jueves, 23 de marzo de 2017


VICENTE QUIRARTE




El mundo



Queremos nombrar el centro de las cosas,
el corazón sonoro de las cosas,
el fervor silencioso de las cosas.
Creemos: develar el misterio
nos salva del transcurso
de las horas que gastan la memoria.

Mejor dejar las cosas
tras la tela paciente de la araña,
tras el ala del ángel traicionado
o el camisón que crece en tu hermosura.
El alma de las cosas
es la niebla purísima que deja
adivinar su nombre verdadero.
No buscar los prodigios. Esperarlos:
tu bramido de amor
que sale del espejo que te copia:
esa reconstrucción lenta del mundo
que afirma su materia más durable.



ENRIQUE CASARAVILLA LEMOS




La cosa que vemos



Lo que nos rodea,
donde estamos: donde todo ojo ábrese.

La
cosa venerable
—qué castillo encantado de fluctuantes
astros
sin
puente ni murallas desolado!—
que ignorando... siempre vemos
y que no sabemos qué
su máscara
de edad
sin cambio
podrá
disponer, siempre enigmática...

¿Qué dispone viejo viento
igual...
que pasa?.




MANUEL CALVILLO




De la epístola III



Tuyo es el atributo de la veracidad, de manifestarnos lo
cierto y lo falso, aunque a veces callas o disimulas o
hablas en acertijos.
Nos proteges – ¡tu prudencia es tanta! – de la
mentira y de la verdad.
Tuyos son los veredictos de la justicia, los que nadie
prodigó más en la severidad y la clemencia.
Tuyos son el poder y la gloria, y te celebramos, yo el más
constante, en exaltados epinicios.
Tú, benévolo, recogiste
dos hexámetros, míos para grabarse en la columna que ya te conmemora.
Tuya es la munificencia, y abrumas a quienes te loamos.
Tuya es la hospitalidad más indulgente.
Un día, después de leerme lentamente en voz baja, me dijiste:
Mientes.
Y sonreías.
Lo sé, lo saben todos, ellos
cuya envidia me cerca y cuya solicitud te acosa y agobia.
Los otros, tus enemigos, me
hostigan y me desprecian, y aunque desde hoy te infaman,
esperan su hora, la de tu abatimiento o tu muerte.
¿Mas quién, oh Augusto, quiénes
borrarán de la memoria del Lacio tus hazañas, y mi Oda I y mi Epístola II?


(1983)


GUILLERMO FERNÁNDEZ




Por principio



Ya es tiempo de que vuelvan todas tus palabras
las que el olvido ha perdonado
las que sobreviven al puño del amor
las sonámbulas guías bajo los párpados
las mendigas que esperan tras la puerta
las fieles a los sótanos del alma

Remueve escombros y gusanos
límpiales el rostro de lunas empolvadas
de niñas traviesas en la noche de San Juan

Arráncalas del fondo de ese armario
apuéstales el silencio de las bestias
tus ojos bautizados con los ácidos
que digan eso poco que te queda
bajo la podredumbre de tu máscara

Se acabó el tiempo de pudrirse libremente
de acariciar los lomos de la tranquilidad
los ojos tras las rejas tras los actos

La inocencia es un pedazo de carne
que se pudre en la jaula de las fieras.


De: “Bajo llave”


CESAR MORO




Memorial a los tres reinos



Hablo a los tres reinos
Al tigre sobre todo
Más susceptible de escucharme
A la escoria de hierro a la carbonilla
Al viento que no se sitúa en ninguno de los tres reinos
Para la tierra habría que emplear un lenguaje de cieno
Para el agua un lenguaje de ventosa
Para el fuego apretar la poesía en un torno y romper el
cráneo atroz de las iglesias

Hablo a los sordos de orejas tumefactas
A los mudos más imbéciles que su silencio imponente
Huyo de los ciegos pues no podrán comprenderme
Todo el drama ocurre en el ojo y lejos del cerebro

Hablo de un cierto encanto incomprensible
De una costumbre desconocida e irreductible
De ciertas lágrimas, secas
Que pululan sobre el semblante del hombre
Del silencio resultante del gran grito del nacimiento
De este instinto de muerte que nos subleva
A nosotros los mejores de entre los hombres
Y cada mañana se hace tangible en la forma de medusa
sangrante a la altura del corazón

Hablo a mis amigos lejanos cuya imagen turbia
Tras de un telón de estrépito de cataratas
Me es querida como una esperanza inaccesible
Bajo la campana de un buzo
En la soledad simplemente de un claro de bosque


(Traducción de Carlos Germán Belli)



GONZALO ROJAS




Tacto y error




Por mucho que la mano se me llene de ti
para escribirte, para acariciarte
como cuando te quise
arrancar esos pechos que fueron mi obsesión en la terraza
donde no había nadie sino tú con tu cuerpo,
tú con tu corazón y tu hermosura,
y con tu sangre adentro que te salía blanca,
reseca, por el polvo del deseo,

oh, por mucho que tú hayas sido mi perdición
hasta volverme lengua de tu boca,
ya todo es imposible.

Hubo una vez
un hombre, una vez hubo
una mujer vestida con la U de tu cuerpo
que palpitaba adentro de todas mis palabras,
los vellos, los destellos;

de lo que hubo aquello
no quedas sino tú
sin labios y sin ojos,
para mí ya no quedas sino como la forma

de una cama que vuela por el mundo.