"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
sábado, 9 de noviembre de 2019
ADAN ECHEVERRIA GARCIA
Con la camisa de fuera
Y
los jeans rotos
Caigo
en la hamaca de la luna
Y
me hastio como sepulcro
Soy
un derivado de dios
Un
insecto chupa sangre y muere.
PEDRO MATA DOMÍNGUEZ
Me da miedo quererte
Me
da miedo quererte. Es mi amor tan violento
que
yo mismo me asusto de mi modo de amar;
de
tal forma me espanta mi propio pensamiento
que
hay noches que no quiero dormir por no soñar.
No
sé lo que me pasa. Pero hay veces que siento
unos
irresistibles deseos de matar:
respiro
olor de sangre y luego me arrepiento
y
me entran unas ganas muy grandes de llorar.
¡Oh,
si en esos momentos pudiera contemplarte
dormida
entre mis brazos!..., si pusiera besarte
como
nunca hombre alguno a una mujer besó...
después,
rodear tu cuello con un cordón de seda
y
apretar bien el nudo, ¡para que nadie pueda
poner
los labios donde feliz los puse yo!
JUAN GUSTAVO COBO BORDA
Dylan Thomas
Cuanto
hubo en él de candoroso, recio y leal,
fue
desapareciendo. Quizás supo
que
los actos no son nuestros.
El
deterioro, entretanto, no hacía más que acentuar
lo
inevitable de cualquier inocencia
que
es igual a toda hermosura
y
se llama podredumbre.
Levantaba
el vaso, por último,
con
tan poca fe
que
algo de esa corrosiva belleza
redimía
la ambigüedad de su culpa.
GERARD MANLEY HOPKINS
El alquimista en la ciudad
Mi
ventana muestra las nubes viajeras,
Hojas
gastadas, nueva estación, cielo alterado,
Multitudes
que se forman y se funden:
El
mundo entero pasa; yo a la vera.
Sin
dispendiar sus horas asignadas,
Los
hombres y los amos planean y edifican:
Miro
el coronamiento de sus torres
Y
felices promesas realizadas.
Y
yo –tal vez si mi intención
Contara
con edad prediluviana,
Los
trabajos que así habría gastado
Pudieran
acceder a su heredad.
Pero
antes que ahora brille en el caldero
El
oro que no está por descubrirse,
A
la larga el fuelle no soplará más,
La
estufa habrá por fin de enfriarse.
Y
con todo es ya muy tarde para sanar
La
vergüenza incapaz y estorbosa
Que
me hace cuando con hombres trato
Más
inerme que el ciego o el lisiado.
No,
debería amar la ciudad menos
Aún
que ésta mi ciencia ingrata;
Pero
yo deseo el desierto
O
las lenguas herbosas de la costa.
Camino
por mi airoso mirador
Para
observar el sol bajo o levante,
Veo
virar a las palomas citadinas,
Contemplo
a las golondrinas correr
Entre
la cima de la torre y el suelo
A
mis pies en el aire que sustenta;
Luego
hallar en el ruedo de horizonte
Un
sitio y el hambre de estar allí.
Y
entonces odio como nunca aquella ciencia
Que
ninguna promesa otorga de éxito;
Es
dulce como nunca la costa despoblada,
Libre
y ameno el desierto.
O
antiguos túmulos que cubren huesos,
O
rocas donde acuden palomas de las rocas,
Y
árboles de terebinto y piedras
Y
silencio y un golfo de aire.
Allí
en una larga altura escuadrada
Tras
el crepúsculo me tendería
A
penetrar la amarilla luz cerúlea
Con
largo y libre mirar antes que muera.
1865
EDGAR LEE MASTERS
"Indignación" Jones
¿No
me creerían, verdad, si les dijera
que
era yo de buen abolengo gales,
que
tenía la sangre más pura
que
la basura blanca de aquí,
que
mi linaje era más directo que el de los neoingleses
y
los virginianos de Spoon River?
No
creerían que fui a la escuela
y
que había leído libros.
Sólo
me vieron como un hombre gastado
de
pelo y barba enredados,
un
hombre de ropa deshilachada.
A
veces la vida se vuelve un cáncer
de
tantos golpes, tanto golpe sin tregua,
y
se convierte en una masa purpúrea
como
plaga que ataca al maíz.
Yo
fui carpintero, atascado en el fango de la vida
en
que anduve, pensándola una pradera,
mi
mujer, una perdida, y la pobre Minerva, mi hija,
la
que ustedes atormentaron y arrojaron a su muerte.
Por
eso me arrastré como caracol por los días
de
mi vida.
Nunca
más oirán mis pasos en la mañana
retumbar
sobre el hueco de la acera,
caminando
a la tienda por una pizca de maíz
y
cinco centavos de tocino.
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