"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
martes, 14 de noviembre de 2023
SERGIO GARCÍA MONGE
A ti
A ti Girasol, Clytia vegetal
Que representas
con tu heliotropismo
La fidelidad
de un amor no correspondido
Hermoso
corazón, que al final se queda
De cara
al oriente, en espera del sol
Pero
yo celebro
Tu forma
y tu color
Tu verde
y robusto tallo
Tu ovalo
de marrones flores tubulares
Tus flores
liguladas de amarilla alegría
HERNÁN LAVÍN CERDA
Canción
de la señorita
No es fea la señorita que aparece de perfil, no muy lejos
de la luz casi imperceptible de aquella luna,
y repentinamente de espaldas: no es fea,
ni muy poco, apareciendo, ni muy mucho, desapareciendo,
aunque no deja de ser una esclava de su nariz aún más curva
y más larga que espíritu de Amedeo Modigliani:
no es fea la señorita con su boca de animal
tardígrado y muy grande, aún más grande
que el alma curva y traviesa de su larguísima nariz.
No es fea con sus ojos de perra asiática, muy amarilla
en los párpados, más bien ictérica, y con las pestañas
aún más curvas y más lentas que la curvatura de la bóveda celeste:
no es fea la señorita de las orejas como alambiques,
las rodillas agudas, esquivas, en forma de espirales,
y los pies aún más torcidos que el veneno de algunas víboras.
Por muy fea que pueda llegar a ser, no es fea, ni muy
mucho, apareciendo, ni muy poco, desapareciendo, no es tan fea
la señorita de frente o de perfil, en cuyos ojos hay aún más ternura
que en los ojos equívocos del oso hormiguero,
ese mamífero con voracidad de hormigas, aquel impulso del carnicero y
mamífero que nunca dejará de multiplicarse
como las hormigas, desde la época del Antiguo Testamento.
No es fea la señorita que aparece de perfil, no muy lejos
de la luz casi imperceptible de aquella luna,
y suspicazmente de espaldas: no es fea,
ni muy poco ni muy mucho, aunque no deja de ser
aún más torcida y más larga
que la lengua de algunas víboras.
SHAMSHAD KHAN
Estoy impaciente
por sumergirme en la cama
con personas
que sepan dónde los dedos
y las palabras quedan mejor
y dónde no
me he quitado la ropa y camino en el frío
para cualquiera que entienda mi desnudez
vea el vestido de hilos silenciosos
del espíritu
y me vea vestida
y cálida
soy una red de bambalinas y deseos
no podría bloquear el camino
a ninguna cueva
en la oscuridad
lamo la humedad
de tus ojos
hablamos con la misma lengua
tú y yo
lo que no traigo puesto
lo sostienen tus manos
y donde sea
que no esté seco
está húmedo
y tu lengua inquieta
sólo tiene que mirar
MARÍA BARANDA
Víbora
i
Y
dije víbora y me vi desenroscada, cardial y única,
carnavalesca y dicha, más viva por el árbol simple
de la lengua, más pronta entre los gestos de cuanta sangre
salida de mis ojos en un punto de-qué-cosa, en la raíz
certera de cuánto-se-hace-uno en ese tiempo solo
en que se inscribe el miedo entre los pliegues de la dermis.
Y luego, la carne fija en tinta, me aglutiné imaginada a ser
lo que yo soy en esa realidad entre la hierba concebida
en demasiada sombra, en demasiada hambre
buscando el grito sin remedio, los labios ya muy juntos
donde hay lo que se exalta y se repite, se enrolla en sí
cambiando siempre en la natura para decir: soy lengua.
Fui lengua en otra escala resquebrajada y dulce
para ser goce de boca, placer del habla que fulgura:
dije víbora y fui amplia, opulenta, pájara cierta
desnuda al cielo, niebla labializada y dicha: vuelta
a decir niña en el animal de sombra, en el espacio oscuro
en ese grito escrito donde se lee de lleno: poema.
ii
Sangre en la vena cava. No soporta los hurtos.
