domingo, 18 de septiembre de 2022


 

GABRIEL JAIME CARO

 


 

Abismo de Lila

Para Ricardo L. Peña Villa

 

 

 

Es fácil detenerse en el Lower East Side,

y más concretamente en Loisaida, la oveja negra

de Manhattan, en donde han muerto tantos amigos

a causa del desenfreno, de vivir la Gomorra con libertad.

Mejor dicho, olvidándose de todos y de sí mismos.

Todos llegan por el desarraigo

a la búsqueda de un ser sobrenatural

(Deus ex machina), que bendiga su nomadismo.

Desde allí se ven los rascacielos detestables, orgullo

del diseño y de la fotografía.

…Y si me quito los lentes, estoy en otro lugar.

Solo mueve el reato, la muchedumbre

del cuarto escénico.

 

CARLOS MARTÍN

 

  

Eras niña de nardo

 

 

Eras niña de nardo y luna fría
tendida, matinal, cerca al deseo
donde —sangre y canción— mi sed ardía.

Concha en ola sin mar, aún te veo
como desnuda rosa transparente
detenida y mecida en su aleteo.

Hambre y sed me gritaron de repente
sangrando, con las manos levantadas,
los sueños que cruzaban mansamente.

¡Qué voz de filo azul en tus miradas!
Qué ardor en el temblor de tus sentidos!
Qué grito el de mis venas desangradas!

No los rizos del trigo al sol ardidos
sobre la torre de la frente pura
que ilumina el compás de tus latidos.

Ni el almíbar frutal de la madura
pulpa partida en dos, en sangre y nieve,
de naranja y de sol llama insegura.

Ni la sangre infantil que solo mueve
los bajeles del canto a la ribera
donde palpita el beso y no se atreve.

Solo por la encendida primavera
en donde el río del ensueño escala
los árboles de luz hasta la ojera.

Donde el dolor a la ternura iguala
y el amor como un niño se desliza
—pétalo sin raíz, vuelo sin ala—.

Por el cauce del alma a la sonrisa,
por el sendero del suspiro al llanto,
sobre los blancos hombros de la brisa,
es verdadero el corazón del canto.

Entre un ciprés y una rosa

En un cristal de recuerdos
donde crecen los suspiros
como jazmines del aire;
en un cristal.

Donde los besos maduran
como sueños o manzanas
entre los labios del viento;
donde los besos maduran.

Con cuerpo de agua enlunada,
bajo la espuma del pelo,
era la niña del alba
como el agua.

Por su boca el cuerpo largo
de la sonrisa corría
como arroyo con estrellas;
por su boca.

En la tarde se apoyaba
su presencia de ala blanca
como el sol en las mejillas
de la tarde.

Enredadera de luz
que maduraba los frutos
en el árbol de mi canto;
enredadera.

Campana con ruiseñores
su voz —la niña del alba—
en la torre de mi frente;
la campana.

Y el corazón como nube
que atravesara la espina
de esa voz que me nombraba;
y el corazón.

Entre las dalias del aire
quedaba cuando se iba
su presencia florecida
como una dalia en el aire.

Un árbol, de sueño había
madurado sus racimos
sobre el pecho de los días;
un árbol de sueño había.

La música que arrullaba
la canción de la mañana
como la madre a su hijo
en los brazos de la música.

Las ojeras —oro y malva—
de la tarde que se iba
agitando sus cabellos;
las ojeras.

Un viento de muerte vino
como una mano de sombra
sobre la niña del alba;
un viento de muerte vino.

Entre un ciprés y una rosa,
su cuerpo de agua enlunada,
en una ciudad de niebla;
entre un ciprés y una rosa.

Una voz como el silencio
con largo traje de lágrimas
y con pájaros cansados
llora a la niña dormida.

En un lugar de suspiros
como jazmines del aire
donde crecen los sollozos;
en un lugar de suspiros;

entre un ciprés y una rosa.

 

JUANA VÁZQUEZ

 

  

 

Ahora es momento de abrocharme

la cremallera de la vida.

El día invita a vivir tierra adentro.

Es abril

y en mi pueblo nacen manojos de margaritas.

Yo quiero cerrar la cremallera de arriba abajo

y no ver nada más que el montón de flores

que rodean la plaza

los gorriones ebrios de felicidad cantando

y jugando al lado de la iglesia

y yo sentada en la mesa de un bar

un bar pueblerino

donde los campesinos pasados de copas ríen

y juegan al mus

a las máquinas tragaperras

a las cartas…

Pero por la ventana oigo el grito del viento

que me habla con la voz de adivina

y me dice que me meta

donde los soles cifran su mensaje.

