lunes, 28 de abril de 2025


 

JOSÉ MARÍA FONOLLOSA

 

 

 

Bedford Street

 

 

Ella me dio el cuchillo y dijo: «Clávalo
en el segundo espacio intercostal».

«¿Cuál es?», le pregunté. Se abrió la blusa
y señaló, risueña, un punto: «Aquí».

Algo debía de haber en aquel viaje
que lo hizo diferente. Más intenso.

Se veían más cosas. Ascendíamos
a inéditos sonidos y colores.

No había confusión. Hasta el detalle
más ínfimo nos era comprensible.

Sugerí: «¿Por qué no con barbitúricos?»
«Es lento», me objetó. «Ya lo he probado.

Y el lavado de estómago es horrible.
Como un trauma mental, pero en lo físico»

Sustituí su dedo por el mío
y apoyé allí el cuchillo suavemente.

Y lo empujé de súbito. No fuera
que cambiara de idea si iba lento.

 

 

TERE MEDINA

 

 

 

Canto de Ulises viejo

 

 

Casi diez lustros navega
la Odisea de mi carne
y hoy, ya por llegar a Itaca,
ha caído en remembrarme
aquella emoción de Escila,
que, voracidad de amante,
en su séxtuple exigir
la mantenía pujante.
¡Vuelvan las velas el rumbo!
¡Ajuste el viaje sextante
ruta a Mesina! ¡Que tornen
escollos amenazantes
a darle lucha a mi quilla,
como en el glorioso antes!
¡Que sienta vibrar la vida
en el trémulo velamen!
¡Que torne el monstruo voraz,
como antaño a despojarme!
En marcha: levemos anclas
hacia el amor ¡y el desastre!

  

De: “Rimas eróticas”

 

CLARA CHACÓN

 

  

 

Tu olor

 

 

He reconocido tu nombre en otras bocas y he visto tu rostro en otros gestos desconocidos
amables
casi semejantes.
Pero tu olor no,
todavía no he llegado a casa.

 

ROBERTO MALATESTA

 

 

 

El mediodía pareció quebrarse en un trueno

 

 


El mediodía pareció quebrarse en un trueno.
La tarde, como en un cuadro de Bruegel,
transcurre a oscuras mientras yo en su seno
me guarezco. Afuera zinnias, del largo letargo
del sopor buscan alzarse. Cuando al fin
la lluvia llega, bajo el filo de una tenue luz,
pisándome la sombra, renuevo votos de silencio.


FIAMA VALERIO

 


 

 

Depresión

 


Quisiera esta noche

participar en el avistamiento

de las tortugas que desovan,

seguir el litoral

hasta donde las olas conmueven

la arena muy adentro,

que una borrasca surja

y las hebras de mi cabello

pierdan la memoria genética del bucle.

Que una ola en su cresta

doble los goznes de mis rodillas,

me deje blanda como el celofán de otra onda.

Que surjan relámpagos

y mis párpados los cierre la muerte.

Que me engulla el mar

y quede varada en su lecho.

 

 

 

VÍCTOR RUIZ

 

  

 

Zazen 

a José Ñamendy, ailurófilo

 

 

El día se asoma por la ventana,

ruidos de voces irrumpen

y el trajín de la gente cada vez es más claro.

En esta tranquilidad de mi cuarto,

  tirado en la cama,

doy la espalda al mundo

como un monje zen

que busca la vacuidad

frente a una pared de ladrillos.

 

Dejo que todo se desvanezca

en una aparente indiferencia:

 

“Que nada perturbe mi pereza”, digo,

“Que nada perturbe mi pereza”, repito,

para mí este mantra.

 

De pronto, en mis pies,

cuello y muslos,

aruños insistentes

reclaman mi atención:

 

son mis gatos, mi manada,

giro hacia ellos y los comprendo:

 

abandono, entonces, esta calma contemplativa,

este dolce far niente que me arrastraba

                nuevamente al sueño.

 

Voy a la cocina

sirvo la comida

y me quedo ahí

observando sentado

el banquete silencioso de mis gatos.

 

Así,

recupero la paz

inmerso en la corriente

cotidiana de la vida.