Sangre venosa en la parte anterior, rápida en el tropel
en esa deglución de una palabra incierta en otra y otra...
o en esa parte blanda donde se bebe el desamparo
de una idea que nos contiene a todos, nos dilata
y subyuga ante el silencio de una figura indivisible:
el verbo, el verbo puro. El corazón se sacia, vence
los sueños máteres bajo el cristal de los colmillos
como un sol oscuro y húmedo lleno de nada y tiempo. Tiempo
que descoagula, se extiende más allá de aquellos páramos,
se deshabita y se enturbia en la cabeza. Beben sus labios
ávidos de otros números, decantaciones, profecías en el agua:
como una nube densa te formaste barroca y resurgida,
tu nombre caído en el galope de lo más fácil como insistencia,
el arrepentimiento corrompido en tu sintaxis. Las nervaduras
generan género y distancia, son parte de otro idioma, umbral
de acentos y de sílabas donde respinga esta otra ira innata
que esplende una nueva fornicación entre tus páginas.
iii
Poema el mundo hasta volverse único, pervivo
bajo el idioma en tiempo, protuberante y acertado
junto a los logros dónde, cuando se mezcla ahora
y si se avanza en madres, madres que se deslíen
y hablan susurrantes y salivosas, más vivas todas
entre los troncos de una idea violentada.
Trechos enmascarados por oros musgos, maderas
rotas, cerraduras de tantos los cielos secos
aferrados en esa piel turbia y escrita.
¿Hasta dónde lo que se ve se escucha
como un aullido (sácalo) casi en lo lejos (pronto),
casi deseado (dilo) como una felicidad que irradia?
Lo que no está es sólo un vaho en síntesis
profano y dicho, pensado en éter para la rana muerta
como si fuera una argamasa próxima a qué sitios
y dónde se purifica el todo en el consuelo hueco
de siempre entre tus partes sombras de ser animal
sitiado por otro animal aquí en el miedo de mi boca.
iv
Chúpame lenta, enclava tus sílabas y canta.
Cántame. Sé de mí círculo y abandono. Idea.
Destello del sol en mi cabeza. Áurea de mí,
centrada y siempre verdadera. Mítica gorgona,
esculpe tu lengua bífida por mis curvas
y entroniza todo lo conocido que enamora.
Unta el amor en tu hálito. Solloza.
Deja que escriba yo sin miedo ni pánico,
que me descuelgue más allá de la rama más larga
y que escuche tu sintaxis primera, tu sueño
tan amoroso de bala en el monte enterrada,
ínflame al viento jugueteando en mi nombre
hasta preñarme tanta, como una idea vasta
y redonda, una sola que me cubra
y denuncie la luz ya separada de la esfera.
Entonces digo: cuánta la sangre misma
por mi cuerpo, cuánto el misterio que respira
en capas y capas de palabras: escribo.
v
Hay hijos viejos alcanzados ya por otros vértigos.
Ángeles sin espejos, nadies que buscan la miseria
de un canto, el hambre de una hipótesis innecesaria.
Nada sirve, todo es saber morir entre las líneas ávidas
de una primicia bífida::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::
Guardo a una niña ancestral en mi cama. Me pica.
Filamentos entre sus ojos donde respira un rio invisible
en un gesto. Uno solo. Uno como un lento murmullo
que envenena. Ahora, su lengua clama por nuevos paraísos.
Extremos de un mundo donde los perros pierden
su hueso de noche. Fue noche cuando se escucharon
cuchicheos de hombres sordos en los pasillos.
Ya no hay poema. Todo se va poniendo sobre ladrillos,
entre las uñas de los muertos. Cantos junto a la piedra,
el botón de fuego de un mex-mex auténtico. Y basta.
Todo es suficiente en el paladar anónimo. Y no hay extremos.
Sólo una brisa como un heraldo de madre abierta, madre cd,
madre poema, novicia fornicadora, víbora desterrada, mía:
vi
Mátala, exprímela, sácale todo el jugo.
Deja que no se arrastre en la conciencia.
Chupa su luz de viento, escúrrela. Dile adverbio,
verbo, sintaxis trunca, vieja acabada: majadera.
Piérdela al filo de su figura. Detenla.
Dile que ya no hay savia, ni jugo, ni letra.
Una gruta es su lengua, un recipiente abierto.
Su sed es tierra. Su ausencia. Sombra su corazón,
cáscara, sutura de la tierra seca. No tiene orejas.
pero escucha, escucha bajo las piedras lisas
escondida junto a un pubis sin sexo. Ranura sin espera
ni hijas, gajo de gesto húmedo, la víbora
es pensamiento, razón endurecida, hueco de un dios
áspero y pardo, falible y poroso, chacharero,
muela en el llano, padre, padre, dije padre
vine a decirte lo que me dijo madre que te dijera
entonces, todo se dice cuando claudica el tiempo,
silba en su redoble y se enclava en la garganta.
MAURO HERNÁNDEZ FUANTOS
Cúmulus
recreándote
mintiendo.
