domingo, 30 de junio de 2013

ANTONIO ALFECA




Cuerpos contra futuros



Distantes, Tan añosluz separados
en una indecible cresta que los funde lenguasaliva.

Certeza o sentir o ponto
de cuando andan solos los aromas.

Aljibes de reflejo sin ojos,
mirada de brocal para planetas sin recuerdo.

La dulzura siempre llega en dimensiones
ignotas para los dedos: tocar: aventura.

Religión abrupta de lo invisible:
polos de la sal: negación suprema.

¿Qué hueco momento llenará al corazón?

La salvación: no ser el más apropiado
mediodía para todos a un tiempo.

ni el gnomon que preside
implacable la grey de las luces.

Ojalá cincela el marco que invita
a ojalá a su propio sepelio;

grabado trono de niño
que cuando dice, muere

edictos de glauco regreso,
pájaros irrepetibles…



JAVIER EGEA





Poética

                                                           A Aurora de Albornoz
                        “Mas se fue desnudando. y yo le sonreía."
                                                          Juan Ramón Jiménez



Vino primero frívola -yo niño con ojeras-
y nos puso en los dedos un sueño de esperanza
o alguna perversión: sus velos y su danza
le ceñían las sílabas, los ritmos, las caderas.

Mas quisimos su cuerpo sobre las escombreras
porque también manchase su ropa en la tardanza
de luz y libertad: esa tierna venganza
de llevarla por calles y lunas prisioneras.

Luego nos visitaba con extraños abrigos,
mas se fue desnudando, y yo le sonreía
con la sonrisa nueva de la complicidad.

Porque a pesar de todo nos hicimos amigos
y me mantengo firme gracias a ti, poesía,
pequeño pueblo en armas contra la soledad.




JOSÉ CARLOS BECERRA



  
Ritmo de viaje



Este cuerpo que yo acaricio lentamente extendiendo la noche,
este cuerpo donde yo he penetrado en mi propia distancia,
en mi sofocamiento de sombra.

Este vientre donde el amor abarca a la noche,
estos senos donde la luz altera los signos,
este cuerpo al que ahora me entrelazo, este cuerpo al que ahora me solicito.

Este cuerpo conmigo se traspone, se vence,
se lleva consigo a la noche y sus altares,
sus caminos ardiendo por su propia señal,
su oleaje, sus costas encendidas...

Esta mujer donde la noche descifra sus juegos ocultos,
este amor al que no debemos llamar amor sino adentro de sus aguas.
Este amor, este amor,
este instante donde el infinito es la obra de los que se aman,
de aquellos que llegan al estanque de cada caricia como buzos sagrados.
Este ritmo, este ritmo de viaje,
esta navegación entre la bruma,
todo lleva consigo su bandera extraviada,
                                                                           su aurora boreal...



EDUARDO MITRE




Con la lengua



Deseo escribir una loa
en honor de tu sexo:
Nido oculto entre la fronda
y las lomas de tu cuerpo.

Abro el Diccionario
de la Lengua Española.
Suavemente mis dedos
separan sus sabias hojas.

Leo, releo y, tras una pausa,
transcribo al pie de la letra:
Adufa: plancha, compuerta
para cortar el paso del agua.

Corola: segundo verticilo
de las flores completas...
Brasa: carbón encendido,
rojo por la total incandescencia...

Salto, chispeante, a la zeta:
Zaguán: espacio cubierto
situado dentro de una casa,
y que sirve de entrada a ella...


De "De Seca en Meca"



FRANCISCO CERVANTES




Cantando para nadie



La cólera, el silencio,
Su alta arboladura
Te dieron este invierno.
Más óyete en tu lengua:
Acaso el castellano,
No es seguro.
Canciones de otros siglos si canciones,
Dolores los que tienen todos, aun aquellos
-Los más- mejores que tú mismo.
Y es bueno todo: el vino, la comida,
En la calle los insultos
Y en la noche tales sueños.
¿A dónde regresar si solo evocas?
¿Amor? Digamos que entendiste y aun digamos
Que tal cariño te fue dado.
Pero ni entonces ni aun menos ahora
Te importó la comprensión que nos buscaste
Y es claro que no tienes,
Bien es verdad que no sólo a ti te falta.
La ira, el improperio,
Los bajos sentimientos
Te dieron este canto.



