Caimán de hierro
Como si
la sangre no se saciara
de tanto morir en los cuerpos de las víctimas
que se otorgan en sitios alejados
de tanto morir en los cuerpos de las víctimas
que se otorgan en sitios alejados
y los
reuniera en un golpe
para cumplir un rito de amistad
con la barbarie.
Como si las mandíbulas de metal inexorable
obligaran a la cabeza del monstruo
a sacudir la presa
para así despertar la desolación
escondida entre las carnes,
aun cuando la sangre ya ha partido.
Como si no hubiera separación
entre la dignidad y la obligación
de arrojar las bestias a devorar inermes brazos infantiles.
Así se abalanzó el caimán de hierro sobre tres culturas.
No vi cuando las pirámides se arrebataron dolidas de su
inmovilidad de piedra ni cuando la inmovilidad de la
iglesia arrebató hasta la piedra
o cuando los cubos celulares de los edificios
alcanzaron a cubrir algunas esperanzas.
Tampoco presencié aquellas caminatas
detenidas por los mordiscos de hierro
y plomo del caimán.
Me lo contaron la tormenta en las guitarras
y las noches de sangre en el cuerpo
de los hermanos mayores
o las noches en soledad esperando a los padres
que buscaban a una niña perdida entre banderas.
No vi aquello pero me golpeó
por mis cabellos llenos de viento,
mintiendo
el prevenir la delincuencia
sobre un aspirante a poeta
de 14 años,
en el conteo desde la explosión
de su primer pájaro y su primera lluvia.
Era el caimán de hierro sobre tres culturas.
Como si la distancia entre un brazo
y la cabeza
se midiera con miles de baldosas
arrinconadas en la desesperación de la crujía
o en los dedos agarrotados de tanto arañar las paredes
o la sangre.
Como si las carcajadas de la ignorancia
revestidas con mass media
para rendirse ante los mediocres
tuvieran que rematarse en la ferocidad
de las bayonetas,
si ya han cumplido con la estupidez.
Como si no existieran esos gritos
en cada una de las calles
de esta ciudad abandonada
por los testigos.
Silenciado su pasado para no poseer
su futuro.
Así el caimán devora las tres culturas...
para cumplir un rito de amistad
con la barbarie.
Como si las mandíbulas de metal inexorable
obligaran a la cabeza del monstruo
a sacudir la presa
para así despertar la desolación
escondida entre las carnes,
aun cuando la sangre ya ha partido.
Como si no hubiera separación
entre la dignidad y la obligación
de arrojar las bestias a devorar inermes brazos infantiles.
Así se abalanzó el caimán de hierro sobre tres culturas.
No vi cuando las pirámides se arrebataron dolidas de su
inmovilidad de piedra ni cuando la inmovilidad de la
iglesia arrebató hasta la piedra
o cuando los cubos celulares de los edificios
alcanzaron a cubrir algunas esperanzas.
Tampoco presencié aquellas caminatas
detenidas por los mordiscos de hierro
y plomo del caimán.
Me lo contaron la tormenta en las guitarras
y las noches de sangre en el cuerpo
de los hermanos mayores
o las noches en soledad esperando a los padres
que buscaban a una niña perdida entre banderas.
No vi aquello pero me golpeó
por mis cabellos llenos de viento,
mintiendo
el prevenir la delincuencia
sobre un aspirante a poeta
de 14 años,
en el conteo desde la explosión
de su primer pájaro y su primera lluvia.
Era el caimán de hierro sobre tres culturas.
Como si la distancia entre un brazo
y la cabeza
se midiera con miles de baldosas
arrinconadas en la desesperación de la crujía
o en los dedos agarrotados de tanto arañar las paredes
o la sangre.
Como si las carcajadas de la ignorancia
revestidas con mass media
para rendirse ante los mediocres
tuvieran que rematarse en la ferocidad
de las bayonetas,
si ya han cumplido con la estupidez.
Como si no existieran esos gritos
en cada una de las calles
de esta ciudad abandonada
por los testigos.
Silenciado su pasado para no poseer
su futuro.
Así el caimán devora las tres culturas...
No hay comentarios:
Publicar un comentario