Gotas
que te han recorrido
y buscan formarte
interesadas en ti:
ojos sepia
cabello cimarrón.
Manada
de cúmulos
borregos quiméricos
a la vez tú y cabra, toro y malta.
Ya frustrada;
no iguala colores
ni tu forma:
ojos, cuello, cenizas.
fermenta,
remplaza stratus por nimbus
que precipitan,
regresan a tu vuelo,
se entusiasman,
escurren por tu nariz, mentón, cabellos y
rodillas,
regresan, se pierden de nuevo.
Caen, te confunden con asfalto, banqueta y
árbol.
Intentarás
de nuevo ser nube
te confundirán:
cerro, diamante, leona y lata.
EDUARDO CASAR
El sueño recurrente
Miro las ruinas y los colores: qué gama
de ocres y de cercos y de grises.
El escenario parece incompleto,
como si faltaran enseres para hacerlo creíble.
Alguien dirige el sueño.
Alguien eligió a los actores y los está enfocando en plano medio.
Un guión incompleto, con los bordes quemados
(como los mapas del tesoro de un niño),
es lo que saben de memoria. Y además improvisan.
¿Por qué siempre la casa sobre las montañas que dan al mar?
¿Por qué siempre durante un viaje de estudios, un congreso,
una comunidad de comentarios?
Alguien debe estar dirigiendo.
Tú sólo eres el set
de un guión lleno de huecos.
lunes, 13 de noviembre de 2023
HERNÁN LAVÍN CERDA
Sabiduría
de los zapotecas
Como los zapotecas, yo también sospecho
que incinerar a los que acaban de morir con el dibujo
de aquella sonrisa en los labios, no es una buena costumbre.
No solamente desaparecerá la visión del mundo
en los ojos de los muertos, sino además el jardín
o el precipicio donde aún habitan sus almas.
Entierren a los que acaban de morir, si aún les parece bien.
¿Por qué no los entierran bajo el poder y la gracia
de aquellos árboles cubiertos por el esplendor de las flores amarillas?
Si ya no hay otro camino, será mejor que los entierren, paso
a paso, en su visión del mundo, sin enterrarlos nunca.
No permitan que los muertos al fin se precipiten
a la fosa común dominada por los hijos del Dios del Fuego.
Como los zapotecas, yo también me deslizo
entre aquellas nubes que se abren y se cierran, como aves
que se deslizan entre la primera luz
del crepúsculo del amanecer y aquel asombro
del crepúsculo del atardecer
durante la ausencia de su primera y última luz.
Como los zapotecas yo también sospecho
que incinerar a los que acaban de morir con un soplo de vida
o con aquella espiral del vértigo en sus labios, no es una
buena costumbre.
SHAMSHAD KHAN
Corazón (envoltura)
amarro mi corazón
con fuerza
lo envuelvo firme
fuerte
fue como te lo entregué
cómo me preguntaste
qué había en este extraño paquete
primero con cautela
y después en tus manos
y sintiendo su calor
y el débil latido
adivinaste
y desde entonces
lo has arrastrado de la cuerda
que con tanto cuidado até
para protegerlo
cómo te reíste
capa tras capa
lo desenredaste todo
hasta que quedó abierto ante ti
cómo sentiste repulsión
al ver
la pálida sangre carne vacía
también yo retrocedí
reconociendo apenas la masa a medio cicatrizar
ante nosotros
asqueado por las cicatrices
no preguntaste
en qué batalla fueron ganadas
sino que huíste
los de corazón débil
(susurré)
no heredarán
y comencé otra vez
a envolver.
JOSÉ ANTÔNIO CAVALCANTI
Galés
remos remos
raros
leves
braços
penas
riscando
traçando
marcas
rotas
nas
águas
com asas
remos remos
verdes
duros
ramos
cortes
flutuando
desafiando
portos
mortos
nas
vagas
com facas
remos remos
puros
novos
letras
rumos
inventando
navegando
mares
mundos
no
futuro
com procuras
remos
remos
tristes
largos
ritmos
risos
talhando
amanhecendo
rugas
cantos
nas
travessias
com profecias
MAURO HERNÁNDEZ FUANTOS
Llevo
el silencio sobre los hombros
mi silencio:
copa de árbol podado.
Vadeando el rumbo de mis pasos,
lo sigo como higo al suelo
hijo de árbol
copa de higuera callada.
Desde
mis hombros
pide favores tocándome la oreja.
