Inmunidad
El
vendedor de hojas de eucalipto,
como el boticario que resiste
y guarda su saber en viejas botellas,
deja un rastro de menta y luz
por las escépticas calles de los barrios del norte.
Quiere terminar la jornada y se apresura
en vocear los beneficios de las últimas hojas.
Nadie
responde
por los monolitos de calles vacías,
por las vidrieras que regresan el eco
a los pliegues oscuros de la garganta.
Son solo hierbas arrancadas
deambulando por simétricos jardines,
remedios de otro tiempo para el mal invisible.
Cargado
de ramas blanqueadas por la noche,
y con poco dinero en el bolsillo,
el vendedor regresa al encuentro de su inmunidad:
aquel corazón que late junto una caja de pan,
aquel pálpito suspendido
entre las brasas y las manos de su madre,
inmune a las visitas, a las enfermedades,
allí donde nadie llega por lo difícil del terreno,
laderas de los cerros orientales
donde el día debe inclinarse, lavarse las manos,
nada menos para ese niño que aguarda a su padre
mientras habla con el sol de los venados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario