edificios
alcanzaron a cubrir algunas esperanzas.
Tampoco presencié aquellas caminatas
detenidas por los mordiscos de hierro
y plomo del caimán.
Me lo contaron la tormenta en las guitarras
y las noches de sangre en el cuerpo
de los hermanos mayores
o las noches en soledad esperando a los padres
que buscaban a una niña perdida entre banderas.
No vi aquello pero me golpeó
por mis cabellos llenos de viento,
mintiendo
el prevenir la delincuencia
sobre un aspirante a poeta
de 14 años,
en el conteo desde la explosión
de su primer pájaro y su primera lluvia.
Era el caimán de hierro sobre tres culturas.
Como si la distancia entre un brazo
y la cabeza
se midiera con miles de baldosas
arrinconadas en la desesperación de la crujía
o en los dedos agarrotados de tanto arañar las paredes
o la sangre.
Como si las carcajadas de la ignorancia
revestidas con mass media
para rendirse ante los mediocres
tuvieran que rematarse en la ferocidad
de las bayonetas,
si ya han cumplido con la estupidez.
Como si no existieran esos gritos
en cada una de las calles
de esta ciudad abandonada
por los testigos.
Silenciado su pasado para no poseer
su futuro.
Así el caimán devora las tres culturas...



JOSÉ LANDA





Las naves 

Para Raúl Blanqueto y Carlos Vadillo, 
en la ebriedad de sus memorias. 



Las naves que no fueron las que nunca han sido otra cosa 
que traficantes de fierezas 
Buscan un sitio en la memoria de hombres pobladores de 
los muelles 
Sus esqueletos quedan ahora como cascos habitación del 
óxido después de una batalla 
Vencedores de una pelea víctimas de la hecatombe del 
invencible tiempo 
Sangran la sangre es un río sin desembocadura el grito 
es una espina muda en la ingle 
De aquellas naves ninguna dura las arenas hablan de 
capitanes y marineros que nadie conoce 
Los libros cuentan de ladrones asesinos escoria de otros 
siglos blanco del odio y la indiferencia de estos días 
Ya el salitre recorre antiguos nombres apellidos que son 
moneda corriente en las calles 
Ya el olvido recobra lo que le pertenece incluso la huella 
que alguna vez dejaron esas naves en la brisa 
para alabanza y gloria de sus héroes 
Han pasado los años sólo queda de las hazañas de fieros 
navegantes estas palabras que nada cuentan de 
ellos ni los alaban 
Y esta obsesión de pensar que existieron


BENJAMÍN VALDIVIA





Antífona del ciego



¿A cuál inversa luz
el ciego abre los ojos?
¿Qué distancias calcula con su
impenetrabilidad?

El mundo tienta con el puro aliento.
Pone sus manos en el cuerpo de la noche.

Ama -os lo aseguro- el universo
mayor que sus imposibilidades le destinan;
los colores inéditos
que jamás rozará nuestra pupila,
absorta de luz.

Ama, también, otro sigilo;
otra cautela más deliciosa que la nuestra,
la cautela cercana a la del tigre en
la esmeralda punzante del bambú
(sabiendo que la presa desde siempre
abatida está ya bajo su garra).

Yo también abro a veces
los ojos en el centro de mi noche imposible
y siempre encuentro un astro nuevo,
una nube de ópalo
y pienso en esas lunas de cinabrio,
los cauterios de fuego escandaloso,
los azules eléctricos que el ciego
contempla tras su oscura impavidez, impune.

Y cierro los ojos y duermo
bendiciendo la luz.



De: “Manual para las tierras fugaces”



ISABEL RODRÍGUEZ BAQUERO


  


Penélope



No creáis mi historia:
los hombres la forjaron
para que el sacro fuego de inventados hogares
no se apagara nunca en femeniles lámparas.

No creáis mi historia
Ni yo esperaba a Ulises
Tantas Troyas y mares y distancias y olvidos...,
ni mi urdimbre de tela
desurdida de noche
se trenzaba en su nombre.

Mi tela era mi escudo,
no del honor de Ulises,
no de la insomne espera
del ya más extranjero
que los lejanos príncipes que acechaban mi tálamo.

Y si el arco de Ulises
esperaba su brazo,
es porque yo al arquero
sólo desdén profeso,
y nada me interesan sus símbolos de pureza:
sus espadas, sus arcos,
sus tremolantes cascos
y las espesas sangres
de su inútil combate.

No creáis en mi historia
Cuando volvió el ausente
me encontró defendiendo con mi ingeniosa urdimbre
mi derecho inviolable al tálamo vacío,
a la paz de mis noches,
al buscado silencio:
la soledad es un lujo que los dioses envidian.


De: "Tiempo de lilas"


ALEYDA QUEVEDO ROJAS


  


Si estoy está



Mi esposo con sus manos tibias
baña mi cuerpo dolorido
con raíces y hojas de menta
mientras duermo me mira respirar
si me alejo
entre las violetas
él me sigue
si estoy está conmigo
es madero en alta mar
al que me abrazo con amor.


REINA MARÍA RODRÍGUEZ





en pleno mediodía



en pleno mediodía, las palomas
reacias al sol han bajado por sombra
y las parejas se abrazan tiradas en la hierba
húmeda y reseca del verano.
yo espero por ti que no eres nadie,
que no eres alguno,
bajo este mediodía cálido junto a la fuente
y comprendo la necesidad del querer
como los escalares
uno encima debajo del otro
en esta pecera sin fondo de la realidad.
(el loco de ayer ha vuelto -son recurrentes
los locos, los poetas-)
yo, con la misma ansiedad
también he vuelto a buscar mi sombra diurna
todavía puedo quedarme aquí
y no volver a otro sitio donde
una vez arriba, otra abajo,
intente derrumbarte contra la hierba
húmeda y reseca del verano.