Yo lo veo con el rabillo del ojo:
“mírame silencio,
háblame silencio,
silencio:
deja de ser silencio”.
Y
él, antes callado:
“si del silencio hablas
es porque no hay mucho que decir”.
Espera
el silencio
después de que exhale un suspiro
habla por mí.
ENRIQUE BUTTI
Caperucita Roja despide los despojos del Lobo Feroz
Rerum annihilatio
Hobbes
Nunca nunca me resignaré
Madre Lobo
al Paraíso Perdido de tu vientre
abuelita y yo
en tu seno generoso
Madre Lobo
te entregaste a
flores y mieles
para alimentarnos
la cofia y el camisón de abuelita
ya no los usabas por astucia
sino por felicidad
de encinto
tejías, te preparabas tisanas,
te hamacabas mirando el atardecer
te arrebujabas
junto al fuego.
Oh, tirano, quédate un poco quieto
te ordenábamos
abuelita y yo
entre risitas.
Abrazadas
hablábamos como siamesas.
Madre Lobo
que empollabas
la representación de nuestro mundo
fantasma de la oscuridad,
nuestra filosofía de la caverna.
Tirano, no creas a tus ojos
sino al doble seso
de tu estómago.
Dábamos pataditas,
te oíamos gruñir
dulcemente.
El lobo es la mujer
de las mujeres,
te complacía escucharnos
sentenciar.
Tirano,
lo despertábamos en medio de la noche.
¡Tirano!,
le tirábamos palabras
y él se adormecía al arrullo
de nuestro ronroneo.
Después, ya se sabe,
vino el estúpido leñador
mató a mamá lobo
y nos dejó otra vez
a la intemperie.
La primera palada
de tierra
que echaron sobre la fosa
entró en tu pecho
despanzurrado
Lobo Pachamama.
Abuelita ya no quiso vivir.
Yo voy por el mundo
sola como un perro
alejándome por los campos
para aullar a la luna
¿Lobo está?
escarbando en tu tumba
que está en todas partes.
EDUARDO CASAR
Escribir x escribir
Se trata, simplemente, de ponerse poético,
en las rodillas de la genuflexión
(genus =rodillas) (flexión) de las palabras,
como siempre
que
acometemos algo al despertarnos
o nos vamos al campo o viene el campo
a tocarnos la puerta por descuido.
Se trata simplemente de ponerse a las órdenes,
las mendicantes órdenes
de la palabra
escrita.
Por consiguiente y por amor que es como surgen
los manantiales vientres de las cosas, el primer día
puede o tiene que ser
una especie de semilla del Nilo, un programa, un manifiesto
que consagre reuniones, discrepancias,
como todo
cuando es acordado entre dos entes dados
de salud y tinieblas, o por qué no
las cuerdas, o por qué no
una rara cavidad en el mar,
o
las ganas de llegar hasta donde
ni tú ni yo sabemos, ni nosotros,
como si fuera un mapa, o el periplo
de los nombres que están en la memoria.
Continuemos: que no tuviera orografía ni nombres, ese mapa,
solamente el trazo que zarigüeya
y no encuentra una cárcel
que reproduzca olores del contexto,
la encrucijada o la nariz que se bifurca y convierte
a los cuatro caminos de los hombres,
el arriba y abajo, el adentro y afuera,
en una forma rara
de quedarse callados mientras llega la lluvia.
Afuera está lloviendo: ese tipo de agua delincuente
a nadie le hace nada,
nadie le tiene miedo, pobre lluvia que ni siquiera toca
la superficie seca de las cosas,
sólo el lado interior con sus arenas,
sólo sus mecanismos de reloj de pared
y los esmalta.
Hoy, por ejemplo, (aunque hoy es cualquier día,
depende quién lo diga, desde cómo, hasta cuándo)
lo que se nota más
es la luz que calienta al mundo utilizando tonos
demasiado brillantes, la alfombra menos persa
de la vegetación más verde
que se siente (la alfombra) cálido invernadero,
pezón de vida duplicada en los cielos del celo,
las orillas de todo se disuelven,
el ser se vuelca en res,
las sillas de madera en sus nudos hinchados,
todo se vuelve sangre, el tiempo es trago fuerte
pero en verdad no puede
disolver ya la sangre,
sangra lo blanco como si fuera sueño,
todo lo iluminado, centímetro a centímetro
edificando próceres, siluetas personales,
maneras de moverse, la sombra de la planta que parece que finge
archipiélago oscuro allá en el ogro golfo de un rincón,
la escultura del pez señalando el poniente, como una negra
veleta submarina en el fondo de un parvo oceáno transparente...
