jueves, 25 de junio de 2020


CONCEPCIÓN ARENAL





La pera verde y podrida



Iba un día con su abuelo
paseando un colegial
y debajo de un peral
halló una pera en el suelo.
Mírala, cógela, muerde;
mas presto arroja el bocado,
que muy podrida de un lado
estaba y del otro verde.
Abuelo, ¿cómo será
decía el chico escupiendo,
que esta pera que estoy viendo
podrida, aunque verde, está?
El anciano con dulzura
dijo: vínole ese mal
por caerse del peral
sin que estuviera madura.


Lo propio sucede al necio
que, estando en la adolescencia,
desatiende la prudencia
de sus padres con desprecio;
al que en sí propio confía
como en recurso fecundo
e ignorando lo que es mundo
engólfase en él sin gúia.
Quien así intenta negar
la veneración debida
 en el campo de la vida
se pudre sin madurar.




CAROLINA CORONADO





A España



¿Qué hace la negra esclava, canta o llora?
Tú, Europa, gran señora,
que a tu servicio espléndido la tienes,
responde, ¿llora, canta,
o dormida a tu planta
apoya ora en tus pies sus tristes sienes?

Yo que en su misma entraña me he nutrido
y en su pecho he bebido
su ardiente leche, con amor la adoro,
y por saber me afano
si al pie de su tirano
reposa, canta o se deshace en lloro.

Venga el pueblo que a madre tan querida
debe también la vida,
las nuevas a escuchar, que de su suerte
por caridad nos diga
la señora enemiga
de quien vive amarrada al yugo fuerte.

Oigan los hijos de la negra esclava
lo que orgullosa acaba
de transmitir su dueña a las naciones,
para que mofa sea
del mundo que la vea
sufriendo eternamente humillaciones.

Dice, que por nodriza solamente
al Norte y al Oriente
conducen a la madre, cuyo seno
a mucha boca hambrienta
sin cesar alimenta
con la abundancia que lo tiene lleno.

Y nos dice también que latigazos
la dan con duros brazos
los hijos de Bretaña y del Pirene,
después de haber sacado
al seno regalado
el jugo que los nutre y los sostiene.

Y se atreve a decir la fiera dueña
que en rendirla se empeña,
dejándola cansada, enferma y pobre,
para que no en la vida
emprendiendo la huida
su independencia y libertad recobre…

¿No tenemos un Cid? ¿No hay un Pelayo
que nos presten un rayo
de indignación, con que a librarla acuda
ese pueblo indolente,
esa cobarde gente,
egoísta, ambiciosa, sorda, muda?

¿Dónde está la bandera, caballeros,
que dos pueblos enteros
con su anchuroso pabellón cubría?
¿dónde los castellanos
en cuyas fuertes manos
la enseña nacional se sostenía?

Ya no hay bandera; el pabellón lucido
en trozos dividido
como harapos levanta nuestra gente
sin escudo y sin nombre,
sirviendo cada hombre
de caudillo y de tropa juntamente.

Cual árabes errantes, cada uno
sin domicilio alguno
vagan los desdichados en la tierra,
huyendo del vecino
que hallan en su camino
por no poder marchar juntos sin guerra.

Quién levanta su tienda de campaña
en un rincón de España
y por su rey a su persona elige,
y quién sobre la arena
traza, escribe y ordena
las leyes con que él sólo se dirige.

Y quién burlando al Dios de sus abuelos
nombra para los cielos
otro señor que nos gobierne el alma,
juzgando la criatura
que siendo el Dios su hechura
más fácilmente alcanzará la palma.

Patria, leyes y Dios, siervo y monarca
el español abarca
refundiendo sus varias existencias
en el cerebro loco
para quien juzga poco,
de esa inmensa reunión, cinco potencias.

¡Soberbia, necia vanidad mezquina
que a padecer destina
la soledad, el duelo, el abandono
a esa España afligida
que siempre desvalida
se ve juguete de extranjero encono!

Ha menester alzarse una cruzada,
ha menester la espada
blandir al aire la española tropa,
los reinos espantando
para salvar luchando
a ésa que gime esclava de la Europa.

Mas ¿dónde habéis de ir, tercios perdidos,
de nadie dirigidos,
marchando sin compás por senda oscura
con rumbo diferente,
a dónde, pobre gente,
a dónde habéis de ir a la ventura?

¿Resucitó Cortés, vive aún Pizarro,
o de encarnado barro
queréis poner vestido de amarillo
un busto en vuestro centro
por que al primer encuentro
vengan rodando huestes y caudillo?

Nunca se lanza el águila a la esfera
sin medir su carrera;
nunca el toro acosado en la llanura
rompe en empuje fiero
sin pararse primero
a reforzar su aliento y su bravura.

Unid el pabellón roto en pedazos,
enlazad vuestros brazos,
a un mismo campo el español acuda,
y al brindar la pelea
que un mismo nombre sea
el que invoquéis a un tiempo en vuestra ayuda.

Así de negra esclava que es ahora
será España señora,
por vosotros del yugo rescatada,
y al abrigo del trono
con soberano tono
de los pueblos servida y respetada.

Así ¡ay! de infeliz que hoy se presenta
será España opulenta,
por vosotros no más enriquecida,
bella y engalanada,
de laurel coronada,
respirando salud, contento y vida.

¡Veréis como ya entonces no la insultan
los que su diente ocultan
entre sus pechos, con hambrienta boca,
después de haber sacado,
su jugo regalado,
llamándola salvaje, necia y loca!

Veréis ¡oh! como entonces las banderas
de aquellas extranjeras
que la trataron con tan dura saña,
inclinando su frente,
con voz muy reverente
la dicen al pasar —«Salud, España»



EEVA KILPI





¿Qué ruido es este que me despierta de noche?



Es la biología, que exige sus derechos.
De noche se escucha mejor,
claramente, cuando los
sociólogos duermen.


Versión de Luis López Nieves



JULIÁN MARCHENA




  
Vuelo supremo



Quiero vivir la vida aventurera
de los errantes pájaros marinos;
no tener, para ir a otra ribera,
la prosaica visión de los caminos.

Poder volar cuando la tarde muera
entre fugaces lampos ambarinos,
y oponer a los raudos torbellinos
el ala fuerte y la mirada fiera.

Huir de todo lo que sea humano;
embriagarme de azul… Ser soberano
de dos inmensidades: mar y cielo;

y cuando sienta el corazón cansado
morir sobre un peñón abandonado
con las alas abiertas para el vuelo.




EMILY DICKINSON





La sortija



En mi dedo tenía una sortija.
La brisa entre los árboles erraba.
El día estaba azul, cálido y bello.
Y me dormí sobre la hierba fina.

Al despertar miré sobresaltada
mi mano pura entre la tarde clara.
La sortija entre mi dedo ya no estaba.
Cuanto poseo ahora en este mundo
es un recuerdo de color dorado.


SOFÍA CASANOVA





Napoleón



I

Llegaba vencedor pero enojado
de España por la terca rebeldía
Somosierra a su espalda se veía
y ante él Madrid, en pleno sol, dorado.

Su anteojo militar quedó enfocado
sobre Madrid. Miró, se sonreía
y un lejano rodar de artillería
sonaba como un trueno prolongado.

Le rodeaban aquellos oficiales
que su capricho hiciera mariscales.
El sol iluminaba el campamento.

Montó premioso en su corcel de guerra
y un «hurra» largo resonó en la Sierra
cárdena en el azul del firmamento.


II

Frío el mirar, la voluntad ardiente
bebía el aire en ráfagas de gloria,
que volvía radiante a su memoria
fundida con el sol de occidente.

Cual si tuviera al enemigo enfrente
raudo lanzose en pos de la victoria
que marcando otra época en la historia
rendiría a sus pies el continente.

El tricornio en la testa parecía
un ave negra, que a clavar venía
su garra del caudillo en las entrañas.

Y el gris capote en la veloz carrera
semejaba un pedazo de bandera
perdido en las ibéricas montañas.


III

Y dicen, que la noche era venida
cuando el César insomne en su cuidado
quiso ver el Alcázar enclavado
en la corte tomada y no vencida.

-Vivís mejor que yo. -No es esto vida-
repuso el rey José. -No soy soldado.
A vuestro honor el trono he confiado
de España, que deseo sometida.

Y el palacio real, que a los Borbones
viera huir al tronar de los cañones,
del rey intruso escucha las querellas.

Pálido Napoleón no le escuchaba
mirando el horizonte, que negreaba
bajo la eternidad de las estrellas.


IV

Y Napoleón de cara a la llanura
marcha de prisa, taciturno el ceño,
en dominar España está su empeño.
Y arde España en guerrillas y conjuras.

-País de quijotescas aventuras
te rendirás y yo seré tu dueño.
Y a Rusia ahora a realizar el sueño
de conquistas asiáticas futuras.

Arde el polvo, es acecho cada rama,
es cada piedra de la hoguera llama
que invade pueblos, mar y tierra.

El César adelanta sin cuidado
y el genio de Castilla va a su lado
por arma el bravo grito: «¡Guerra, guerra!»


V

Del bien y el mal él conoció la ciencia,
que cultivó sagaz, frío, consciente
y fue en la lucha alguna vez clemente,
sin que su alma sintiera la clemencia.

Su gloria ennoblecía su presencia.
Y los tronos caídos por sus manos
triunfante se los daba a los hermanos,
olvidada en la gloria la conciencia.

Codició más que amó. De Josefina
amó el rango, el amor, la gracia femenina
y a la princesa la compró su espada.

No emperador, vencido lo prefiero,
y sus años de mártir prisionero
dan a su muerte excelsitud sagrada.