"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
domingo, 29 de marzo de 2020
THOMAS BERNHARD
13 de julio
Tengo
días grises y momentos negros. No soy feliz.
A pesar de todo, no conozco a nadie con quien quisiera cambiarme;
el corazón se me encoge al imaginar que yo pudiera ser tal o tal otro de mis conocidos.
No, no quisiera ser ninguna otra persona.
En mi primera juventud sufrí mucho por el hecho de ser feo, y en mi abrasador deseo
de ser guapo me tenía por un monstruo de fealdad. Ahora sé que mi aspecto es
más o menos el de todo el mundo. Lo cual tampoco me pone muy contento.
No me hago grandes ilusiones sobre mí mismo, ni en la cáscara ni en las entrañas.
Pero no quisiera ser otra persona.
Queremos ser amados, a falta de esto admirados, a falta de esto temidos, a falta de esto
odiados y despreciados. Queremos suscitar en los demás alguna especie de sentimiento.
El alma aborrece el vacío, y quiere tener contactos a cualquier precio.
A pesar de todo, no conozco a nadie con quien quisiera cambiarme;
el corazón se me encoge al imaginar que yo pudiera ser tal o tal otro de mis conocidos.
No, no quisiera ser ninguna otra persona.
En mi primera juventud sufrí mucho por el hecho de ser feo, y en mi abrasador deseo
de ser guapo me tenía por un monstruo de fealdad. Ahora sé que mi aspecto es
más o menos el de todo el mundo. Lo cual tampoco me pone muy contento.
No me hago grandes ilusiones sobre mí mismo, ni en la cáscara ni en las entrañas.
Pero no quisiera ser otra persona.
Queremos ser amados, a falta de esto admirados, a falta de esto temidos, a falta de esto
odiados y despreciados. Queremos suscitar en los demás alguna especie de sentimiento.
El alma aborrece el vacío, y quiere tener contactos a cualquier precio.
Versión de Gabriel Ferrater
GUNNAR EKELÖF
3.
Te
hablo a ti
Hablo de ti
desde el fondo de mí mismo
Sé que no contestas
¡Cómo ibas a poder hacerlo
siendo tantos los que te imploran!
Todo lo que pido
es poder quedarme aquí expectante
y que me ofrezcas una señal
desde dentro de mí,
una señal de ti!
Hablo de ti
desde el fondo de mí mismo
Sé que no contestas
¡Cómo ibas a poder hacerlo
siendo tantos los que te imploran!
Todo lo que pido
es poder quedarme aquí expectante
y que me ofrezcas una señal
desde dentro de mí,
una señal de ti!
De: “Dïwān del Príncipe de
Emigion”
GERMAN BLEIBERG
Retorno póstumo
Con las primeras violetas viene,
tan acostumbrado al ruido del tiempo,
él, nuestro sueño inhabitable,
transitando solo,
de nube en nube,
nuestro sueño confundido con el mar,
con el sediento desierto,
después de haber besado con labios infinitos
el último horizonte de la vida.
Viene desnudo, pensativamente,
bajo el peso de una palabra
horadando su conciencia de lirio incesante,
el sueño que forja palabras verdaderas,
palabras perennes,
el sueño agobiado por una palabra
que nunca osó pronunciar,
ni siquiera frente a un espejo,
la palabra que desde niño
enturbia secamente su voz segura,
su jadeante aliento,
como una flor desfallecida
entre las fauces de un grito,
palabra que se derrumba,
entre músicas sin aposento,
entre silencios velocísimos
devorando palabras nunca dichas.
Y retorna desnudo, sueño muerto,
el ritmo de angustiosos poemas,
poemas virginales de la muerte
y los amigos que por él oraban
en el funeral radiante de sombras,
apenas recuerdan su vaporoso tránsito,
y las ortigas, sin lastimar su piel transparente,
han olvidado aquellas manos soñadoras
antaño heridas por sus aguijones.
Orlaba el laurel su frente de sueño rubio,
y ahora se avergüenza, tímido,
de las frágiles alas suscitando sus vivos vuelos,
porque la única palabra que hubiere querido decir,
no pudo decirla nunca,
-Dios sabe qué misterios anudan los sueños-,
palabra aún por inventar
definitiva como el amor o como el odio.
Porque había un viento negro,
una mañana de tétricos, nocturnos vientos,
y su palabra quedó muerta,
insepulta en los abismos insondables,
germinando en el corazón del sueño,
y hoy regresa,
él, el sueño,
para pronunciar su palabra severamente,
la misteriosa,
cuando ignora que le cercan viejos huracanes,
oh sueño inmortal,
sueño muerto del poeta.