RAÚL GONZÁLEZ TUÑÓN
No preguntaron
Vinieron
de tierras subidas a los mapas.
Según la latitud agrias o dulces,
duras o fraternales.
Oh viajeros,
con puñales, con rosas, fotografías de jefes queridos,
de niños solos, lugares y muertes.
No
preguntaron.
Así
vinieron,
nadie los llamó.
Un día llegaron a morir en los muros de la ciudad
sitiada,
de la que sólo vieron sus orillas.
No
preguntaron.
¡Tan
delicadamente!
Qué aristocracia popular,
qué señores de la sangre y qué ilustre morir
cuya herida
explicaba el secreto de la pólvora.
No
preguntaron.
Ellos,
los hombres de la primera columna voluntaria,
no preguntaron ¿cómo va el museo?
¿dónde están las mujeres y las coplas?
¿cómo se come aquí? ¿dónde está la taberna?
¿cómo se va a la catedral? ¿dónde está el cementerio?
ni cualquier otra cosa que pregunta un viajero
que conoce la sed, el hambre, el mundo.
No
preguntaron.
domingo, 12 de noviembre de 2023
HERNÁN LAVÍN CERDA
Descubrimiento
de la lluvia
Dicen que mucho antes del descubrimiento de la lluvia,
las mujeres se bañaban con el polvo
que algunos reconocen como la luz de las estrellas.
Dicha forma de bañarse fue siempre un enigma
y las mujeres bailaban y se reían sin descanso
como si la fiesta no tuviera un final en este mundo.
Melancolía y asombro en aquellas noches del origen,
cuando la lluvia era otra dimensión de la utopía
y bailábamos en el polvo con los senos desnudos
como si la resurrección fuese posible.
Dirán que mucho antes del descubrimiento de la lluvia,
las mujeres desconocían el odio
y observaban la velocidad de las estrellas
cuya luz no era todavía un fenómeno de naturaleza metafísica.
Algo de temor en aquellas noches del origen,
cuando el amor y el odio no existían más allá del simulacro
de algunas mujeres que bailábamos sin culpa,
después de vislumbrar que la resurrección
era un alumbramiento cuyo misterio se originaba
en la más absoluta inocencia.
SHAMSHAD KHAN
La parte posterior de tu cabeza en el espejo
caigo desplomada
cuando doblas las rodillas
cuando nos encontramos
no te puedo levantar
se acabó el tiempo
en el que alborotabas mi cabello
yo corto
y corto
cortes definidos hago
estando consciente
medias lunas de cabello negro
entre nuestros pies
y giro la silla
LUIS VICENTE DE AGUINAGA
Curso elemental de toponimia
Esta
ciudad, si se llamara Desde Cuándo,
estaría inhabitada.
Si
constara en los mapas como Acaso.
Si
los antiguos volvieran a fundarla
—con varas de ceniza, coágulos de polvo—
y la nombraran sólo Por Ahora.
Sin
mirar —siquiera de reojo— los anuncios,
por túneles de sombra
por carreteras curvas como engranes,
el vecino se iría del vecindario,
el agua, de la fuente,
de la noche los ojos encendidos,
del nombre cada sílaba,
del tiempo cada pausa,
si esta ciudad, llamada Como Siempre,
se llamara también de otra manera.
EDUARDO CASAR
El sueño recurrente
Miro las ruinas y los colores: qué gama
de ocres y de cercos y de grises.
El escenario parece incompleto,
como si faltaran enseres para hacerlo creíble.
Alguien dirige el sueño.
Alguien eligió a los actores y los está enfocando en plano medio.
Un guión incompleto, con los bordes quemados
(como los mapas del tesoro de un niño),
es lo que saben de memoria. Y además improvisan.
¿Por qué siempre la casa sobre las montañas que dan al mar?
¿Por qué siempre durante un viaje de estudios, un congreso,
una comunidad de comentarios?
Alguien debe estar dirigiendo.
Tú sólo eres el set
de un guión lleno de huecos.
ANTONIO TELLO
I
Quizás
ayer, en el equívoco trance entre el recuerdo y el sueño,
fue cuando empecé a reconocerme en los gestos de mi padre.
La brisa caliente del incendio final, o su memoria,
me trajo su rostro antiguo;
el argentino brillo de las adargas hispanas
asomadas por la boca de la bestia, que acezaba
el húmedo furor del instante inevitable.
