"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
jueves, 6 de enero de 2022
LEÓN ZAFIR
Mi
gente
Yo
vengo de una raza de mineros
bravos y aventureros,
que se tostaron bajo el sol ardiente
del trópico en la brega continuada:
raza altiva y valiente,
hombres de voluntad recia y templada,
que mantuvieron, sin temor a nada,
dispuesto el corazón y alta la frente.
Tarareando
dulcísimas canciones,
por muchos años desfiló mi gente
hacia la mina en típicas legiones,
sin temer a la muerte, cruel y ruda,
que permanece muda,
agazapada entre los socavones.
El
martillo sonoro
que manejó la mano encallecida,
volvió en una violenta sacudida,
la roca viva veinte mil pedazos,
y fue quedando al descubierto el oro,
que en otros tiempos, cual fulgente brasa,
hecho pulseras alumbró en los brazos
de todas las mujeres de mi raza.
En
horas de reposo
las manos del minero hacían
despertar los acentos que dormían
en las cuerdas del tiple sonoroso.
Juzgando
no un pecado
mortal o imperdonable, la mi gente
amansó bestias bravas, jugó al dado,
jugó a los gallos y bebió aguardiente.
Todos
los hombres de mi raza fueron
fieles al yugo que el pasado encierra,
tanto, que ellos nacieron y murieron
dentro los lindes de su propia tierra.
Y o
me fugué una vez, en un momento
de irreflexión, de mi montaña grata,
y hoy siento de ello tal remordimiento,
que por poco me mata.
De
no haberme fugado,
ahora casualmente viviría
en mi montaña como en un destierro;
pero en cambio tendría
lo siguiente -adquirido sin afán-:
casa propia, mujer, hijos, un perro,
una escopeta, un tiple, oro guardado,
y un caballo alazán.
TOMÁS VARGAS OSORIO
Corazón
Siempre
perdido y siempre rescatado
retorna a mí de cada lejanía,
herido, alegre, niño, traspasado.
Saeta de la muerte lo seguía.
Fiel
como el agua al cauce bien hallado,
vuelve tras de la lucha y la porfía,
pez, por los mares pescador, y alado
trayéndome el coral de su agonía.
Eres
mío, si herido más profundo.
Fin y principio, sombra y luz del mundo
en ti, pero tú sólo en mi costado,
oh,
corazón sin fin, ala y latido,
rescatado una vez y otra perdido,
pez, por los mares pescador, y alado.
CARLOS VÁSQUEZ TAMAYO
Personas
quedan
algunas personas que aún no
conozco, las presiento, casi las rozo en la
ciudad de criaturas, pero no me atrevo,
siento vergüenza, no sé si llegarles,
quedan muchas personas en frente mío,
solo extraños, sombras, pasos y
niebla, se mueven, el don de las apariciones,
la furtiva manera de darse a entender,
esta calle, algunas calles igualmente curvas,
personas en paraguas y niebla, están ahí, existen,
se cruzan en mi mínima esfera, deambulando
las reconocí, perdiéndome terminé por hallarlas,
ahora ya no espero seguir a nadie, son tantas,
todas las personas que soy capaz de abarcar,
basta que mire, caminos, calles en las amplias ciudades,
podría verlas aunque ya no existieran,
personas que no saben morir, se quedan siempre
y vienen a todas las horas, acabo de encontrar
un mínimo círculo, estoy entre ellas, las personas
del nunca morir, las que se quedan siempre
y viven siempre.
SAMUEL VÁSQUEZ
Alba
tardía
Alba
tardía de gallos asesinados. Las puertas que no
entraron en sus casas han huido. Un disparo de silencio
triza la pizarra que nada aprende. No a la vista de todos:
en el envés de la piedra una rúnica bella y muda es el
oráculo. Al hacerme víctima y testigo invalidan mi
palabra.
En
el sueño del mundo
clava la noche sus cuchillos
JORGE ZALAMEA
Imprecación
del hombre de Kenya
Y si
me da la gana de atravesar a nado el enorme río?
Y si me da la gana de empinarme más que la girafa?
Y si me da la gana de hacerme con la piel del ocelote un escudo y con su cola
un adorno?
Y si me da la gana de ganarle en la carrera a la gacela?
Y si me da la gana de asustar al león con sólo un grito y una tea encendida?
Y si me da la gana de hacer del elefante mi amigo?
Y si me de la gana de cazar al cocodrilo con sólo un palo aguzado ?
Y si me da la gana de hincar los dientes en la fruta, en la pulpa de la niña o
en el
hombro de mi enemigo?
Y si me da la gana de tallar en un trozo de ébano la cabeza de la niña?
Y si me da la gana de los sortilegios?
Y si me da la gana de palpar todo mi alto cuerpo lustroso?
Y si me da la gana de empaparlo con aceites?
Y si me da la gana de coronar mi cabeza con multicolores penachos
cimbreantes?
Y si me da la gana de llevar a la niña al lugar en que el bosque canta?
Y si me da la gana de oler sus axilas entre las altas hierbas?
Y si me da la gana de oler su sexo asaltado por las hormigas?
Y si me da la gana de escuchar su dulce queja?
Y si me da la gana de danzar con ella la nocturna danza del amor?
Y si me da la gana de que los gallos salvajes se esponjen en torno nuestro ?
Y si me da la gana de que las luciérnagas se prendan a los largos pezones
morenos de mi niña?
Y si me da la gana de que toda la tribu muestre sus dientes de coco, riendo con
mi hijo recién nacido?
Y si me da la gana de ver a centenares de niños jugando con el agua, las frutas
y el lodo en nuestra aldea?
Y si me da la gana de oír a nuestras mujeres piloneando el millo?
Y si me da la gana… ?
Y si me da la gana de trepar hasta la cima del monte Kenya para ver desde allí
mi país, todo mi país, toda mi gana?
Y si me da la gana de tenderme al sol para medir con mis hombros y
mis ríñones y mis piernas toda mi tierra, mi tierra, mi tierra nativa?
¡Ay,
ay, ay!
Dónde está esa tierra, la que fue mi tierra, mi tierra propia?
Apenas le alcanza el día al sol para lamer con su lengua caliente esa
tierra, toda la tierra que rodea al que fue mi monte Kenya,
y el hombre kenyata no tiene ya de su tierra con qué hacerse una estrecha casa
de muerto!
Y si
me da la gana…?
¡Gana de mi libre gana!
RAMÓN COTE
La
ciudad de los puentes amarillos
Cuando
llegas a tu casa por la noche
tienes por costumbre buscar esas monedas
que se han ido acumulando al fondo de los bolsillos
para armar con ellas mínimas torres
o altas columnas, según el día.
Quien desde la ventana de enfrente te vea
podría decir que pareces un mendigo
o un vulgar avaro que reúne con codicia
sus posesiones, aunque este no sea tu caso
y aunque a primera vista lo parezca.
Pero
esas monedas de distintos tamaños y variadas
denominaciones son restos, gastados
testimonios que entregas y recibes diariamente,
y sin que tú mismo lo sepas alguien los va anotando
en su enorme libro de contabilidad,
para saber exactamente el precio que pagas
por cruzar esa ciudad de los puentes amarillos.