El Señor le ha concedido su póstumo retorno,
bajo el sol que irradia sobre el parque
el fuego vivo nutriendo las estatuas,
pero él, sueño agitado desde el origen de los cielos,
siente que su palabra se anega en silencio calcinante,
y que su voz es nada,
y que su cántico es inútil,
porque no encuentra su palabra última,
y el sueño sonríe,
acariciando húmedas violetas matinales,
para soñarse a sí mismo,
lejos, cada vez más lejos
de este ruido feroz de las horas.
Con las primeras violetas viene,
tan acostumbrado al ruido del tiempo,
él, nuestro sueño inhabitable,
transitando solo,
de nube en nube,
nuestro sueño confundido con el mar,
con el sediento desierto,
después de haber besado con labios infinitos
el último horizonte de la vida.
Viene desnudo, pensativamente,
bajo el peso de una palabra
horadando su conciencia de lirio incesante,
el sueño que forja palabras verdaderas,
palabras perennes,
el sueño agobiado por una palabra
que nunca osó pronunciar,
ni siquiera frente a un espejo,
la palabra que desde niño
enturbia secamente su voz segura,
su jadeante aliento,
como una flor desfallecida
entre las fauces de un grito,
palabra que se derrumba,
entre músicas sin aposento,
entre silencios velocísimos
devorando palabras nunca dichas.
Y retorna desnudo, sueño muerto,
el ritmo de angustiosos poemas,
poemas virginales de la muerte
y los amigos que por él oraban
en el funeral radiante de sombras,
apenas recuerdan su vaporoso tránsito,
y las ortigas, sin lastimar su piel transparente,
han olvidado aquellas manos soñadoras
antaño heridas por sus aguijones.
Orlaba el laurel su frente de sueño rubio,
y ahora se avergüenza, tímido,
de las frágiles alas suscitando sus vivos vuelos,
porque la única palabra que hubiere querido decir,
no pudo decirla nunca,
-Dios sabe qué misterios anudan los sueños-,
palabra aún por inventar
definitiva como el amor o como el odio.
Porque había un viento negro,
una mañana de tétricos, nocturnos vientos,
y su palabra quedó muerta,
insepulta en los abismos insondables,
germinando en el corazón del sueño,
y hoy regresa,
él, el sueño,
para pronunciar su palabra severamente,
la misteriosa,
cuando ignora que le cercan viejos huracanes,
oh sueño inmortal,
sueño muerto del poeta.
El Señor le ha concedido su póstumo retorno,
bajo el sol que irradia sobre el parque
el fuego vivo nutriendo las estatuas,
pero él, sueño agitado desde el origen de los cielos,
siente que su palabra se anega en silencio calcinante,
y que su voz es nada,
y que su cántico es inútil,
porque no encuentra su palabra última,
y el sueño sonríe,
acariciando húmedas violetas matinales,
para soñarse a sí mismo,
lejos, cada vez más lejos
de este ruido feroz de las horas.
ALEKSANDR BLOK
La bruma nocturna
La bruma nocturna me sorprendió en el camino.
Tras la espesura la luna lanzó su mirada.
El caballo fatigado daba inquietos golpes con las pezuñas;
tranquilo de día, extrañaba la noche.
Sombrío, inmóvil, soñoliento,
el conocido bosque me aterraba
y hacia el claro plateado por la luna
dirigí el paso del caballo resoplante.
Se extiende en la lejanía la neblina del pantano,
pero de plata fulgura la iglesia de la colina.
Y detrás de la colina del bosquecillo del valle,
en la oscuridad se oculta mi casa.
El caballo fatigado acelera el paso hacia su destino.
Centellean las luces de un pueblo extraño.
A la orilla del camino prenden en rojo
las hogueras de los pastores, como faros.
De: "Los doce y otros poemas".
Versión de Clara Janés
La bruma nocturna me sorprendió en el camino.
Tras la espesura la luna lanzó su mirada.
El caballo fatigado daba inquietos golpes con las pezuñas;
tranquilo de día, extrañaba la noche.
Sombrío, inmóvil, soñoliento,
el conocido bosque me aterraba
y hacia el claro plateado por la luna
dirigí el paso del caballo resoplante.
Se extiende en la lejanía la neblina del pantano,
pero de plata fulgura la iglesia de la colina.
Y detrás de la colina del bosquecillo del valle,
en la oscuridad se oculta mi casa.
El caballo fatigado acelera el paso hacia su destino.
Centellean las luces de un pueblo extraño.
A la orilla del camino prenden en rojo
las hogueras de los pastores, como faros.
De: "Los doce y otros poemas".