En la tormenta de su mirada percibí el acero
Penetrando en el corazón del pájaro,
el azoramiento del paisaje con sus lagos volubles,
el olor de la sangre, el desgarro del fuego,
el estertor de la ciudad sagrada.
Quizás desde ayer, mientras el colibrí bate sus alas y el viento secular
gasta los vértices de la Gran Pirámide, espero el auxilio de los dioses.
II
Desde la torre escasa que apuntala el día
he visto
el portentoso salto de la bestia sobre la sima
de cadáveres mutilados; a la tácita lanza
penetrar por la cruz del caballo
y a su punta mortal asomarse por la cinchera…
he visto
los dientes del equino en la inútil porfía de
morder el viento que sacudía su noche repentina
y a sus cascos eludir la mirada del jinete decapitado;
a la súbita lámpara iluminar el asombro del toro…
he visto
el puño huérfano de brazo ciñendo la espada
y a Picasso testificar la infamia humana…
he visto tanto que, desde aquel día en que oí el relincho
final mezclarse con el estruendo de la guerra,
busco entre las ruinas la herradura que el potro perdió
un segundo antes de su salto interrupto y que de no calzarla
le hubiese evitado –tal vez- compartir la suerte del jinete.
JOSÉ ANTÔNIO CAVALCANTI
Los poemas perdieron sus palabras.
Han caído, como dientes cariados,
en agujeros negros,
sórdidas rutinas,
fallas tectónicas.
Las palabras murieron ahogadas
en dosis letales de sonoridad,
se han convertido en fantasmas en el aire,
aves volatizadas,
despedazadas sílabas muertas.
El poeta es mímico y malabarista de lenguas
que ya nadie puede escuchar.
El arte se volvió en álgebra invisible
en estos días de solombra.
No hay más invención ni proyecto;
sonríe la estética de la midia
sob el cielo de acetato.
El tiempo fue expurgado
de cualquier temporalidad,
y alguien ha hurtado lo real
y sus márgenes de sueños:
nadamos en charcos de lama y plástico
en la ciudad sin metáforas.
Quizás ahora, que no hay más poemas,
podamos escribir un poema imposible.
sábado, 11 de noviembre de 2023
HERNÁN LAVÍN CERDA
El
ataúd amarillo
Yo, el ataúd amarillo todavía, estoy muy triste
porque se me murió, dicen
que se me está muriendo el cadáver
y no puedo, dicen, ya no puedo, aún dicen
que no podré enterrarlo en lo más profundo
de mi vientre.
No hay espacio, cómo me duelen los huesos, no hay ni habrá espacio:
quisiéramos dormir, no es algo fácil,
vente a dormir junto a mis huesos, es mejor
que te subas ahora mismo, vente a dormir con mis huesos,
y al fin me voy, me iré en el aire, me voy durmiendo poco a poco.
Sueño que aún estoy muy triste porque no sé a quién corresponde
el cadáver, este pobre cadáver que recién se nos ha muerto
y no sabría cómo resucitarlo en lo más profundo de mi vientre:
no hay espacio, el cadáver sonríe, tiembla, sonríe una vez más,
se agita en su larga muerte sin caber en mí, no hay espacio.
Entonces yo, el ataúd amarillo, trato de escaparme lejos de la ciudad
y termino en aquel rincón de un velatorio público
donde aún me observan dos mujeres de una edad indefinida.
Una de ellas dice después de un silencio que parece inagotable:
Dios mío, este pobre y melancólico ataúd, como don Juan Rulfo,
no tiene dónde caerse muerto y le fallan las rodillas,
que en paz descanse,
le fallan y le seguirán fallando los huesos de la memoria y el abismo
de las rodillas.
¿No crees que debiéramos morder su lengua
para ver si permanece mudo, si al fin se levanta
o reacciona con asombro y algo de locura, mandándonos al infierno?
Claro que sí, responde la otra mujer y muerde al ataúd
en una de las últimas articulaciones de su cadáver
que no tiene dónde resucitar o más bien caerse muerto.
Amarillo en su espíritu, el ataúd se estremece
y es capaz de emocionarse hasta las lágrimas:
"Esperé a tenerlo todo", dice, más bien piensa y
suspira
sin saber muy bien lo que al fin dice apenas: "Nos
llegaban rumores".
De pronto salgo del sueño y no estoy muy triste, por fortuna, pues
ya no me importa saber a quién pertenece
el cadáver que se acaba de morir de a de veras,
ese pobre cadáver que recién se nos ha muerto y no hay espacio,
la resurrección es amarilla, nunca hay espacio, no hay
ni habrá espacio para sepultar al moribundo
en esta tierra de nadie, junto a los huesos de Juan Rulfo
que todavía nos alumbran más allá de San Juan Luvina, de olvido
en olvido.