CARMEN MATUTE




Casi podría decirte...


Casi podría decirte
devorada por la angustia
me asomo
a la vieja cueva prohibida
donde habitan
-libres y crueles-
mis monstruos, mis fantasmas,
los antiguos dioses
que me reservan un castigo inevitable.

Apenas un momento
los observo
y sus voces dispersas
se unen
llamándome con su canto de sirenas.

Entre lágrimas
cumplo con el rito silencioso
-madre-
y vuelvo de nuevo
a cerrar esa puerta.



sábado, 29 de junio de 2013

CARMEN MATUTE



Mujer sola


La memoria es una tumba abierta
donde puedo enterrar
la piedad por mí misma,
mientras un felino se desliza
muy suave
por el aire de la alcoba
con la afilada garra
dispuesta a rasgar
sin rabia
a la mujer sola
que apenas está saliendo
de los filamentos del sueño.



FRANCISCO CERVANTES




Material de distintos lais



A la sombra más pegada del muro
Apenas se le nota;
No sin insistencia se remueven
Los tonos y las líneas cercadoras.
Así la suerte del correo insensato.
Entre amantes, amigos o enemigos
Su propia vida pasa prontamente:
No otra ya tendrá.
¿Recibiste y llevaste las frecuentes
Oleadas de tu dicha o tu desracia?
¿o sólo eres
Aquel que observa y que registra
la vida de los otros?
Torpe y secreto mejor que fascinante,
Dueño de tu latín más que del de otros,
Hablando tus ficciones, tus dolencias,
Tus vicios, tu existencia,
Aunque relates
Materia de distintos lais.



JOSÉ CARLOS BECERRA



  

Relación de los hechos



Esta vez volvíamos de noche,
los horarios del mar habían guardado sus pájaros y sus anuncios de vidrio,
las estaciones cerradas por día libre o día de silencio,
los colores que aún pudimos llamar humanos oficiaban en el amanecer
como banderas borrosas.

Esta vez el barco navegaba en silencio,
las espumas parecían orillar a un corazón desgarrado por los hábitos de la noche.
Algo teníamos en el tumbo lejano de las olas,
en la vaga mención de la tierra que en la forma de un ave el cielo retuvo
un momento en la tarde contra su pecho,
algo teníamos en el empuje ahora sosegado, fresco y oscuro de las mareas.

Más allá del mensaje radiado por los cabellos de los ahogados,
de la bajamar que deja grises los labios como el dolor inexperto,
de las maderas podridas y la sal constituida por el crimen de las aglomeraciones solitarias,
del pecho marcado por el hierro del silencio; más allá,
el chillido del pájaro marino que demuele la tarde con un picotazo en el poniente,
la mujer que atraviesa la noche con una inscripción azul en los ojos,
el hombre que juega distraído con el amanecer como con un cuchillo filoso y deslumbrante.

Sólo el rumor de la brisa entre las cuerdas,
la respiración apaciguada de los dormidos como si no descansaran sobre el mar,
sino a la sombra del hogar terrestre.
Sólo el rumor de la brisa entre las cuerdas,
el ritmo latente del otoño que se acerca a la tierra para enumerarla.

Así nos tendíamos en el túnel secreto del amanecer,
alcobas que nos asumían fuera de horarios,
hoteles señalados para dormir bajo el ala del invierno,
en el recuerdo contradictorio que se establece en nuestro corazón como un depósito de estatuas.

Sólo hablábamos debajo de la sal,
en las últimas consideraciones de la estación lluviosa, en la espesa humedad de la madera.
Sólo hablábamos en la boca de la noche,
allí escuchábamos los nombres que las aguas deshacían olvidando.
Mi camisa estaba llena de huellas oscuras y diurnas,
y la Palabra, la misma, devorando mi boca,
comiendo como un animal hambriento en el corazón de aquel que la padece y la dice.

Yo miraba igual que los ríos,
verificaba las rotas murallas, los andrajos humanos que la eternidad retiraba de la muerte
igual que retiran el vendaje de la herida curada.
Yo descubría pasos en el amanecer
y me cegaba aquel silencio que como mano oscura
parecía cubrir la vida de todo lo dormido.

También el mar volvía, volvía el amanecer con su cabeza incendiada.
Y yo reconocía en el olor de la brisa la cercanía de las estaciones,
el lenguaje que despierta en la boca de los dormidos
como un enjambre de insectos húmedos y brillantes.

