martes, 28 de junio de 2022


 

SUSANA SOCA

 


 

Rosa de todos

 

 

Soy el que duerme lejos sin figuras
soy el que apenas sueña que no sueña
y en el declive de las olas vagas
de una niebla que ignoran los caminos
de la memoria, espera
hasta encontrar una segura rosa
hija y madre del día
corona para la paciencia antigua
del que dormía en las abiertas rocas
por donde se despeñan incesantes
iguales formas sin llegar al sueño.

Rosa excesiva la del sueño
arde arde su piel de flor crepuscular
arde como la infancia de la rosa
y la primera rosa de mi infancia
la rosa de alto pie
entre tapias por ella defendidas
se mueve a la distancia como el agua.
Flor sostenida en una mano, vino
como si caminara paso a paso.

Busco la rosa en medio de las rosas
y la mano en mi mano.

Soy el que duerme lejos sin figuras
el que no mira y sin embargo ve
súbitamente la imprevista rosa
del color de sí misma, nada más
rosa de todos que es la rosa mía.
Entre la orilla clara de sus pétalos
y las moradas islas,
empiezan lentos ríos de colores.
Fulge la aguda la amarilla rosa,
la de clavadas puntas en el humo
que nubla los colores de la llama,
la que retiene el oro en la ceniza.
La grave y roja sale de la noche
aligerada en lilas: lentamente
precede a la mañana;
la moribunda viva rosa blanca
se inmoviliza en un jardín de escarcha
y para siempre duramente brilla.

En algún tiempo que los sueños miden
con más rigor que el tiempo de la rosa,
tocan rápidos labios
los encendidos y apagados días.
Ya vuelve la corola dispersada
vuelve a su planta y su raíz de niebla
y en las cenizas de su piel respiro
el aire y la violencia de una rosa
hace un instante abierta.
Salen del sueño apresurados labios
en busca de una flor
y entre la niebla niebla y ya sin aire,
siguen los pasos de una libre flor.

 

TERESA MELO

 

  

Bukowski



No tuve que dejarles mi hermoso cisne
pues no había invierno ni lagos congelados
donde mueren los cisnes.
Y es lo único que no he tenido que dejarles.

Los mismos que arrastraban sus zapatos de polvo
y echaban su distracción sobre los seres vivientes
pidieron para sí todo lo que tenía:
gatos de mirada equidistante
haciendo equilibrios sobre las alambradas
pájaros comunes que anidaron en mis árboles.

Los vi desde el cercado
ya no tenían ese brillo en la mirada
y morían contemplados por las miradas sin brillo
de los que hablaban de la comida y el verano
y uno me miró
para que lo pusiera a morir a salvo en mi corazón
pero fui cobarde y lo dejé allí
como tú les dejaste tu hermoso cisne
y nadie me ha vuelto a mirar con la misma necesidad.

 

 

WENCESLAO VARELA

 

  

Tus manos

 

 

Echao p’atrás y muy juancho
iba yo al trote cortón
del que no tiene patrón
ni quien lo espere en el rancho.

Mi tropilla sin apuro
iba laderiando un cerro
atrás del duro cencerro
por sobre el camino duro.

¡Qué lindo el campo!, tenía
bajo cada piedra un grillo
y el sol en cada espinillo
espuma de oro cernía.

Limpio el pincel del cardal
en azul tinta teñido
parecía haber subido
al alto cielo estival.

Y, hasta la planta raída
pobre de aromas y flores
tenía multicolores
aladas flores con vida.

Y el pedregoso camino
por donde lleva el linyera
en un fardo de arpillera
su tragedia y su destino,

camino de los poetas
de los aludos sombreros
que limaron los troperos,
los vientos y las carretas:

¡que lindo estaba! Tenía
oculto tambor sonoro
y, era como un chorro de oro
que por la tarde corría.

Y en esas regiones bajas
dilatadas y serenas
gotiaron mis nazarenas
música por las rodajas.

Era un musical gotero
el monótono sonido,
monótono y repetido
del cencerro madrinero.

Y, por el camino aquel
en repecho y en bajada
tráiba la boca endulzada
con unas coplas de miel.

Vos cazabas mariposas
-o fingías que cazabas-
y plena en gracia elevabas
tus bellas manos hermosas.

Me miraste, te miré
tan alegre, tan sencilla
que di güelta la tropilla
y áhi nomás desensillé.

Y viste por sobre el tul
del cicutal sombrillero
dende mi fogón tropero
alzarse un suspiro azul.

Se jue borrando la güeya
de horizontal lividez
y quedó el día a través
de cada aujero de estrella.

Y sobre el campo desierto
bajo un silencio de arcilla
tocó a “rancho” en la cuchilla
un gran clarín de oro muerto.

Cuando se borra el sendero,
una lechuza se asombra
y une girones de sombra
con un pespunte agorero.

Nunca más te vi. En los llanos
miro en las tardes hermosas
aletiar de mariposas
por ver… si veo… tus manos!

 

JOSÉ MANUEL POVEDA

 

 

 

Sol de los humildes

 

 

Todo el barrio pobre,
el meandro de callejas, charcas,
y tablados de repente,
se ha bañado en el cobre del poniente.

Fulge como una prenda falsa en el barrio bajo,
y son de óxido verde los polveros
que, al volver del trabajo, alza el tropel de obreros.

El sol alarga este ocaso,
contento al ver las gentes, los perros y los chicos,
saludarle con cariño al paso,
y no con el desdén glacial de los suburbios ricos.

Y así el sátiro en celo
del sol, no ve pasar una chiquilla
sin que, haciendo de jovial abuelo
le abrase a besos la mejilla.

Y así a todos en el barrio deja un mimo:
a las moscas de estiércol, en la escama,
al pantano, sobre el verde limo,
a la freidora, en la sartén que se inflama,

al vertedero, en los retales inmundos;
y acaba culebreando alegre el sol
en los negros torsos de los vagabundos
que juegan al base-ball.

Penetra en la cantina,
buen bebedor, cuando en los vasos arde
la cerveza, y se inclina,
sobre nosotros, a beber la tarde.

Pero entonces comprende
que se ha retrasado,
y en la especie de fuga que emprende
se sube al tejado.

Un minuto, y adviene la hora de esplín,
la oración misteriosa y sin brillo,
y el nocturno, medroso violín del grillo.

 

 

 

ATILIO SUPPARO

 

  

Jazmín del país

 

 

Su hermosa y fina silueta
trepa al balcón de la amante,
como un Romeo elegante
que va buscando a Julieta.

Quiere ser marco y glorieta
y si es posible un altar,
anticiparse al azahar
que llevará de. corona,
esa novia coquetona
que es la dueña del hogar.

Nació una noche de luna
al lado de. una pareja;
tal vez, por eso, una reja
es casi siempre su cuna.

Aprendió, una por una,
todas las frases de amor
y al traducirlas en flor,
cada pétalo que asoma,
nos habla con el aroma
que es su lenguaje mejor.

 

DOMINGO ALFONSO

 

  

La muchacha que juega al billar

 

 

La muchacha que juega al billar
con el taco en las manos se inclina sobre la mesa
dejando descender su tanga transparente:
Dos nalgas doradas iluminan el salón
donde tres viejos admiramos la escena
y en un rincón, indolente,
su novio, quizás hasta orgulloso
bebe un trago de su clara cerveza.