Versión de Clara Janés
MARTINE BRODA
estallando inmóvil. sin memoria ni.
el gris encuentra
una historia. se esfuma
en el sueño de las piedras
con tal que se calle
abrumado de huesos blanqueados.
que sea yacente y pesado.
el gris encuentra
una historia. se esfuma
en el sueño de las piedras
con tal que se calle
abrumado de huesos blanqueados.
que sea yacente y pesado.
LÉOPOLD SÉDAR SENGHOR
A Nueva York
Para
una orquesta de jazz: solo de trompeta
I
¡Nueva
York! Desde el principio me turbó tu belleza, esa
muchacha
de ojos grandes y de largas piernas.
Muy
tímido al principio ante tus ojos de metal azul, tu
sonrisa
de escarcha.
Muy
tímido. Y la angustia al fondo de tus calles con
rascacielos
levantando los ojos de lechuza entre el eclipse
del
sol.
Sulforosa
tu luz y los toneles lívidos, en los que las cabezas
fulminaban
el cielo.
Los
rascacielos que desafían los ciclones sobre sus músculos
de
acero y su piel de piedra patinada.
Más
quince días sobre las aceras baldías de Manhattan
al
fin de la tercera semana es cuando te agarra la fiebre
en
un salto de jaguar.
Quince
días sin un pozo ni pasto, todos los pájaros del
aire
Cayendo
de repente muertos bajo las altas cenizas de las
terrazas.
Ni
una risa de niño en flor, su mano en mi mano fresca.
Ni
un seno maternal, las piernas de naylon. Las piernas
y
los senos sin sudor ni olor.
Ni
una palabra tierna en la ausencia de los labios, sólo
corazones
pagados con moneda fuerte
Y
ningún libro donde leer la sabiduría. La paleta del pintor
florece
de los cristales del coral.
¡Noche
de insomnio, oh, noche de Manhattan! Tan agitadas
por
fuegos fatuos, mientras que los claxon aúllan las
horas
vacías.
Y
las aguas oscuras acarrean amores higiénicos, cual ríos
crecidos
con cadáveres de niños.
II
¡He
aquí el tiempo de los signos y de las cuentas,
Nueva
York! He aquí el tiempo del maná y del hisopo.
No
resta sino escuchar los trombones de Dios, el latir de
tu
corazón al ritmo de la sangre, tu sangre.
He
visto Harlem zumbante de ruidos de colores solemnes y
olores
resplandecientes.
—Es
la hora del té en la casa del repartidor-de-productos-
farmacéuticos.
He
visto los preparativos de la fiesta de la Noche cuando
declina
el día. Yo proclamo la Noche más verídica que
el
día.
Es
la hora pura en las calles, Dios hace germinar la vida
anterior
a la memoria.
Todos
los elementos anfibios radiantes como soles.
¡Harlem,
Harlem! ¡He aquí lo que vi Harlem, Harlem!
Una
brisa verde de trigo que brota entre los adoquines
labrados
por los pies desnudos de los danzantes Dams
sumergiéndose
En
ondas de seda y senos de hierro en lanza, ballets de
nenúfares
y de máscaras fabulosas
A
los pies de los caballos de la policía, los mangos del
amor
ruedan de las casas bajas.
Y
he visto a lo largo de las aceras, los arroyos de ron
blanco,
los arroyos de leche negra entre la neblina azul
de
los cigarros.
He
visto el cielo nevar al atardecer flores de algodón y
alas
de serafines y penachos de brujos.
¡Escucha,
Nueva York! Oh, escucha tu voz de macho de
cobre,
tu voz vibrante de oboe, la angustia reprimida de
tus
lágrimas caer como coágulos de sangre.
Escucha
a lo lejos el latir tu corazón nocturno, ritmo y
sangre
del tam-tam, tam-tam, sangre y tam-tam.
III
¡Nueva
York! Digo Nueva York, deja fluir la sangre negra
en
tu sangre
Que
limpie de moho tus articulaciones de acero, como un
aceite
de vida.
Que
dé a tus puentes la curva de las grupas y la flexibilidad
de
las lianas.
He
aquí que regresan los tiempos más antiguos, la unidad
reencontrada,
la reconciliación del León de Tauro y
del
Árbol
La
idea unida al acto, la oreja al corazón, el signo al
sentido.
He
aquí tus ríos bullentes de caimanes perfumados y
manatíes
con ojos alucinados. Y no habrá necesidad de
inventar
las Sirenas.
Pero
basta abrir los ojos al arcoíris de abril
Y
las orejas, sobre todo las orejas a Dios que con una
risa
de saxofón creó el cielo y la tierra en seis días.
Y
al séptimo día durmió el gran sueño negro.
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