"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
miércoles, 5 de octubre de 2022
CHARLES PÉGUY
La
muerte no es nada
La
muerte no es nada.
Simplemente pasé a la habitación de al lado.
Yo soy yo, ustedes son ustedes.
Lo que fui para ustedes lo seguiré siendo siempre.
Llámenme con el nombre con que siempre me llamaron.
Háblenme como lo hicieron siempre, no cambien el tono de voz.
No se pongan solemnes ni tristes.
Sigan riéndose de lo que juntos nos reíamos.
Recen, sonrían, recuérdenme…
Que mi nombre sea pronunciado en casa como lo fue siempre,
sin ningún énfasis, ni asombro de sombra.
La vida significa todo lo que siempre fue.
El hilo se cortó.
¿Por qué estar ausente de sus pensamientos?
¿Sólo porque no me ven?
No estoy lejos… estoy sólo al otro lado del camino.
Verán, todo está bien.
BENJAMIN PÉRET
El
cuadrado de la hipotenusa
Primera
flor del castaño que se eleva como un huevo
en la cabeza de los hombres de metal
duro como una escollera
cuando
en la lluvia de tinta que me atraviesa con espejos
tus ojos mágicos como un árbol degollado
gritan en todos los tonos
Yo soy Rosa
te am0 como el antiguo helecho ama a la piedra que lo ha
transformado en ecuación
te am0 a brazo partido
te am0 como una sartén al rojo en una caverna
Que tu vestido de alambre de púas
me desgarre con un estruendo de vajilla que cae por la escalera
te amo como una oreja arrancada por el viento
que silba Espera
Espera que la plancha haya quemado la camisa de rocío
para hacer florecer en ella el reflejo del cristal escondido en
una gaveta
espera que la pompa de jabón
después de haber reventado como un zar de los topos
que no cubrirán jamás los hombros amados
renazca en el polvo asesinada por el sol que se ha vuelto azul
y que yo acecho por el ojo de la cerradura
velluda
helada
en la prisión de líquenes polares donde me has encerrado
espera vástago de la sal
espera vino de acantilado que acaba de aplastar un patronazgo
espera víscera de fósforo que no sueña sino en incendios de
bosques
espera
Yo espero
Versión
de Aldo Pellegrini
CHŪYA NAKAHARA
La
canción del verano que se va
Las
copas de los árboles respiran profundo
y
contemplan el cielo en lo alto de las alturas
mientras
un viajero capta con su mirada precipitada
un
cristal caído en la arena que el sol alumbra.
La
cresta de la montaña clarea claramente y purga
el
interior de la boca de peces de colores y muchachas;
ayer,
a ese avión que sobrevuela,
le
pinté una lágrima de insecto.
El
viento eleva lazos al cielo;
recuerdo
que, una vez, al mar vencido
pensé
hablarle de esas olas.
Pensé
hablarle de regimientos de soldados,
de
ejercicios físicos del tronco superior,
de
zapatos rojos de oficiales de rango inferior,
de
bicicletas que circulan solas por caminos de montaña.
De:
“Abrazado a las estrellas”
HENRI MICHAUX
¿Náusea
o acaso es la muerte que llega?
Ríndete,
corazón mío.
Hemos luchado bastante,
Que mi vida se detenga,
No hemos sido cobardes,
Hicimos lo que pudimos.
¡Oh,
alma mía!
Te vas o te quedas,
Tienes que decidirte,
No palpes así mis órganos,
A veces con atención, otras con extravío,
Te vas o te quedas,
Tienes que decidirte.
Yo ya no puedo más.
Señores
de la Muerte
No los maldije ni los aplaudí.
Tengan piedad de mí, viajero de tantos viajes sin maleta,
Sin dueño tampoco, sin riqueza, y la gloria que se fue a otra parte,
Ustedes son ciertamente poderosos y divertidos por encima de todo,
Tengan piedad de este hombre enloquecido que antes
de cruzar la barrera ya les grita su nombre,
Atrápenlo al vuelo,
Y después que se amolde a sus temperamentos y costumbres,
si es posible,
Y si les place ayudarlo, ayúdenlo, se los ruego.
LUIS GERARDO MÁRMOL
Misterios
A mi hija, Carmen de los Ángeles
Por
la tarde, un hombre y su hija se bañan en el mar.
El
mar escoge algunos de sus dones
para dejarlos en las manos del hombre.
La
creación y las huellas de las criaturas.
Llegan
a sus manos, sin que lo sepa,
tres piedras que son las virtudes que miran más hondo.
Nunca
se ven estas piedras como cuando salen del mar,
nada como esta agua y el sol vespertino, sobre este flanco de la creación;
pero una piedra que en nada luce, dejada también por el mar sobre las manos del
hombre,
es rechazada y devuelta a las olas de la orilla:
mucho después, la buscará inútilmente el hombre arrepentido.
¡Llave de plata, eres como los ríos,
siempre entras de soslayo en el misterio!
La
hija, entretanto, nada conoce excepto su júbilo,
y la espuma la cubre y la deja blanca como la piedra de la fe.
Y al rato, con los rizos negros brillando sobre los hombros, dice:
quiero ir hasta el río.
Una
vez allí, es tan llana y dulce la corriente,
que sin cuidarse entra en ella el hombre,
sólo para tropezar y herirse con ocultos guijarros,
y hundirse en hoyos y limos que había olvidado.
Al alzarse, insiste y va hasta donde se juntan el río y el mar,
y descubre que la corriente de un río tan llano que sólo llegaba hasta los
tobillos,
de pronto lo arrastra y no hace pie.
Su hija quiere seguirlo y la corriente la va arrastrando,
el hombre se sobrepone, puede otra vez alzarse, la ataja y la carga en sus brazos,
hasta la orilla, a salvo.
¿Era la piedra que rechazamos?
Otra piedra dorada se había colado entre sus dedos,
y fue recogida y puesta a buen resguardo.
El amor, que ha estado desde el comienzo entre ambas orillas, vigilando,
recuerda todo y deja los zapatos de la niña sobre la corriente
para que los caminos se dirijan al destino más alto.
ANNA DE NOAILLES
Alma
y cuerpo
Han
inventado el alma con el fin de que se rebaje
al cuerpo, único lugar de sueño y de razón,
refugio del deseo, de la imagen y de los sonidos,
y para que todo esté muerto desde el momento en que cesa.
Nos
imponen el alma con el fin de que cobardemente
se distraigan los ojos del sol, y se olvide
tras el injurioso enterramiento
que bajo el vino viviente todo es fúnebre poso.
No
me comprometeré con vuestra bondad
hacia vuestra grandeza, secreta pero carnal
oh cuerpos desagregados, oh confusas miradas,
la traición de crecer es vuestra eternidad.
Rechazo
la esperanza, la altitud, las alas,
pero extranjera al mundo y deseando el frío
de tus terribles tumbas, demasiado bajas y demasiado estrechas,
afirmo, buscando tus noches vastas y vanas,
¡que nada sobrevive al calor de las venas!