¿Dentro del túnel de la ignorancia? ¿Para qué…?:

Para alcanzar el Conocimiento.

Me engañan.

No quiero

y abrocho a la fuerza la cremallera de los días

para que no aparezcan las cadenas y vallas de lo Inefable.

Sólo anhelo el abrazo de las alacenas

y los besos de pan.

Pero siempre hay alguna grieta donde se filtra una voz  plana

que pinta gris y efímero lo cóncavo.

Y cuenta que  la música está sólo en el agujero onírico.

Debería enmudecer la voz subterránea que interfiere en mi                                                                     vida.

Pido olvidar la liturgia de la búsqueda y las dudas

y acomodarme en las suaves

faldas de las montañas

del humilde campo

masticando tierra sin más.

 

De: “Voz de niebla”

 

GLORIA FORTÚN

 

  

3

 

 

De alguna forma aprendimos el idioma de las personas, supongo que sobre todo para leer.

Tú me nombras despreocupada, como si tus palabras fueran el mantel que una ilusionista aparta de un tirón, dejando intacta la vajilla que estaba encima.

Me llamas en otra lengua. Como si tu verbo no lamiese.

Como si aquí todas supiéramos vivir muriendo.

A veces creemos estar rotas, pero quizá lo que esté roto sea el mundo. Siempre tuve miedo de tener miedo de ser yo. Pero tú me reconociste.

Volviste y me adjetivaste.

Me mostraste un secreto que se dice igual en todas las hablas.

Dime en loba lo que no puedes pronunciar en humana

 

De: “Todas mis palabras son azores salvajes”

 

JUAN L. ORTIZ

 

  

Deja las letras y deja la ciudad

 

 

Vamos a buscar, amigo, a la virgen del aire…
Yo sé que nos espera tras de aquellas colinas
en la azucena del azul…
Yo quiero ser, amigo,
uno, el más mínimo, de sus sentimientos de cristal…
o mejor, uno, el más ligero, de sus latidos de perfume…
No estás tú también
un poco sucio de letras y un poco sucio de ciudad?

Sigue, sigue, por entre la bencina, sobre la lisa pesadilla
de las calles extremas, hacia la gracia de las huellas…
Ay, la ternura de Octubre, a las nueve,
ya hace, por aquí, flotar a la pesadilla
en celeste de agua…
Pero derivemos rápido, del lado de los caminos del rocío,
invisible, casi, lo adivino, en el seno mismo de la luz…
Sentémonos, mi amigo, entre estas niñas rubias
que suben y bajan, altas, por unas orillas de jardín,
apoyadas, contra los cercos, sobre un rumor de enredaderas…
El sol ha bebido sus propias perlas
y hay apenas de ellas una memoria por secarse…
No temas, no temas, y mira, mira hasta las islas…
Viste alguna vez la melodía de los brillos?
La viste ondular, todavía de gasa,
desde tus pies al cielo, sobre el río?
Oh, la misma ciudad, a lo lejos, es una música blanca
con unos silencios amatistas…
Y ahora, ahora, torna la vista alrededor…
Saluda como un aura a estas humildes gracias de miel,
capaces, sin embargo, de atraer hacia sí
a las abejas todas del día
y de volver de margaritas a la melancolía más flotante…
No las sientes curvarse bajo un amor transparente
en un hálito de alas?
O es sólo la cortesía más misteriosa
entre esa que inclina, alternadamente, a los otros finos tallos,
ante algo que al parecer es la respiración de un dios?
Saluda, también, a sus vecinas menos subidas y más pálidas:
qué delicadísimo sueño de amapolillas más pálidas,
sobre un rastreo de tases, serpentino?
Y a las apenas malvas, medio escondidas entre las espiguitas:
pétalos de alba, a su pesar, con sus secretos amarillos…
Y a las apenas níveas, por bordadas, del país de Liliput,
pero que visten, igual que a una novia, a toda la gramilla…
Y ah, a las más sin nombre que se van
con los alambres libres
en una fuga preciosa de piedritas…
Y al trébol de allí, loco de verde, y miniado de sol,
increíblemente miniado de sol en primores casi íntimos
pero que extenúan a la brisa…
Y a las verbenillas, por cierto, de aquí:
oh, la más dulce sangre labrada por los misterios
para los misterios de las hierbas.. .
Y a estos emblemas de llama, perdidos de los trigos
más que blasonan, del mismo modo, todo el aire…
Y a esos recuerdos de la luna,
aparecidos de seda, ay, en una vigilia de espejo
que se busca, a su vez, en su infinito todavía…
Pero no olvidemos, mi amigo,
a las esbeltas criaturas que arden el azul, allá,
delante no se sabe qué sacramento etéreo:
no olvidemos, mi amigo, a las criaturas de los cardos…
Ni olvidemos a aquéllas que ya parecen abisales
con su “pasión” de cielo sobre el susurro trepador:
rêveries de qué abismo hacia otro abismo las de mburucuyá?
Y no habremos comprendido, es cierto, a todas...
Cómo abrazar, mi amigo, a estas miríadas del beso
que van estrellando, se diría, todos los minutos
con todos los pétalos y todos los fuegos del suspiro?

