"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
domingo, 10 de mayo de 2020
WOLE SOYINKA
Aullad, aullad…
Aullad,
aullad
que
el corazón tenéis cuajado y estadizo,
con
vosotros no puedo partir
compañeros
de la boya hendida
no
puedo ir en busca
del
puerto de vuestra orilla a la deriva.
Vuestro
prudente aislamiento
¿quién
osará reprobar? Agazapados
en
vuestro alféizar, ¿observáis
las
cenizas de la realidad, su extraño discurrir?
Me
temo
que
os habéis aventurado en el infinito
para
regresar
hablando
en lenguas extranjeras.
Aunque
los muros
desgarren
las costuras raídas
del
manto mágico que compartimos, ya
más
no puedo acercarme
y
aunque le cierre los oídos
a
la melodía de la partida, aullad
en
la hora del sueño, decidles a estos muros
que
hay un colmo para la aflicción
en
el corazón del hombre.
KAMALA SURAIYA
En los últimos tiempos he empezado a
sentir un hambre…
En
los últimos tiempos he empezado a sentir un hambre
Para
tomar con avidez, como un incendio forestal que
consume
y con cada uno gana matando a un más salvaje,
encanto
brillante, todo lo que venga en mi camino. Niño calvo en
Abrir
el cochecito de niño, usted piensa que sólo miro, y usted
también,
amantes delgados detrás del árbol y que, viejo
hombre
con el papel en la mano y la luz del sol en
su
pelo… Mis ojos lamer te gusta llamas, mis nervios
Consumir;
y, cuando termine con ustedes, en el
cochecito
de niño, cerca del árbol y, en el banco del parque, escupo
hacia
fuera pequeños montones de cenizas, nada más. Pero en mi
Las
imágenes y los olores y sonidos deben prosperar y seguir adelante
Y
así sucesivamente. En mí dormir al bebé
que
estaban sentados en cochecitos y sueño y vigilia y sonreír su
sonrisa
sin dientes. En mi andará la mano los amantes
en
la mano y en mí, ¿dónde más, el viejo se sentará
y
sentir el toque de sol. En mí, las farolas
Shall
luz tenue, las chicas de cabaret retozan, los
tambores
de boda resuenan, los eunucos remolino de colores
faldas
y cantar canciones tristes de amor, el gemido heridos,
y
en mí la madre moribunda con esperanzadores
Ojos
deberá mirar alrededor, buscando su hijo, ahora se cultiva
y
se ha ido a otras ciudades, otras armas.
CECÍLIA MEIRELES
Cada palabra una hoja
Cada
palabra una hoja
En
el lugar correcto.
Una
flor de vez en cuando
En
la rama abierta.
Un
pájaro parecía
De
pie y cerca.
Pero
no: que iba y venía el verso
Por
el universo.
STÉPHANE MALLARMÉ
El Infortunio
Por
sobre el ganado aturdido de los hombres
Brincaban
en claridades las salvajes melenas
De
los mendigos del azur el pie en nuestros caminos.
Un
negro viento sobre su marcha desplegado en pendones
La
flagelaba con tal frío hasta la carne,
Que
en ella hendía también irritables surcos.
Siempre
con la esperanza de encontrar el mar,
Viajaban
sin pan, sin bastones y sin urnas,
Mordiendo
el limón de oro del ideal amargo.
La
mayoría jadeaba en los desfiles nocturnos,
Embriagándose
de dicha al ver manar su sangre,
¡Oh
Muerte, el único beso en las bocas taciturnas!
Su
derrota se debe a un ángel muy poderoso
De
pie en el horizonte en la desnudez de su espada:
Una
púrpura se coagula en el seno que lo reconoce.
Ellos
maman el dolor como mamaban el sueño
Y
cuando van ritmando llantos voluptuosos
El
pueblo se arrodilla y su madre se levanta.
Aquellos
son consolados, seguros y majestuosos;
Pero
arrastran a su paso cien hermanos escarnecidos,
Irrisorios
mártires de azares tortuosos.
La
misma sal de las lágrimas roe su dulce mejilla,
Ellos
comen ceniza con el mismo amor,
Pero
vulgar o bufón, que el destino que los apalea.
