Los poemas perdieron sus palabras.
Han caído, como dientes cariados,
en agujeros negros,
sórdidas rutinas,
fallas tectónicas.
Las palabras murieron ahogadas
en dosis letales de sonoridad,
se han convertido en fantasmas en el aire,
aves volatizadas,
despedazadas sílabas muertas.
El poeta es mímico y malabarista de lenguas
que ya nadie puede escuchar.
El arte se volvió en álgebra invisible
en estos días de solombra.
No hay más invención ni proyecto;
sonríe la estética de la midia
sob el cielo de acetato.
El tiempo fue expurgado
de cualquier temporalidad,
y alguien ha hurtado lo real
y sus márgenes de sueños:
nadamos en charcos de lama y plástico
en la ciudad sin metáforas.
Quizás ahora, que no hay más poemas,
podamos escribir un poema imposible.
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