sábado, 5 de septiembre de 2015

XAVIER VILLAURRUTIA GONZÁLEZ






Se diría que las calles fluyen dulcemente en la noche.
Las luces no son tan vivas que logren desvelar el secreto,
El secreto que los hombres que van y vienen conocen,
Porque todos están en el secreto
Y nada se ganaría con partirlo en mil pedazos
Si, por el contrario, es tan dulce guardarlo
Y compartirlo sólo con la persona elegida.

Si cada uno dijera en un momento dado,
En sólo una palabra, lo que piensa,
Las cinco letras del DESEO formarían una enorme cicatriz luminosa,
Una constelación más antigua, más viva aún que las otras.
Y esa constelación sería como un ardiente sexo
En el profundo cuerpo de la noche,
O, mejor, como los Gemelos que por vez primera en la vida
Se miraran de frente, a los ojos, y se abrazaran ya para siempre.

De pronto el río de la calle se puebla de sedientos seres,
Caminan, se detienen, prosiguen.
Cambian miradas, atreven sonrisas,
Forman imprevistas parejas...

Hay recodos y bancos de sombra,
Orillas de indefinibles formas profundas
Y súbitos huecos de luz que ciega
Y puertas que ceden a la presión más leve.

El río de la calle queda desierto un instante.
Luego parece remontar de sí mismo
Deseoso de volver a empezar.
Queda un momento paralizado, mudo, anhelante
Como el corazón entre dos espasmos.

Pero una nueva pulsación, un nuevo latido
Arroja al río de la calle nuevos sedientos seres.
Se cruzan, se entrecruzan y suben.
Vuelan a ras de tierra.
Nadan de pie, tan milagrosamente
Que nadie se atrevería a decir que no caminan.

¡Son los ángeles!
Han bajado a la tierra
Por invisibles escalas.
Vienen del mar, que es el espejo del cielo,
En barcos de humo y sombra,
A fundirse y confundirse con los mortales,
A rendir sus frentes en los muslos de las mujeres,
A dejar que otras manos palpen sus cuerpos febrilmente,
Y que otros cuerpos busquen los suyos hasta encontrarlos
Como se encuentran al cerrarse los labios de una misma boca,
A fatigar su boca tanto tiempo inactiva,
A poner en libertad sus lenguas de fuego,
A decir las canciones, los juramentos, las malas palabras
En que los hombres concentran el antiguo misterio
De la carne, la sangre y el deseo.
Tienen nombres supuestos, divinamente sencillos.
Se llaman Dick o John, o Marvin o Louis.
En nada sino en la belleza se distinguen de los mortales.
Caminan, se detienen, prosiguen.
Cambian miradas, atreven sonrisas.
Forman imprevistas parejas.

Sonríen maliciosamente al subir en los ascensores de los hoteles
Donde aún se practica el vuelo lento y vertical.
En sus cuerpos desnudos hay huellas celestiales;
Signos, estrellas y letras azules.
Se dejan caer en las camas, se hunden en las almohadas
Que los hacen pensar todavía un momento en las nubes.
Pero cierran los ojos para entregarse mejor a los goces de su encarnación misteriosa,
Y, cuando duermen, sueñan no con los ángeles sino con los mortales.



MANUEL MARÍA FLORES






Buscaba mi alma con afán tu alma,
Buscaba yo la virgen que mi frente
Tocaba con su labio dulcemente
En el febril insomnio del amor.

Buscaba la mujer pálida y bella
Que en sueño me visita desde niño,
Para partir con ella mi cariño,
Para partir con ella mi dolor.

Como en la sacra soledad del templo
Sin ver a Dios se siente su presencia,
Yo presentí en el mundo tu existencia,
Y, como a Dios, sin verte, te adoré.

Y demandando sin cesar al cielo
La dulce compañera de mi suerte,
Muy lejos yo de ti, sin conocerte
En la ara de mi amor te levanté.

No preguntaba ni sabía tu nombre,
¿En dónde iba a encontrarte? Lo ignoraba;
Pero tu imagen dentro el alma estaba,
Más bien presentimiento que ilusión.

Y apenas te miré... tú eras ángel
Compañero ideal de mi desvelo,
La casta virgen de mirar de cielo
Y de la frente pálida de amor.

Y a la primera vez que nuestros ojos
Sus miradas magnéticas cruzaron,
Sin buscarse, las manos se encontraron
Y nos dijimos "te amo" sin hablar

Un sonrojo purísimo en tu frente,
Algo de palidez sobre la mía,
Y una sonrisa que hasta Dios subía...
Así nos comprendimos... nada más.

¡Amémonos, mi bien! En este mundo
Donde lágrimas tantas se derraman,
Las que vierten quizá los que se aman
Tienen yo no sé que de bendición,

Dos corazones en dichoso vuelo;
¡Amémonos, mi bien! Tiendan sus alas
Amar es ver el entreabierto cielo
Y levantar el alma en asunción.

Amar es empapar el pensamiento
En la fragancia del Edén perdido;
Amar es... amar es llevar herido
Con un dardo celeste el corazón.

Es tocar los dinteles de la gloria,
Es ver tus ojos, escuchar tu acento,
En el alma sentir el firmamento
Y morir a tus pies de adoración.