Ellos
podían excitar también como un tambor
La
servil piedad de las razas de voces apagadas,
¡Iguales
de Prometeo a quienes falta un buitre!
No,
viles y asiduos de los desiertos sin cisterna,
Ellos
corren bajo el látigo de un monarca rabioso,
El
Infortunio, cuya risa inaudita los prosterna.
¡Amantes,
él monta en la grupa de a tres, el desprendido!
Luego,
franqueado el torrente, te zambulle en un charco
Y
deja un terrón fangoso de la blanca pareja nadadora.
Gracias
a él, si alguien sopla su extraña caracola,
Unos
niños nos retorcerán en una risa obstinada
Y,
con el puño en su culo, remedarán su fanfarria.
Gracias
a él, si la urna adorna puntualmente un seno marchito
Con
una rosa que núbil lo vuelve a encender,
La
baba brillará sobre su ramillete maldito.
Y
este esqueleto enano, tocado con un fieltro con plumas
Y
con botas, cuya axila tiene por pelos verdaderos gusanos,
Para
ellos es el infinito de la vasta amargura.
Vejados,
ellos no provocarán al perverso,
Su
espada rechinante sigue el rayo de la luna,
Que
nieva en su armazón y que pasa a través.
Desolados
sin el orgullo que consagra la desdicha,
Y
tristes de vengar sus huesos de los picotazos,
Ellos
codician el odio en lugar del rencor.
Ellos
son la diversión de los malos tañedores de rabeles
De
los muchachos, las putas y de la vieja ralea
De
andrajosos que danzan cuando la jarra se ha secado.
Los
poetas buenos para la limosna o la venganza,
Que
no conocen el mal de estos dioses eclipsados,
Los
llaman aburridos y sin inteligencia.
«Ellos
pueden huir, teniendo suficiente de cada hazaña,
Como
un caballo virgen espuma tempestades
En
lugar de partir en galopes acorazados.
Embriagaremos
de incienso al vencedor en la fiesta:
Pero
ellos, ¡por qué no vestir a esos comediantes
Con
harapos escarlatas que vociferan que nos detengamos!»
Cuando
de frente todos les han escupido los desdenes,
Inútiles
y con la barba con palabras bajas implorando el trueno,
Estos
héroes hartos de malestares bromistas
Van
ridículamente a colgarse de una farola.
LOUISE LABÉ
Soneto X
Cuando
veo tu porte coronado
en
el laúd urdir tan triste canto
que
forzar bien podrías con tu encanto
prados,
rocas: cuando te veo ornado,
y
de virtud sin fin tan ataviado,
que
elogio alguno te merece tanto
ni
loa del más grande arroja un manto,
medita
así mi corazón pasmado:
¿Tanta
virtud que te hace pretendido,
y
de todos un joven tan querido,
no
podría lograr que tú me amaras?
¿Y
a tu bondad añadiendo lo encomiable,
el
gesto tuyo de apiadarte afable,
que
por mi dulce amor tú te inflamaras?
TUDOR ARGHEZI
Morgenstimmung
Tu
canción se ha insinuado en mis adentros
una
tarde, cuando,
aun
cerrada con cuidado, la ventana del alma
se
había abierto al viento,
ignorante
de que te oiría cantar.
Tu
melodía ha impregnado toda la casa,
las
cajas, los cofres, las alfombras,
con
un perfume sonoro. He aquí
que
han saltado los cerrojos
y
el santuario ha quedado abierto.
Tal
vez nada habría sucedido
si,
a la vez que el canto,
no
hubiera llegado a hurgar tu dedito
buscando
mirlos en las teclas del piano,
ni
hubiera tenido tu cuerpo tan cerca de mí.
Con
el trueno, hasta las nubes se han derrumbado
dentro
de la habitación del universo cerrado.
La
tormenta ha traído a las grullas,
a
las abejas, también las hojas… Son
muy
frágiles las vigas, como pétalos de flor.
¿Por
qué cantaste? ¿Por qué te escuché?
Te
has fundido dentro de mí, transparente,
inseparables
ya los dos en lo alto.
Yo
venía desde arriba; tú llegabas desde abajo.
Tú
venías de la vida; yo llegaba de la muerte.
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