Y tú también volvías, volvías de alguna forma de mirar, de algún desenlace;
vana donde tu cuerpo carecía de espacio, en tu propio centro de navegación,
en ese espacio que tu tristeza concedía al rumor de las aguas.
Incorporabas tus ojos al desenlace nocturno,
meditabas tu sangre en todos los espejos penetrados por el animal de la niebla.

Y eras tú, de pie en tus ojos, como aquella que alimenta su desnudo con viento,
tú como la inminencia del amanecer que rodea con un corazón amarillo a los labios.
Tú escuchando tu nombre en mi voz como si un pájaro escapado de tus hombros
se sacudiera las plumas en mi garganta;
desenvuelta y solitaria, con entrecerrada melancolía, mirándome.

Y éramos los dos asiduos a las lluvias que desentierran en
esa pregunta que pesa tanto en los labios, el otoño al abismo,
que cae al fondo de nuestra voz sin remedio
o se agazapa en un rincón oscuro como un perro asustado
al que es inútil llamar dulcemente.

Y sin embargo, allí estábamos,
allí estábamos cuando las manos se enlazan y rozan al corazón soñoliento
como una suave advertencia,
en esa búsqueda, cuando el presentimiento de los cuerpos son los labios.

Cuerpo de viaje cuya mejor señal es una cicatriz de nube,
tú también habías escuchado en quién sabe qué momento del sosiego nocturno,
ese rumor de tela que va enlazando al océano cuando amanece,
esa primera tibieza destinada sólo para los cuerpos enlazados.

El primer rayo de sol ya ponía su adelfa en el agua,
y un roce de astros, de manos más pálidas que el esfuerzo de atardecer,
aún tocó el horizonte que el mar retiraba.

Esta vez volvíamos,
el amanecer te daba en la cara como la expresión más viva de ti misma,
tus cabellos llevaban la brisa,
el puerto era una flor cortada en nuestras manos.


MARCO ANTONIO MONTES DE OCA



  
Cargamento



     Camino encorvado por mi carga de fantasmas.
     Siento que no haya sangre sino humo en mis entrañas,
     Pero cómo pesa, cómo hunde la pisada de cada pie hasta volverla abismo.
     Cambio mis fantasmas por una tribu de ranas y zarigüeyas,
     Cambio mis fantasmas por un séquito de leones y remolinos;
     Los cambio en verdad por un plato de lava caliente.
     Se hizo arrojadizo el corazón y yo te lo envío
     Antes de que tanto fantasma me vuelva bruma las serviciales
 médulas.
    
     Que un rayo parta al rayo mismo.
     Que la luz de adentro fluya entre mis labios
     Como un bosque de miel para ti que no pesas,
     Para ti que no eres lastre que inventa jorobas para los recién
nacidos.

     Vuelve a la carga mi batallón de flores.
     En la hostia una pequeña fractura denuncia la sangre divina.
     El cielo y la tierra se juntan hasta que sólo los separa
     Un álamo que agita su follaje como un pandero.
     Ya me vence mi muerte, los fantasmas atan mi cuerpo
     En profundos esqueletos de coral.
     Doy vueltas a la noria, conozco mi deber de esclavo,
     Pero no conozco a mi dueño, ni sé por qué estoy aquí.


JAVIER EGEA




La casada infiel


                 "con la pasión que da el conocimiento"
                                       Jaime Gil de Biedma




Hoy está triste el juglar
sólo canta para ella,
que también la juglaría
tiene parte en la tristeza.
Sepan que de mal de amores
nadie está libre en la tierra.
Demasiado enamorado
-aunque ya no pueda verla-
y demasiada pasión
esta noche de tormenta,
el juglar siente en sus manos
caer el agua y la sueña.
Sueña que ve su sonrisa
-de labio a labio le tiembla-
cruzar las calles sin medio,
poner el asfalto en siembra,
hacer libre el corazón,
bajar del sueño la fiesta,
abrir los brazos de un mundo
que es otro cuando se acerca,
adelantada de abril
y la nueva primavera.
Hoy está triste el juglar,
pues es con ella que sueña.
y le reconoce al tacto
la luna de sus caderas
cuando ya, ciego en Granada,
la noche toma las riendas
y uno, sin luz, dice en versos
las soledades eternas.
Hace ya tiempo, señores,
que el juglar no puede verla,
pero a pesar de sus ojos
entre la lluvia le espera.
¿Quién le trae un lazarillo
para buscarla en la niebla?
Le canta a los cuatro vientos
y nunca halla respuesta.
Llévenle mientras el alba
un poco de buena yerba.
Den la mano a este juglar
cansado que la recuerda.
Por hoy cesa en la romanza,
perdónele su clientela:
él es un juglar de ésos
que a veces rompen las cuerdas,
de los que han amado tanto,
que diría Gil de Biedma.
Hoy está triste el juglar,
sólo canta para ella.
Se me fue con su marido,
pero yo sigo queriéndola.