GABRIEL ZAID







Yo soltaba los galgos del viento para hablarte.
A machetazo limpio, abrí paso al poema.
Te busqué en los castillos a donde sube el alma,
Por todas las estancias de tu reino interior,
Afuera de los sueños, en los bosques, dormida,
O tal vez capturada por las ninfas del río,
Tras los espejos de agua, celosos cancerberos,
Para hacerme dudar si te amaba o me amaba.

Quise entrar a galope a las luces del mundo,
Subir por sus laderas a dominar lo alto;
Desenfrenar mis sueños, como el mar que se alza
Y relincha en los riscos, a tus pies, y se estrella.

Así cada mañana por tu luz entreabierta
Se despereza el alba, mueve un rumor el sol,
Esperando que abras y que alces los párpados
Y amanezca y, mirándote, suba el día tan alto.

Si negases los ojos el sol se apagaría.
El acecho del monte y del amanecer
En tinieblas heladas y tercas quedaría,
Aunque el sol y sus ángeles y las otras estrellas
Se pasaran la noche tocando inútilmente.



ALBERTO RUY SÁNCHEZ LACY




El centro de mi universo en la boca



Una sospecha de penumbra basta
para entrar a un hospital.
Para salir, se necesita
un gran rayo de sol.

Y, con suerte, y algo más,
algunas veces,
las cosas se acomodan
aquí y allá, arriba, abajo,
en el cielo y en tu cuerpo.

Y entonces el sol es un botón,
que se abre en tu camisa,
la luna una sonrisa
en tu pecho.

Para el que
pueda o sepa
gozar ese acomodo,
salud es luz.

Dicen que el persa sediento,
el de los treinta pájaros viajeros
que eran uno
y era imagen del deseo,
le dijo alguna vez a su amada:

La cúpula del universo está en tu pecho,
y en la vasija cóncava donde bebo.
Y en la frescura y la dureza
de esta aceituna en el fondo
está el sabor de tus pezones
coronando el centro del universo
que, de pronto,
está en mi boca.


CARLOS PELLICER CÁMARA





                             A la Sra. Lupe Medina de Ortega.



I

Los grupos de palomas,
Notas, claves, silencios, alteraciones,
Modifican el ritmo de la loma.
La que se sabe tornasol afina
Las ruedas luminosas de su cuello
Con mirar hacia atrás a su vecina.
Le da al Sol la mirada
Y escurre en una sola pincelada
Plan de vuelos a nubes campesinas.

II

La gris es una joven extranjera
Cuyas ropas de viaje
Dan aire de sorpresas al paisaje
Sin compradoras y sin primaveras.

III

Hay una casi negra
Que bebe astillas de agua en una piedra.
Después se pule el pico,
Mira sus uñas, ve las de las otras,
Abre un ala y la cierra, tira un brinco
Y se para debajo de las rosas.
El fotógrafo dice:
Para el jueves, señora.
Un palomo amontona sus erres cabeceadas,
Y ella busca alfileres
En el suelo que brilla por nada.
Los grupos de palomas
-Notas, claves, silencios, alteraciones-
Modifican lugares de la loma.

IV

La inevitablemente blanca
Sabe su perfección. Bebe en la fuente
Y se bebe a sí misma y se adelgaza
Cual un poco de brisa en una lente
Que recoge el paisaje.
Es una simpleza
Cerca del agua. Inclina la cabeza
Con tal dulzura,
Que la escritura desfallece
En una serie de sílabas maduras.

V

Corre un automóvil y las palomas vuelan.
En la aritmética del vuelo,
Los "ochos" árabes desdóblanse
Y la suma es impar. Se mueve el cielo
Y la casa se vuelve redonda.
Un viraje profundo.
Regresan las palomas.
Notas. claves. Silencios. Alteraciones.
El lápiz se descubre; se inclinan las lomas
Y por 20 centavos se cantan las canciones.



ROSARIO CASTELLANOS








Miro las herramientas,
El mundo que los hombres hacen, donde se afanan,
Sudan, paren, cohabitan.

El cuerpo de los hombres prensado por los días,
Su noche de ronquido y de zarpazo
Y las encrucijadas en que se reconocen.

Hay ceguera y el hambre los alumbra
Y la necesidad, más dura que metales.

Sin orgullo (¿qué es el orgullo? ¿Una vértebra
Que todavía la especie no produce?)
Los hombres roban, mienten,
Como animal de presa olfatean, devoran
Y disputan a otro la carroña.

Y cuando bailan, cuando se deslizan
O cuando burlan una ley o cuando
Se envilecen, sonríen,
Entornan levemente los párpados, contemplan
El vacío que se abre en sus entrañas
Y se entregan a un éxtasis vegetal, inhumano.

Yo soy de alguna orilla, de otra parte,
Soy de los que no saben ni arrebatar ni dar,
Gente a quien compartir es imposible.

No te acerques a mi, hombre que haces el mundo,
Déjame, no es preciso que me mates.
Yo soy de los que mueren solos, de los que mueren
De algo peor que vergüenza.
Yo muero de mirarte y no entender.