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De
alguna forma aprendimos el idioma de las personas, supongo que sobre todo para
leer.
Tú
me nombras despreocupada, como si tus palabras fueran el mantel que una
ilusionista aparta de un tirón, dejando intacta la vajilla que estaba encima.
Me
llamas en otra lengua. Como si tu verbo no lamiese.
Como
si aquí todas supiéramos vivir muriendo.
A
veces creemos estar rotas, pero quizá lo que esté roto sea el mundo. Siempre
tuve miedo de tener miedo de ser yo. Pero tú me reconociste.
Volviste
y me adjetivaste.
Me
mostraste un secreto que se dice igual en todas las hablas.
Dime
en loba lo que no puedes pronunciar en humana
De:
“Todas mis palabras son azores salvajes”
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