lunes, 14 de octubre de 2019


ALEJANDRO AURA





Mi hermano mayor



Yo tenía un hermano mayor;
era siempre cinco años más amable y más sereno;
quería un escritorio y un caballo
y una manera nueva de contar los sueños
y una mina de azúcar, de seguro.
Le gustaba leer y razonaba,
a veces era tierno con las cosas
pero yo nunca vi que fuera un niño.
Era un hermano mayor con todo su traje azul marino,
con toda su camisa blanca blanca,
con toda su corbata guinda oscura muy de gala.
Yo tenía un hermano mayor
de pie sobre la luz;
me daban miedo las calles en la noche
y el corredor oscuro de la casa,
me daba miedo estar a solas con mi abuela,
pero tenía un hermano mayor
sobre la luz cantando.
Mi hermano mayor también era un fantasma,
una calavera dientona,
una carcajada de monje a media noche.
Mi hermano era un muchacho blanco y sin anginas.
Por eso nunca nos comimos juntos
ninguna jícama del camino
ni rompimos de guasa los vidrios de las ventanas
ni nada que yo recuerde hicimos juntos.
Ni jugamos ni fuimos enemigos.
Éramos buenos hermanos, como dicen.
Se habló de inteligencias y de escobas,
se discutió sobre los pantalones cortos y las hostias
y el carrito con ruedas de patines;
se supo y se dijo que mi modo era grosero
y mi cabello oscuro.
Él era siempre mejor que yo
cinco años.
Hace cinco años se casó mi hermano.
El que se casa pobre
tiene que andar cuidando su manera de contar estrellas,
tiene que andar despierto y trabajando, qué remedio.
Se tiene que acabar de cuajo con los sueños, dicen,
porque vienen los hijos, la suegra, los cuñados,
y lo dicen, aquello de los sueños, sin decoro,
sin tocarse la vena, sin énfasis ni estilo,
como el que dice que no sabe de dónde viene el hombre.
Hace cinco años que no crece ya mi hermano.
Mi hermano,
mi hermanito menor, mi consentido.


De: “Cinco veces la flor”.



MARINA TSVETAIEVA





A S.E.*



Con orgullo, llevo su anillo
Soy su mujer ante la eternidad — no en el papel.
Su rostro es afilado
Como una espada.

Su boca muda refleja tristeza,
Su ceño — doloroso y espléndido.
En su rostro trágico se mezclan
Dos rancias dinastías.

Es delicado como un retoño
Sus ojos — inútiles y espléndidos
Bajo sus cejas aladas —
Dos precipicios.

Soy fiel a su rostro de caballero
—Para todos vosotros que vivís y morís sin temor—
En nuestros tiempos malditos — cantemos
Tales estancias — antes de ir al patíbulo.


* S.E., Serguei Efron, marido de Marina Tsvetaieva.



GEORG TRAKL





De profundis



Una mies ya segada bajo una lluvia negra.
Un árbol color café que se yergue solo.
Un viento susurrante que rodea chozas vacías.
Cuan triste es esta tarde.

Cerca de la aldea
Una tierna huérfana junta restos de espigas.
Sus ojos se agrandan, redondos, dorados al anochecer,
Y su regazo aguarda al novio celestial.

Camino a casa
Los pastores hallaron su dulce cuerpo
Pudriéndose entre los matorrales.

Soy una sombra lejos de oscuras aldeas.
He bebido el silencio de Dios
En un manantial de bosque.
Un frío metal huella mi frente.
Las arañas van tras mi corazón.
Una luz se apaga en mi boca.

De noche me hallaba en un brezal,
Tieso de mugre y polvo de estrellas.
Entre las hojas de avellana
Los ángeles de cristal seguían sonando.


SAUL IBARGOYEN





Árboles



Volvemos a pasar
bajo los mismos árboles:
han de ser otros
el metal y la madera
y el barro de los pasos caminados.
Pasamos otra vez
bajo los mismos árboles
y aparece la aplastada
raíz que rompió antiguos
zapatos y las piedras
son planetas gastándose
que nadie intenta ahora recoger.
Nuevamente cruzamos
bajo las sombras
donde chocan sílabas
que apenas dijimos o pensamos
salivas ensuciadas sedimentos
restos masticados
de gritos y silencios.
Una hoja es
el rostro de otra hoja
y cada pétalo contiene
los terribles hedores
de la tierra.
Y volvemos a pasar
debajo de nuestros
propios cuerpos dormidos
(cerca del mar estuvimos
golpeados por las grandes
aguas que en estos días
suelen volcarse sobre la hierba).
Y no despertamos
para ver lo que ha quedado
como un espejo hundiéndose
en la enturbiada luz total
que lo alimenta.
Pasamos otra vez
y siempre lo igual
se sostiene diferente.
Y bajo los mismos árboles
cruzan los dientes de los muertos
sus huesos que nunca
dejaremos de tocar
sus carnes hambrientas rajadas
por un hierro sombrío
sus ojos donde siempre
estará nuestra memoria
su espasmo de amor
que no podremos repetir.
Pasamos otra vez
bajo los mismos árboles:
pasaremos otra vez
entre el lento sabor
de la muerte y de la lluvia.


LÍBER FALCO





Volver



Ya cantaban los gallos.
Ya sonaban las campanas
y él buscábase la frente
hacia la madrugada.
Sobre calles y suburbios,
sobre la ciudad toda,
en un coro de gallos
levantado y triste,
él, desasido,
se buscaba la frente,
hacia la madrugada.

Y ya en el día
pudo decir alegre el renacido:
Oh Tierra. Oh nave solitaria,
soy tu hijo fiel
y no te olvido.



JUAN GUSTAVO COBO BORDA



  

Salón de té



Leo a los viejos poetas de mi país
y ninguna palabra suya te hace justicia.
Ni nube, ni rosa, ni el nácar de tu frente.
El pianista estropeará aún más
la destartalada melodía
pero mientras te aguardo,
temeroso de que no vengas,
Bogotá desaparece.
Ya no es este bazar menesteroso.
Ni la palabra estrella, ni la palabra trigo,
logran serte fieles.
Tu imagen,
en medio de aceras desportilladas
y el nauseabundo olor de la comida
que fritan en la calle,
trae consigo un olor de reseda.