viernes, 5 de septiembre de 2014

RUBÉN DARÍO


 
Divina psiquis
 


¡Divina Psiquis, dulce mariposa invisible
Que desde los abismos has venido a ser todo
Lo que en mi ser nervioso y en mi cuerpo sensible
Forma la chispa sacra de la estatua de lodo!

Te asomas por mis ojos a la luz de la tierra
Y prisionera vives en mí de extraño deseo;
Te reducen a esclava mis sentidos en guerra
Y apenas vagas libre por el jardín del sueño.

Sabia de la lujuria que sabe antiguas ciencias,
Te sacudes a veces entre imposibles muros,
Y más allá de todas las vulgares conciencias
Exploras los recodos más terribles y obscuros.

Y encuentras sombra y duelo. Que sombra y duelo encuentres
Bajo la viña en donde nace el vino del Diablo.
Te posas en los senos, te posas en los vientres
Que hicieron a Juan loco e hicieron cuerdo a Pablo.

A Juan virgen y a Pablo militar y violento,
A Juan que nunca supo del supremo contacto;
A Pablo el tempestuoso que halló a Cristo en el viento,
Y a Juan ante quien Hugo se queda estupefacto.

Entre la catedral y las ruinas paganas
Vuelas, ¡oh Psiquis, oh alma mía!
-Como decía
Aquel celeste Edgardo,
Que entró en el paraíso entre un son de campanas
Y un perfume de nardo-,
Entre la catedral
Y las paganas ruinas
Repartes tus dos alas de cristal,
Tus dos alas divinas.
Y de la flor
Que el ruiseñor
Canta en su griego antiguo, de la rosa,
Vuelas, ¡oh, mariposa!,
A posarte en un clavo de nuestro Señor

 

 

LEOPOLDO LUGONES




Contrabajo

 

Dulce luna del mar que alargas la hora
de los sueños del amor; plácida perla
que el corazón en lágrimas atesora
y no quiere llorar por no perderla.

Así el fiel corazón se queda grave,
y por eso el amor, áspero o blando,
trae un deseo de llorar, tan suave,
que sólo amarás bien si amas llorando.

 

 

ENRIQUE LARRETA



La fragua

 

Pinta el fuego con brocha anaranjada
la tiznada pared. Ya la blancura
del caballo se enciende y la herradura
es en el yunque fruta colorada.

No importa que mi vista fascinada
mire tan sólo el hierro que fulgura.
Lo que triunfa en mi ser, lo que perdura
es un son de campana amartillada.

Velo que así levanta misteriosa
la gran naturaleza. En cada cosa
su ritmo. Ritmo toda, por su ritmo

se descubre. Los golpes que escuchamos
muévelos a compás un logaritmo
de la música inmensa en que ondulamos.

 

 

RICARDO JAIMES FREYRE



Lo fugaz

 
La rosa temblorosa
se desprendió del tallo,
y la arrastró la brisa
sobre las aguas turbias del pantano.

Una onda fugitiva
le abrió su seno amargo
y estrechando a la rosa temblorosa
la deshizo en sus brazos.

Flotaron sobre el agua
las hojas como miembros mutilados
y confundidas con el lodo negro
negras, aún más que el lodo, se tornaron,

pero en las noches puras y serenas
se sentía vagar en el espacio
un leve olor de rosa
sobre las aguas turbias del pantano.

 

 

 

GUILLERMO VALENCIA CASTILLO




Melancolía

                                    Grabado de Durero

  

¡Oh vagos matices
                 de lánguidos grises
que ahuyentan la calma
                  si invaden el alma!
¡Oh dolor sincero
                   de la Fantasía!
¡Oh Melancolía
                    de Alberto Durero!


Cuadro que despiertas
                     las visiones muertas
que forjó el Anhelo
                     para mi consuelo,
simbólica mano
                     con líneas febriles
trenzó en tus perfiles
                     al Género humano!


La luz amarilla
                     que en ráfagas brilla
y apenas alumbra
                      la tibia penumbra,
dorando los muros
                      en negro recorta
la vieja retorta
                      de picos oscuros.


La Kábala eximia,
                      los trazos de Alquimia
fatigan la alfombra
                      cargados de sombra...
Y en negras marañas
                      sobre las paredes
se enredan las redes
                      de las telarañas.


Alada figura
                      de etérea blancura,
los seres olvida
                      de flores ceñida:
Yo finjo que vierte
                      su labio de diosa
la paz de la fosa
                      y el don de la muerte.


La angosta persiana
                      de vieja ventana.,
sugiere sin tules
                      los cielos azules,
y sobre las alas
                      de lóbrego piélago,
gigante murciélago
                      sacude las alas.


Cual fijo en papiro
                      la piel del vampiro
despliega en la sombra
                      vocablo que asombra.


¿Quién lo escribiría
                      con burla macabra,
aquella palabra
                      de «Melancolía»?


¿Es débil gemido
                      que anuncia el olvido,
o símbolo oscuro
                      que cifra el futuro?
¿Es la oculta clave
                      del amor humano,
o el ¡ay! de un gusano
                      que quiso ser ave?


¡Oh vagos matices
                       de lánguidos grises
que ahuyentan la calma
                       si invaden el alma!
¡Oh, dolor sincero
                       de la Fantasía!
¡Oh Melancolía
                       de Alberto Durero!


Cuadro que despiertas
                       las visiones muertas
que forjó el anhelo,
                       para mi consuelo,
simbólica mano
                       con líneas febriles
trazó en tus perfiles
                       ¡al Género Humano!

 

 

JULIÁN DE CASAL



8. Tardes de lluvia



Bate la lluvia la vidriera
y las rejas de los balcones,
donde tupida enredadera
cuelga sus floridos festones.

Bajo las hojas de los álamos
que estremecen los vientos frescos,
piar se escucha entre sus tálamos
a los gorriones picarescos.

Abrillántase los laureles,
y en la arena de los jardines
sangran corolas de claveles,
nievan pétalos de jazmines.

Al último fulgor del día
que aún el espacio gris clarea,
abre su botón la peonía,
cierra su cáliz la ninfea.

Cual los esquifes en la rada
y reprimiendo sus arranques,
duermen los cisnes en bandada
a la margen de los estanques.

Parpadean las rojas llamas
de los faroles encendidos,
y se difunden por las ramas
acres olores de los nidos.

Lejos convoca la campana,
dando sus toques funerales,
a que levante el alma humana
las oraciones vesperales.

Todo parece que agoniza
y que se envuelve lo creado
en un sudario de ceniza
por la llovizna adiamantado.

Yo creo oír lejanas voces
que, surgiendo de lo infinito,
inícianme en extraños goces
fuera del mundo en que me agito.

Veo pupilas que en las brumas
dirígenme tiernas miradas,
como si de mis ansias sumas
ya se encontrasen apiadadas.

Y, a la muerte de estos crepúsculos,
siento, sumido en mortal calma,
vagos dolores en los múscolos,
hondas tristezas en el alma.