ELIZABETH NEIRA
Algunas
consideraciones acerca del estado del arte en Chile
Amor mío
debo confesarte
que
los poetas, en general
no todos, claro
lo tienen
chico
pero entusiasta
Los
pintores
en cambio
lo tienen grande y gordo
pero débil como una ballena agónica, varada en costa equivocada
Los
milicos y los pacos
imagino
lo deben tener duro y arqueado
como sus corvos asesinos
El
tuyo mi amor, en cambio
es hermoso como un arcángel
pero está lleno de veneno
ÁNGEL ORTUÑO
Historia natural y moral de las Indias
Somos
el armadillo, el mono
araña, el perro
chihuahueño, la llama.
Nunca
tuvimos oportunidad de subir
al arca de Noé.
Pero
no nos ahogamos
sino en el dolorido asombro
de algún fraile
y en
el olor del cuarto de la adúltera.
FRANCISCO MONTAÑA
Los habitantes
No
son peces los que habitan el agua de las ciudades.
No,
otros seres circulan en su densidad.
Dejan que un abrazo envuelva sus cuerpos, no amoroso ni cercano,
el producto de la circunstancia, de la cañería, del cauce incontrolable del
desagüe.
Pero,
éstos son sus habitantes:
un poco de mierda que pierde densidad,
el resto de semen que se escapa de las piernas,
un escupitajo y la juagadura de un cuerpo cansado…
lágrimas que vuelan como ángeles invisibles,
sombras y texturas,
siempre restos, deshechos, basura
y también burbujas,
instantáneos cristales para un adivino que vendrá,
formas sujetas a la nada.
No
son esqueletos de pescados los que adornan las ventanas de los niños que se
asoman y no ven ninguna playa,
tampoco son sus ojos sin párpados los que miran fijamente hacia los lados,
ni sus bocas que se abren y sujetan la vida del hilo suave del aire,
no, no son peces.
Otros
seres pueblan esta agua,
animales sin nombre ni recuerdo, cercanos a los sueños, con la piel esquiva
como el rastro líquido de la mirada,
cuerpos ajenos a cualquier taxonomía.
Almas pasajeras y disueltas.
Un poco de aire, un sonido cansado que estremece los tubos, lengua de un mundo
que poco importa,
un temblor de tuberías, juagaduras que nadie reclama,
movimientos caprichosos de texturas maleables,
nada que merezca la atención.
FABIO MORÁBITO
Dos poemas
Quedó cautiva la pelota
entre las ramas.
Ellas le tiran piedras,
pero no pueden verla y tiran a lo menso.
Cansadas, se sientan en el pasto.
Así, de vez en cuando
una pelota logra que la olviden.
Renuncian a bajarla, se hacen grandes
y la pelota ahí, mientras maduran.
Pero la rueda no es la misma: dos
se han ido,
se va otra más y queda
sólo una,
y la pelota ahí, cautiva,
ya parte, se diría, de la corteza,
mientras la cuarta, que no olvida,
sigue tirándole a lo menso.
* * *
Si observo un punto en el piso
o una mancha en el muro
se vuelven en seguida
un insecto que se mueve.
Me digo: no es verdad,
pero la agitación prosigue,
hay algo que palpita
frente a mí, se arrastra, lo estoy viendo.
¿Es cosa de la presión alta
o de la presión baja?
¿Cuál es la presión justa
de las arterias
para poder mirar un punto
largamente
sin irse por las ramas?
Extiendo el brazo
y toco el punto: es sólo un punto,
vuelvo a mirar y el trance
recomienza: se ha movido,
me miro el dedo a ver si tiene sangre.
EDUARDO CASAR
Los signos cambian
Los signos cambian
desde la utilidad del agua
hasta la rotación del cuerpo y la mirada.
Si ponemos el (agua) entre paréntesis
inventamos un charco o una presa;
si la ponemos entre guiones
-agua-
un sistema de riego;
si va entre admiraciones
es la sed la que se abre
paso hasta nuestros labios.
¿Qué sucede
con la palabra “amor” entre comillas?
Pónselas, y tendrás que pensar
dónde escondes las manos,
las palabras se vuelven temblorosas
entre comillas
y no quieren ya decir
lo que dicen.
¿Qué sucede
si pongo tu nombre
entre interrogaciones?
