sábado, 1 de octubre de 2022


 

CHARLES PÉGUY

 

 

El pórtico del misterio de la segunda virtud

 

 

Lo que me admira, dice Dios,
es la esperanza.
Y no me retracto.
Esa pequeña esperanza que parece
de nada.
Esa niñita esperanza.
Inmortal.
Porque mis tres virtudes,
dice Dios.
Las tres virtudes, criaturas mías.
Niñas hijas mías.
Son también
como mis otras criaturas.
De la raza de los hombres.
La Caridad es una Madre.
Una madre ardiente, toda corazón.
O una hermana mayor
que es como una madre.
La Esperanza
es una niñita de nada.
Que vino al mundo el día de Navidad del año pasado.
Que juega todavía
con el bueno de Enero.
Con sus pequeños pinos
de madera de Alemania cubiertos
de escarcha pintada.
Y con su buey y su asno
de madera de Alemania. Pintados.
Y con su pesebre lleno de paja
que los animales no comen.
Porque son de madera.
Pero esa niñita
atravesará los mundos.
Esa niñita de nada.
Sola, llevando a las otras,
atravesará los mundos concluidos.
Una llama traspasará
las tinieblas eternas.

 

BENJAMIN PÉRET

 

  

Allo

 

 

Mi avión en llamas mi castillo inundado de vino del Rhin
mi ghetto de lirios negros mi oreja de cristal
mi roca rodando por el acantilado para aplastar al guarda rural
mi caracol de ópalo mi mosquito de aire
mi edredón de aves del paraíso mi cabellera de espuma negra
mi tumba agrietada mi lluvia de langostas rojas
mi isla voladora mi uva de turquesa
mi colisión de autos locos y prudentes mi arriate silvestre
mi pistilo de cardillo proyectado en mi ojo
mi bulbo de tulipán en el cerebro
mi gacela perdida en un cinema de los bulevares
mi cofrecillo de sol mi fruto de volcán
mi risa de estanque oculto donde se ahogan los profetas distraídos
mi inundación de casis mi mariposa de morilla
mi cascada azul como una ola de fondo que hace nacer la primavera
mi revólver de coral cuya boca me atrae como la boca de un pozo reverberante
helado como el espejo en que contemplas la huida de los colibríes de tu mirar
perdido en una exposición de lencería enmarcada de momias te amo

 

Versión de Cesar Moro

 

DIEGO DONCEL

 

 

Hablando con Ofelia

 

 

Ofelia, me conoces tanto como yo a ti.

Floto muerto en la misma agua que tú flotas.

Junto a nosotros, las sombras de la noche
se mueven veloces como la paleta de un
sepulturero.

También yo fui devorado por la espera de un amor
imposible.

También yo tuve que aprender a vivir con promesas
vacías que ni siquiera el tiempo mitigó.

En la orilla, cerca de edificios tapiados del color de la
metadona,
la hierba está podrida por el influjo de la muerte.
Los pájaros ensucian los parques
con la música de los móviles del más allá.
Desde lo profundo de los extrarradios,
muy drogada, la niebla viene
de ver cómo se cuelgan los suicidas.

Finalmente supiste que el mundo era un lugar extraño
para las almas dóciles, oíste la furia de la melancolía
crecer dentro de ti, abrasándote la carne como la bala
de un asesinato, haciéndote explotar las venas,
violenta y roja, como un acto terrorista.

Somos pasto de leyes equívocas.

Somos lo que han creado nuestras heridas y nuestra
tragedia.

Corriente abajo, donde se refleja
el óxido del alumbrado público
y las sombras de las estaciones abandonadas, no van
nuestros cuerpos
sino nuestros sueños perdidos.

El viento mueve ya las lápidas en las que estarán grabados
nuestros nombres que después el invierno sepultará.

Amamos y fuimos traicionados por el amor.

Buscamos y estamos solos con los restos de nosotros
mismos.

Intentamos interpretar y acabamos poseídos por la
locura.

Las cosas tienen la dimensión de la ausencia,
la fatalidad del engaño.

Nunca tuvimos consuelo.

Somos aquello que no pudo vivir, que nunca pudo amar,
que se derrumbó por dentro y nadie lo pudo sostener.

Somos frágiles: nuestros sueños se perdieron
como se pierden las grandes pasiones, calladamente.

Ahora ya sabemos que el amor es un sentimiento
peligroso.

Sin embargo, te cojo la mano fría, te susurro al oído
las palabras que él no te dijo, los pequeños secretos,
las pasiones más íntimas.
Te acaricio la cara antes de que te vayas para siempre,
dejo en el agua el rastro de ceniza de mis dedos para que
puedas volver.

 

De: “La fragilidad”

 

CHŪYA NAKAHARA

 

  

Un cuento de hadas

 

 

Una noche otoñal, allá a lo lejos,

había un río seco y lleno de guijarros,

y había también un sol

que brillaba y brillaba.

 

Más que un sol era una especie de sílex,

una especie de polvo de un ser extremo,

qué brillante era ver cómo brillaba

mientras emitía un sonido leve.

 

Hete que en ese instante se posó una mariposa sobre un guijarro

despidiendo una sombra

tenue y, al mismo tiempo, clara.

 

Al poco rato, la mariposa dejó de verse y descubrí que el lecho,

que no arrastraba nada, había empezado, no sé cuándo,

a arrastrar una corriente de agua que brillaba y brillaba.

  

De: “Abrazado a las estrellas”

 

CECILIA ORTIZ

 

  

 

Falta mucho parto
cuántos desamores
tantas ausencias
el rigor de una despedida
de enamorados
para que surja el poema

 

 

LUIS GERARDO MÁRMOL

 

  

Navidad del iniciado

 

 

La noche de la estrella
no es como la noche de la luna.

Podemos beber ante la luna
y, como aquel viejo maestro,
invitarla a danzar, danzar con ella,
que nuestras mangas, flotando
puedan barrer las montañas.
Solos, solísimos,
ya nos encontraremos en el Río de Plata de los Cielos.

En la noche de la estrella, en cambio,
lo que podemos beber
sólo podemos beberlo del aire,
y escuchar,
la luz de la noche,
oír júbilo, oír.