EDUARDO MITRE




Enero



Querétaro es ahora el tiempo
donde encarnan
también nuestros cuerpos.

Atrás los días sin imagen,
las puertas, los espejos,
las máscaras falaces
que la ausencia ha disuelto.

Bajo el hondo sol de enero
han vuelto Aries y Sagitario
a sernos favorables.

Y es otra vez la dicha viajar junto a la luz
que salta entre las piedras y los árboles
e ir con ella
                        al encuentro del mar:
azul abierto de par en par
a la medida del deseo.



De "Líneas de Otoño"
  

viernes, 28 de junio de 2013

CARMEN MATUTE



Magia erótica



Me disuelvo
en la magia
giro
en medio del fruto
pulposo
oigo
el suave ruido
de la brasa encendida
el lenguaje húmedo
anclado en la boca.

Un tambor anuncia
tu pulso
tu obscuro río.

Cerrados los ojos
te miro
me miro
honda ceniza soy
ahora.


THELMA NAVA




El Innombrable



La sombra fue siempre la sombra
el halo que tu imagen me dejaba.

Desterrado de mi paraiso
libre por fin de tí
de tus congéneres
emerge finalmente
tu verdadero rostro.

¡Cuánto afecto, mi Dios, desperdiciado!


JAIME AUGUSTO SHELLEY


  

A Grandes Voces



Por sobre los escombros llegados a las puertas del insomnio:
veinte, treinta años doblado
en las esquinas del viento,
susurrante de palabras dormidas:
pan, hambre, a las puertas del insomnio.
Tierra, qué fríos tus senos de ciudad.
¿Hermano, una limosna, por favor?.
A la una, dos de la mañana, se apaga el run-run de los talleres.
A las dos, tres, se prende de humo, de calor
el cielo azul de las panaderías.
El árbol de sangre muge destazado en los mataderos del alba.
A las cuatro, cinco,
se alivian las calles del orín de los borrachos.

Silencio.
A las siete, ocho,
el run-run, gracias, patrón, por el trabajo,
en los talleres.
¿Una limosna, por favor,
una limosna…?


MARCO ANTONIO MONTES DE OCA




Sala de día



  Sala de día
     Dormitorio de noche
     Sin que el pensamiento
     Mueva sus cristales
     Mientras agito la cabeza
     Donde la mente colma
     Su caleidoscopio
     Con el aliento de los astros
     Y viajes centelleantes
     Y migraciones hechizadas
     Del corazón consumado
     Entre vuelos de cohete;
     Escritura que no dura
     Viajes y encuentro
     De lágrimas que vierten
     Ceniza transparente
     Vuelos dentro de la mano cerrada
     Ascuas como migajas
     Para las palomas del insomnio. -



JOSÉ CARLOS BECERRA



  
El otoño recorre las islas



A veces tu ausencia forma parte de mi mirada,
mis manos contienen la lejanía de las tuyas
y el otoño es la única postura que mi frente puede tomar para pensar en ti.

A veces te descubro en el rostro que no tuviste y en la aparición que no merecías,
a veces es una calle al anochecer donde no habremos ya de volver a citarnos,
mientras el tiempo transcurre entre un movimiento de mi corazón y un movimiento de la noche. 

A veces tu ausencia aparece lentamente en mi sonrisa igual que una mancha de aceite en el agua,
y es la hora de encender ciertas luces
y caminar por la casa evitando el estallido de ciertos rincones.

En tus ojos hay barcas amarradas, pero yo ya no habré de soltarlas,
en tu pecho hubo tardes que al final del verano
todavía miré encenderse. 


