sábado, 14 de noviembre de 2020


 

KARLA GÓMEZ

 


 


HE DICHO mi nombre tres veces y no me reconozco.
¿Por qué acá, con dientes y cabellos alargándose como mi llanto?

 

Desde un rascacielos, la otra que no fui,
desvanece el puño de la mano,
suelta la suerte
de los días amontonados,
ya es tarde, dice,
y es polvo.

 

 

De: “Y los dormidos siempre mudos peces”

 

VÍCTOR RIVERA

 

 

 

Inmunidad

 

 

El vendedor de hojas de eucalipto,
como el boticario que resiste
y guarda su saber en viejas botellas,
deja un rastro de menta y luz
por las escépticas calles de los barrios del norte.
Quiere terminar la jornada y se apresura
en vocear los beneficios de las últimas hojas.

 

Nadie responde
por los monolitos de calles vacías,
por las vidrieras que regresan el eco
a los pliegues oscuros de la garganta.
Son solo hierbas arrancadas
deambulando por simétricos jardines,
remedios de otro tiempo para el mal invisible.

 

Cargado de ramas blanqueadas por la noche,
y con poco dinero en el bolsillo,
el vendedor regresa al encuentro de su inmunidad:
aquel corazón que late junto una caja de pan,
aquel pálpito suspendido
entre las brasas y las manos de su madre,
inmune a las visitas, a las enfermedades,
allí donde nadie llega por lo difícil del terreno,
laderas de los cerros orientales
donde el día debe inclinarse, lavarse las manos,
nada menos para ese niño que aguarda a su padre
mientras habla con el sol de los venados.

 

 

DANTE ALIGHIERI

  


 

Oltre la spera...




Allende el orbe de rodar más lento
llega el suspiro que mi pecho exhala:
nuevo intelecto con que Amor escala
célica altura en alas del lamento.

Cuando alcanza la cima de su intento
ve la Mujer que otra ninguna iguala
por su esplendor: a quien todo señala
de Amor para el más alto rendimiento.

Viéndola así, con voz sutil, ardiente,
Amor le habla al corazón doliente
que lo interroga y no comprende nada.

Soy yo quien me hablo a mí y ante la bella
membranza de Beatriz, todo destella
y lo entiende mi mente iluminada.

 

ANA GORRÍA

 

 

 

Planet Circle

 

Richard Long

 



Ante los ojos, la casa y su silencio
de esfera clausurada. La gravedad
del muro, el péndulo
cansado.

A veces, la hendidura,
la cicatriz de un cuerpo que sostiene
su propia intrascendencia.

 

El sonido que nunca rasga el cuarto.

 

La cuenca o la hemorragia en la que orbita
el lejano temblor de las ciudades.

 

HAROLD ALVA

 

 

 

Incisión

 



El dorso de una serpiente
Se quiebra frente a mis manos
Con la tenacidad de la lluvia
De tus actos que escupen
Como quien ensaya un corte
Una incisión en la oscuridad
Que cae con su peso
Para exigirle a mis manos
Que oculte los ojos
Las piernas amputadas del silencio

 

Pienso en las horas
En los ataques de pánico
En medio de una sala
Por donde huye la infancia
Y me pregunto si el corazón
Tiene algo que ver
Con la naturaleza del pánico
Con su forma de ofidio
Con aquella velocidad
Con la que repta entre los arbustos

Un tema de Leonard Cohen
Agitándose en las sienes
Y la profundidad del dolor
Sembrándose
En mi voluntad de corsario
De cazador de apariciones
De otro trastorno
Con el que asolaré tus poemas.

 

 

PIERRE LOUYS

 

 

 

La noche



Ahora soy yo quien lo busca.
Todas las noches, en sigilo,
salgo de casa, y por la fasca
senda voy al campo tranquilo
para contemplarlo dormir.

Sin una palabra decir
me quedo allí por largo instante,
dichosa al poder acercar
mis labios hasta su semblante,
por sólo su aliento besar.

Me extiendo sobre él, de pronto;
despierta en mis brazos el tonto;
y al no poderse levantar,
renuncia a la lid; y cual gamos
toda la noche así jugamos.

¡Ah, malvada claridad diurna!,
aurora cruel, ¿ya has llegado?
¿En qué gruta siempre nocturna,
o en algún subterráneo prado,
puede Amor haber olvidado 
tu remembranza taciturna?

  

De: "Las canciones de Bilitis"
Versión de Enrique Uribe White