¿Y si nos corriéramos hasta el arroyito del otro lado de la loma?
Allí, lo veo, las redes hondas sin bautizo
con su penumbra colgada y su casi vía láctea de jazmines
sobre una huida de vidrios, poco menos que nocturna,
con las navecillas de cita...
Y los laberintos de los taludes, aún con su sin fin
de pequeñísimas miradas en los iris más inéditos,
dando no sé qué números de no sé qué otra noche
o qué mareo de gemas entre unos miedos de crepúsculo…

Mas no oyes al silencio, ahora, mi amigo?
Qué ave de diamante, di, sobre la línea del sueño,
se deshace dulcemente?
O qué llamado para el sacrificio, di
de campanillas de humo?
Oh, todo dorado de misivas sobre las alas del azar
es el mismo amor que no teme perderse
como la propia gracia ya, libre, sobre su propio cielo de
corolas…
Y no oyes en este momento, di, al silencio o al amor más allá
de las lianas que tejiera para vencer su abismo,
asumiendo justamente la muerte con los modos de un espíritu?
Sí, en los amantes invisibles está asimismo la otra flor
o el otro lado de esa flor,
llama, serena llama, que viviría de su sombra…
Dónde, entonces, aquí, nuestras debilidades hechas dioses?
Aquí, lo que llamamos “horror”, o lo que llamamos
“amenaza”,
sonriendo desde la semilla, se diría,
o equilibrando a las mariposas, si quieres,
con un frío que nos duele, es cierto, en lo uno de la sangre…
Pero aquí también enfrentando a lo innombrable,
algo como los honores de un ángel…

Mas es en nosotros, mi amigo, que la agonía es dividida,
terriblemente dividida, y expedida a la ventura…
Y aquella música blanca con unos silencios de jacarandaes?
Allí y aquí, a la vez, la condena “de la rueda”,
desde las madres del río y desde las madres de las zanjas…

Y aquí, ay, asimismo, lo que vinimos a buscar..
Si el lirio da a los precipicios, qué le vamos a hacer?
Hay que perder a veces “la ciudad” y hay que perder a veces
“las letras”
para reencontrarlas sobre el vértigo, más puras
en las relaciones de los orígenes…
O más ligeras, si prefieres, como en ese domingo
y en esa fantasía que serán…
Hay que perder los vestidos y hay que perder la misma identidad
para que el poema, deseablemente anónimo,
siga a la florecilla que no firma, no, su perfección
en la armonía que la excede…
O para ser el arpa de Lungmen
eligiendo ella sola los temas de su música,
lejos de los tañedores que se cantan a sí mismos
o que no oyen con los suyos a los recuerdos de las ramas
ni lo que dice el viento…
ni menos ven lo que el viento, por ahí, pone de pie. ..
Y aquí, además, las rimas entre los escalofríos de las briznas,
con los hilos temblando, siempre más allá de nuestra luz..
Y el rostro de Ella no escrito,
oh, recién nacido, con unos signos por hallar
y que serán, oh amigo, los que han de llevarte hasta su esencia
como las mismas, las mismas letras de tu alma…
Pero la viste a Ella,
amaneciendo aquí, Ella, de la espuma de las matas,
Venus de las colinas. Ella, sobre un flujo de jardín,
virgen profunda ésta toda aún de cabellos?

 

ALMAFUERTE

 

  

Como los Bueyes

 

 

Ser bueno, en mi sentir, es lo más llano

y concilia deber, altruismo y gusto:

con el que pasa lejos, casi adusto,

con el que viene a mi, tierno y humano.

Hallo razón al triste y al insano,

mal que reviente mi pensar robusto;

y en vez de andar buscando lo más justo

hago yunta con otro y soy su hermano.

Sin meterme a Moisés de nuevas leyes,

doy al que pide pan, pan y puchero;

y el honor de salvar al mundo entero

se lo dejo a los genios y a los reyes:

Hago, vuelvo a decir, como los bueyes,

mutualidad de yunta y compañero.

 

Nota: Almafuerte seudónimo de Pedro Bonifacio Palacios