Y éstas son aún mis reuniones contigo,
el deshielo que en la noche
deshace tu máscara y la pierde.


EDUARDO MITRE




Al pie de la letra

                                                                a Guillermo Sucre


La mujer que de pronto
aparece en la esquina
como la pasante de Baudelaire.
Sus ojos de noche del Líbano,
brillosos como la piel
de los dátiles,
enigmáticos como las líneas
que traza el destino
en las hojas de coca.
Su cuerpo esbelto,
                                       su talle fino,
su andar de palmera con brisa,
su cabellera que al aire
latiga y aroma,
sus largas piernas
presentidas bajo la falda roja,
sus senos como dos olas
rompientes
a punto de perderse en el mar.

Y el mantel que prolonga a la nieve
sobre la mesa del bar
bajo la mirada que lee
lo que al azar la realidad inventa.

Y el poema que dice
al pie de la letra.


De "Líneas de Otoño"



jueves, 27 de junio de 2013

JOSÉ CARLOS BECERRA




Basta cerrar los labios



Basta morir como una lámpara desde la madrugada,
como el rescoldo de una brisa tersa;
para morir, para suministrarnos
la mano venidera del olvido;
basta decirle no al día de mañana,
basta ensayar los labios en un rumor de cera,
basta beber un vaso de agua
donde yazga el recuerdo de un ahogado.

Deja que la mano sea como un guante
que usa el corazón para tocar el brazo
o el alba de una novia entristecida.
Deja que la mano sea como un campo
donde el aire trasciende como humedad de pelo.
El otoño se despierta en mi pecho y se sacude las plumas
como pájaro caído fuera de la redondez de su canto.
El otoño se desbanda por mi pecho
como un viento veteado de árboles.

¿Quién me pone en los labios
un color de palabras donde se siente el peso de la noche?

A veces hay algo en las palabras que se dicen,
en aquellas que llevan del labio ansiosa vida,
aquellas que sollozan el paisaje
y respiran la cal de otra garganta;
que es como ponerse de codos a pensar
sobre el pretil de una tristeza antigua.

Hay playas
donde la mar resuena como carne,
como el golpe de un cuerpo que de pronto ha llorado.
Hay lagunas y juncos, estuarios
donde amarran los peces su oceanía desmedida,
y hay ríos donde la tierra llega al mar
insepulta en sus sueños imposibles.

Sufro. Sufro de esa moneda
que redondea a la mano inútilmente.
Sufro como un sentir pequeña espina
en la mirada fija de las lágrimas.
Sufro la cañamiel de una canción muy tonta.
Sufro el esparcimiento de una muerte insepulta.
Sufro la profundidad de los ríos
donde la noche tienta a los ahogados.

Paso los ojos
por la luz poco oída de una estrella.
Paso los labios por las palabras de un día,
donde el silencio crece como yedra.

Para morir, para cesar los labios
para olvidar de pronto la forma de la tierra
y salir para siempre de la asunción del mar;
no es necesario el traje de los condenados
ni la ceniza de los aturdidos.
No es necesaria la cama de los enfermos
ni el campo de batalla ya después, en silencio.

Basta un anuncio de hojas de afeitar,
basta la prosperidad de un gerente,
basta un tranvía equivocado.

Es arrojada la noche a la costa de nuestro pecho
por un oleaje de luces.
Hay un poco de acero turbado en una mano.
Hay un niño sin ojos moviéndose en los ojos

Entonces ¿cómo tomar la luna?
¿Con qué mano o qué lágrima
tocar la luz donde los labios ceden a la noche?

La respiración suena como pisar hojas secas.
El bosque es tan profundo que las manos no se encuentran.
Puedo silbar para espantar mi miendo,
para que me oigas yacer en un claro del bosque
cuando en realidad sólo hay claro en tus ojos.

Palabras y miradas transbordando ataúdes.
De ataúdes de niños
a negros ataúdes con barbas de abuelo.

A veces la noche
crece como la barba de un dios desconocido.

Cerrar los labios es quedarse a solas.
Puedes mover el frío entre tus dientes.
Puedes ver en un cuello la pasión de la tarde.
La mano puede confiarse al frío sin darse cuenta.



JAVIER EGEA




Noche canalla



Yo no sé si la quise pero andaba conmigo,
me guiaba su risa por la ciudad tan gris.
Ella tenía en su boca colinas de Ketama
y el cielo de sus ojos me pintaba de añil.

