"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
martes, 19 de mayo de 2020
ANDRÉ BRETON
El Marqués de Sade
El
marqués de Sade ha vuelto a entrar en el volcán en erupción
De
donde había salido
Con
sus hermosas manos todavía ornadas de flecos
Sus
ojos de doncella
Y
ese permanente razonamiento de sálvese quien pueda
Tan
exclusivamente suyo
Pero
desde el salón fosforescente iluminado por lámparas de entrañas
Nunca
ha cesado de lanzar las órdenes misteriosas
Que
abren una brecha en la noche moral
Por
esa brecha veo
Las
grandes sombras crujientes la vieja corteza gastada
Que
se desvanecen
Para
permitirme amarte
Como
el primer hombre amó a la primera mujer
Con
toda libertad
Esa
libertad
Por
la cual el fuego mismo ha llegado a ser hombre
Por
la cual el marqués de Sade desafió a los siglos con sus grandes árboles
abstractos
Y
acróbatas trágicos
Aferrados
al hilo de la Virgen del deseo
EDGAR LEE MASTERS
Nellie Clark
Sólo
tenía ocho años;
y antes de crecer y saber lo que era,
no encontraba las palabras para decirlo, sólo sabía
que tenía miedo y se lo fui a contar a mamá;
y mi padre consiguió una pistola
y habría matado a Charlie, un muchacho ya grande
de quince años, si por su padre no hubiera sido.
De todas maneras se me quedó la historia.
Pero el hombre que se casó conmigo, viudo de treinta
y cinco años,
era nuevo en el pueblo y no supo del incidente
hasta dos años después de la boda.
Luego dijo que lo habían engañado,
y el pueblo acordó que en realidad no era virgen.
Total, me abandonó, y morí
en invierno, unos meses después.
y antes de crecer y saber lo que era,
no encontraba las palabras para decirlo, sólo sabía
que tenía miedo y se lo fui a contar a mamá;
y mi padre consiguió una pistola
y habría matado a Charlie, un muchacho ya grande
de quince años, si por su padre no hubiera sido.
De todas maneras se me quedó la historia.
Pero el hombre que se casó conmigo, viudo de treinta
y cinco años,
era nuevo en el pueblo y no supo del incidente
hasta dos años después de la boda.
Luego dijo que lo habían engañado,
y el pueblo acordó que en realidad no era virgen.
Total, me abandonó, y morí
en invierno, unos meses después.
SARA DE IBAÑEZ
Tú, has vuelto
Dame la mano ángel
sin heridas.
Piedra, dame tu esquivo corazón sin arrugas.
Nube, dame tu rostro de repentina fruta.
Hermanos, sostenedme
la alegría.
Temo que la ceniza me invada de repente.
Voy a caer sin sangre, van a volar mis sienes.
Pasas una larga rosa
por mis hombros.
Un mar adolescente me riza los cabellos.
Mis pies tocan apenas las cúpulas del viento.
Hermanos, rodeadme
porque temo
que mis ojos se alejen como trompos de niebla
o que sobre mi pecho se derrame la tierra.
Ángel sin duelo, dame
tu sonrisa.
Corroboradme hermanos para que yo no encuentre
sino andando a través de sus ojos a la muerte.
FANOR TELLEZ
En la calle
El
pueblo llano ante la muerte,
los heridos y los secuestros
-cuando la protesta se deslizó
hacia una turbulencia de antimotines
y sicarios-
no respondió al estilo bruto.
Abordó lo difícil como si fuera fácil,
cambió odio por vida
y sin saber de teoría se la supo toda,
natural, nacida, directa del corazón fraterno.
Y con mansedumbre firme
y valentía sin tregua,
donde la dictadura es sañuda
emprendió el apacible gusto
de la compasión
y la libre y armónica
policromía de la democracia.
Aquí en la calle, cada pequeño
percibe su grandeza.
No quiere el primer lugar
ni habla como el que oprime.
Por eso las gentes armadas
no podrán vencer
a los sencillos, que van
abajo, frágiles y de últimos.
Ningún violento podrá combatirlos
pues los pacíficos no pelean
y por ello jamás son derrotados.
El furor del agresor es su revés.
Los más pequeños serán alabados con alegría.
los heridos y los secuestros
-cuando la protesta se deslizó
hacia una turbulencia de antimotines
y sicarios-
no respondió al estilo bruto.
Abordó lo difícil como si fuera fácil,
cambió odio por vida
y sin saber de teoría se la supo toda,
natural, nacida, directa del corazón fraterno.
Y con mansedumbre firme
y valentía sin tregua,
donde la dictadura es sañuda
emprendió el apacible gusto
de la compasión
y la libre y armónica
policromía de la democracia.
Aquí en la calle, cada pequeño
percibe su grandeza.
No quiere el primer lugar
ni habla como el que oprime.
Por eso las gentes armadas
no podrán vencer
a los sencillos, que van
abajo, frágiles y de últimos.
Ningún violento podrá combatirlos
pues los pacíficos no pelean
y por ello jamás son derrotados.
El furor del agresor es su revés.
Los más pequeños serán alabados con alegría.
RAMON DE CAMPOAMOR
¡Pobre
Carolina mía,
nunca la podré olvidar!
Ved lo que el mundo decía
viendo el féretro pasar:
Un clérigo: ¡Empiece el canto!
El doctor: ¡Cesó de sufrir!
El padre: ¡Me ahoga el llanto!
La madre: ¡Quiero morir!
Un muchacho: ¡Qué adornada!
Un joven: ¡Era muy bella!
Una moza: ¡Desgraciada!
Una vieja: ¡Feliz ella!
¡Duerme en paz! -dicen los buenos-.
Un filósofo: ¡Uno menos!
Un poeta: ¡Un ángel más!
nunca la podré olvidar!
Ved lo que el mundo decía
viendo el féretro pasar:
Un clérigo: ¡Empiece el canto!
El doctor: ¡Cesó de sufrir!
El padre: ¡Me ahoga el llanto!
La madre: ¡Quiero morir!
Un muchacho: ¡Qué adornada!
Un joven: ¡Era muy bella!
Una moza: ¡Desgraciada!
Una vieja: ¡Feliz ella!
¡Duerme en paz! -dicen los buenos-.
Un filósofo: ¡Uno menos!
Un poeta: ¡Un ángel más!
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