Desapareces, y
...la sombra que te sigue
se convierte en respuesta.
viernes, 10 de noviembre de 2023
HERNÁN LAVÍN CERDA
Vida
de perros
¡Qué
perro tan neurótico! Solamente ladra cuando no quiere, y de pronto no ladra
cuando quiere. Debe ser un alemán o un japonés: no creo que sea un perro
gringo, pero quién sabe. ¿Alguno de ustedes, oh, mis fieles e infieles
lectores, se atrevería a decir la última palabra?
Los gringos tienen humor y sonríen como Judas Iscariote, no, más bien como San
Judas Tadeo, aunque a veces ladran y ladran y ladran sin tregua, exhibiendo o
escondiendo sus lenguas muy filudas, en un delirio que va más allá del delirio
de los japoneses y los alemanes.
¡Qué perros tan neuróticos! ¡Esquizoperros, no hay duda, oooh Virgen del
Asombro y de la Gran Cabeza, esquizoperros! ¡Qué perros tan esquizofrénicos!
De cualquier modo, es preciso ladrar cuando hay que ladrar, ladrar y seguir
ladrando, más allá de los ale-manes y los japoneses. Si no ladramos por encima
y por debajo del mundo, corremos el peligro de perder no sólo la calma sino
también la razón.
¿Quién ladra cuando habla? ¡Esquizoperros, lenguas y besos de Judas,
esquizoperros! ¿Quién habla cuando ladra?
ELIZABETH NEIRA
Telegrama
Mi amor
malas noticias
choqué el auto
quemé la casa
ahorqué a los niños
degollé al gato
me comí al perro
vendí tus cosas
y
huí
con tu hermana
HIRAM BARRIOS
Mundo
estático
Tú que habitas ahora despierta sobre el agua
Franklin Mieses Burgos
Es
posible lo intacto,
aún en la destrucción,
aún cuando
algo rueda en pedazos
debajo de la lámpara.
(cuando algo deja de ser en torno de la luz).
Lo
intacto:
La caída del espejo oculto bajo el agua,
una ola de vidrio a la orilla del aire.
Es
posible sembrar mi voz en la carne del viento.
CLAUDIA POSADAS
De las tortuosas maquinarias
La obsesión,
su trastocamiento irreversible.
Venas como un orden invasor que va tomando el templo y tus campos fértiles
hasta concentrar su lenguaje.
Vértebras
espinas que se irán cubriendo con la carne de las consumaciones.
Una
vigilancia anfibia sumergida en el frío
cuyos párpados transparentes aguardan el quiebre de tus actos
para cumplir su mordedura.
Cualquier
gesto es golpe en tus heridas,
cualquier palabra,
matiz de lo aparente,
nutrimentos nutriciones sucesivas alud
acumulado en el corazón de tu violencia estalla el pulso,
el
sofocamiento contenido,
y despertar una y otra vez en el borde irreversible,
y una y otra vez,
con el cuerpo atado,
cumplir la ceremonia.
Al
principio son extraños los mecanismos de esta vieja y complicada máquina,
y lo adverso una fatalidad que no puede tocarte.
Con
el tiempo,
el engranaje se aceita en la repetición hasta perfeccionar su ritmo,
y el adversario se convierte en el panal de llamas conspirando contra ti.
Pero
en ocasiones la maquinaria es útil por la atención con que desmenuza los
detalles
y te es posible revelar las cajas de tortura de los otros,
las inofensivas sutilezas
que de pronto son los templos de orgullo escindiendo tu carencia,
la burla imperceptible ante tus duelos,
o la condena a muerte de quienes, como tú,
son los delatores:
cuántas veces,
antes de que nombraras el rostro de su miedo,
los verdugos te negaron sus banquetes y sus puertas,
o cerraron su sarcófago en tu sangre.
Y
sin embargo cuántas veces,
debido a tus precisos goznes,
lograste escapar de sus cámaras de rendición.
Triste
e íngrima victoria el descubrir por enferma lucidez las formas de este reino de
masacres,
pero sólo eso.
Y
cada vez más grande el estallido,
más alto el sedimento de su furia.
Más
hambrientos e innobles los verdugos cuyos rostros,
en el sueño,
han sido el círculo hilarante cercando tu impotencia
y que ahora, en la vigilia,
son la perfecta y encarnada máscara de tu dolor.
Más
poderoso el ejército de tus Apariciones,
lo que más temías,
y no supiste fue llamado por ti.
Y
siempre el llanto,
el angustiante desandar de lo perdido.