Yo vi tantas estrellas como ella puso siempre
en aquel cielo raso como un paño de tul.
Ella llevaba el pelo como la Janis Joplin
y los labios morados como el Parfait-Amour.

La he perdido en un bosque de jeringas brillantes
por donde nos decían que se llegaba al mar;
se fue sobre un caballo de hermosos ojos negros,
por más que yo me muera no la podré olvidar.

Bajo el cielo ceniza me conducen mis piernas.
Esta noche no tengo ni esperanza ni amor.
Sólo queda el calor de mi pobre navaja.
Hoy me he visto la cara de un retrato-robot.

A pesar de sus ojos he salido a la calle,
a pesar de sus ojos me ha tocado vivir .
En un barrio de muertos me trajeron al mundo.
Esta noche canalla no respondo de mí.



MARCO ANTONIO MONTES DE OCA



Insurgencia



No da la mata más planetas.
El mercurio verdoso
roe mantos del mar,
la escalera del purgatorio
y sus peldaños
de animosa hiedra.

Mas yo no pierdo
más el día
junto al pantano
que eructa y expulsa
coronas de hierro,
centelleantes fémures de fósforo,
pisapapeles que sujetaban el revuelo
del cerezo en flor.

A flote salen
luminiscencias en letargo.
Remo hasta perderme
y encontrarme al otro lado
de unas órbitas vacías.

Una reina ahogada
resurge y grita
por mis poros,
vuelve a la vida
clavando mástiles de cantos
en témpanos de oro.

Vuelan hacia la superficie
jeroglíficos de corcho,
cabelleras y guirnaldas,
doblones y marfiles
que el esqueleto de un pirata
suelta de golpe,
sorprendido por otra muerte
más profunda.
Aflora también
la domadora del infinito,
la súbita conciencia
llamativa como nunca:
la noche la baña
con su esperma de diamantes.

¡Ya surgen resplandecientes huevecillos
de otras comarcas virginales!

Un viejo carguero estalla
al tocar con la proa,
pensamientos puros
en cabezas minadas.

Me crece un pequeño rostro
en la nuca,
pasado y futuro
se revelan de consuno:
el niño que hay en mí,
es todo lo que hay en mí.

Yo vine a robarme huevos
con una colmena adentro,
cascarones que al romperse
mil migraciones liberan
en una sola bandada.

No soy joven ni viejo,
ni dueño del fuego ni su esclavo.
Sólo sé que grandes bofetas
de piedra y de olvido
me despiertan,
sólo rayos
con filo de amatista
cortan las amarras,
la venda de opio,
la engañosa mordaza de palabras,
el tramposo párpado de hielo
que se compromete a no mirar y mira.

Sólo sé trazar
delgadas estelas mayas
con mi muñón de boa,
repartir gotas de hombre
a las sedientas estrellas,
cardar la lana,
levantarme temprano,
salir de misa
con los santos atrapados
en la cauda de mi flauta.

Sé que el fondo del océano
emerge empujado
por buzos cantores
y que un día cualquiera
el hombre baja a su corazón
y sin recordar
los siglos que estuvo ausente
decide quemarse vivo,
bonzo vegetal,
dalia lenta
iluminada por la eternidad.

Piso fuerte
para que se vaya el suelo.
No me interesa la costra
en que los demás levantan
su pobre mundo.

No da la mata más planetas,
por eso me concentro
en la mesa blanda
donde mi plato se sumerge,
en el árbol horizontal
que me detuvo
entre las paredes del barranco.

Pienso en el pasamanos
forrado de piel humana
y en su caricia
trenzada al horizonte.

¿Qué tal si la clara corriente cotidiana
llega a ser un día
la verdadera excepción macabra?
¿Es más creíble
el apagado reino evidente,
sólo porque a diario
padecemos sus alucinaciones?

Inmóvil estoy,
árbol de fuegos fatuos,
sílaba repleta de plegarias,
erizada orilla
que arroja al vacío
el pletórico mapa del tesoro.

Abandono la luz del trébol.
Que me perdone la gaviota
anidada con todo y vuelo
en la fronda del ocaso,
que me perdonen los amantes
de nuevo invocados
por la pureza que creían llamar.

Recomienzo mi vida,
mancha que da flores
en el borrador de otro universo.