viernes, 7 de diciembre de 2018


ROBERT DESNOS





La voz



Tan semejante a la flor y a la corriente de aire
al curso del agua a las sombras pasajeras
a la sonrisa vislumbrada aquella famosa noche a medianoche
tan semejante a toda la felicidad y a la tristeza
es la medianoche pasada alzando su torso desnudo por encima de las torres
                                                                                                                              y de los álamos
llamo a mí a los perdidos en los campos
los viejos cadáveres los viejos robles talados
los jirones de tela pudriéndose sobre la tierra y la ropa secándose
                                                                                      a los alrededores de las granjas
llamo a mí a los tornados y a los huracanes
las tempestades los tifones los ciclones
los maremotos
los temblores de tierra
llamo a mí al humo de los volcanes y al de los cigarrillos
a los círculos de humo de los puros de lujo
llamo a mí a los amores y los enamorados
llamo a mí a los vivientes y a los muertos
llamo a mí a los sepultureros llamo a los asesinos
llamo a los verdugos llamo a los pilotos los albañiles los arquitectos
                                                                                                                               a los asesinos
llamo a la carne
llamo a la que amo
llamo a la que amo
llamo a la que amo
la medianoche triunfante despliega sus alas de satén y se posa sobre mi lecho
las torres y los álamos se pliegan a mi deseo
aquellos se derrumban aquellos se desploman
los perdidos en el campo se reencuentran al encontrarme
los viejos cadáveres resucitan por mi voz
los jóvenes robles talados se cubren de verdor
los viejos jirones de tela pudriéndose en la tierra y sobre la tierra crujen
                                                                          por mi voz como el estandarte de la revuelta
la ropa secándose en los alrededores de la granja viste adorables mujeres
                                                                                                                                           que no adoro
que vienen a mí
obedecen a mi voz y me adoran
los tornados giran en mi boca
los huracanes enrojecen si pueden mis labios
las tempestades rugen a mis pies
los tifones si es posible me despeinan
recibo los besos de embriaguez de los ciclones
los maremotos vienen a morir a mis pies
los temblores de tierra no me estremecen pero hacen que todo se desplome
                                                                                                                                     a una orden mía
el humo de los volcanes me viste con sus vapores
y el de los cigarrillos me perfuma
y los círculos de humo de los puros me coronan
los amores y el amor tan largo tiempo perseguidos se refugian en mí
los enamorados escuchan mi voz
los vivientes y los muertos se someten y me saludan
los primeros con frialdad los segundos con familiaridad
los sepultureros abandonan las tumbas apenas cavadas y declaran que sólo yo
                                                                                                    puedo mandar los nocturnos trabajos
los asesinos me saludan
los verdugos invocan la revolución
invocan mi voz
invocan mi nombre
los pilotos se guían por mis ojos
los albañiles sienten vértigo al escucharme
los arquitectos parten hacia el desierto
los asesinos me bendicen
la carne palpita a mi llamado

la que amo no me escucha
la que amo no me entiende
la que amo no me responde


Versión de Rubén Fuentemayor


RENATO SANDOVAL





¿Quién dijo pues que esta historia no es más que una,
franca y circunspecta, con lo fraternal que son todas las envidias
y con lo caro que son el seso, los trojes de orquídeas,
la prensa sicoanalítica y la adoración a ingentes manadas
de becerros de oro y mantequilla? ¿Quién habló del número primo
y del primo incestuoso, del vergel de olivos sobre el canal de atoro,
de la noche de gala cuando dijiste sí sabiendo que no me querías, del hastío,
de la urbe del miedo, un pan y otro pan, boletos
de amor enano y gazmoñería? No pensarás
que creí en la luz sólo porque ahí estaba, como si
el pelambre de los años no se hubiese desprendido ya
de lo gastado que se veía mi aliento, alergia triple
ante el polvo redimido posándose al interior de los espejos, garrapata
del adiós redoblando calcinante en el pecho, una única espiga
inclinándose por todos, marcador de la memoria de camino a la derrota,
muy de tarde en tarde yo me doy cuenta
de que alguna vez estuve aquí.


De: “El revés y la fuga”



CORAL BRACHO





La brisa



La brisa toca con sus yemas
el suave envés de las hojas. Brillan
y giran levemente.
Las sobresalta y alza
con un suspiro, con otro. Las pone alerta.

Como los dedos sensitivos de un ciego
hurgan entre el viento las hojas;
buscan y descifran sus bordes,
sus relieves de oleaje, su espesor.
Cimbran
sus fluidas teclas silenciosas.



GABRIEL ALEJANDRO PAZ





Número dos



Todas ustedes tienen un novio que no las merece
O tienen un novio que es el residuo del novio que traté de ser
“Todas” es una palabra demasiado grande

Segmentemos:

La de los ojos tristes
La del canguil erosionando
La de la pascua
La del musculo en el viento
La de los coyotes
La de las mejillas
La que soñaba con duendes
La que hablaba con mi madre
La que se burlaba de mis rodillas
La mujer rotulo
La virgen de las moscas
La que contaba chistes sobre la sodomía en los primeros años del cristianismo
Ustedes
Algunas
Nunca todas

Segmentadas


EDITH SÖDERGRAN





Amor



Mi alma era un traje celeste como el cielo;
lo dejé sobre una roca junto al mar
y desnuda llegué hasta ti y parecía una mujer.
Y como mujer me senté a tu mesa
y brindé con vino y aspiré el aroma de unas rosas.
Me encontraste bella y semejante a alguien que en sueños viste,
olvidé todo, olvidé mi infancia y mi patria,
sólo sabía que tus caricias me tenían cautiva.
Y tú, sonriendo, tomaste un espejo y dijiste que me mirara.
Vi que mis hombros estaban hechos de polvo y se desmoronaban,
vi que mi belleza estaba enferma y ahora sólo quería desaparecer.
Oh, aférrame entre tus brazos, tan fuertemente
que ya no necesite nada más.


Versión de Renato Sandoval e Irma Sítanen


FÉLIX MARÍA SAMANIEGO





El amo y el perro



«Callen todos los perros de este mundo
Donde está mi Palomo;
Es fiel, decía el Amo, sin segundo,
Y me guarda la casa... Pero ¿cómo?
Con la despensa abierta
Le dejé cierto día:
En medio de la puerta,
De guardia se plantó con bizarría.
Un formidable gato,
En vez de perseguir a los ratones,
Se venía, guiado del olfato,
A visitar chorizos y jamones.
Palomo le despide buenamente;
El gato se encrespa y acalora;
Riñen sangrientamente,
Y mi guarda jamones le devora.»
Esto contaba el Amo a sus amigos,
Y después a su casa se los lleva
A que fuesen testigos
De tal fidelidad en otra prueba.
Tenía al buen Palomo prisionero
Entre manidas pollas y perdices;
Los sebosos riñones de un carnero
Casi casi le untaban las narices.
Dentro de este retiro a penitencia
El triste fue metido,
Después de algunos días de abstinencia.
Al fin, ya su señor, compadecido,
Abre con sus amigos el encierro:
Sale rabo entre piernas, agachado;
Al Amo se acercaba el pobre Perro,
Lamiéndose el hocico ensangrentado.
El dueño se alborota y enfurece
Con tan fatales nuevas.
Yo le preguntaría: ¿Y qué merece
Quien la virtud expone a tales pruebas?