jueves, 29 de noviembre de 2018


JOSÉ CADALSO





Al pintor que me ha de retratar



Discípulo de Apeles,
si tu pincel hermoso
empleas por capricho
en este feo rostro,
no me pongas ceñudo,
con iracundos ojos,
en la diestra el estoque
de Toledo famoso,
y en la siniestra el freno
de algún bélico monstruo,
ardiente como el rayo,
ligero como el soplo;
ni en el pecho la insignia
que en los siglos gloriosos
alentaba a los nuestros,
aterraba a los moros;
ni cubras este cuerpo
con militar adorno,
metal de nuestras Indias,
color azul y rojo;
ni tampoco me pongas,
con vanidad de docto,
entre libros y planos,
entre mapas y globos.

Reserva esta pintura
para los nobles locos,
que honores solicitan
en los siglos remotos;
a mí, que sólo aspiro
a vivir con reposo
de nuestra frágil vida
estos instantes cortos
la quietud de mi pecho
representa en mi rostro,
la alegría en la frente,
en mis labios el gozo.

Cíñeme la cabeza
con tomillo oloroso,
con amoroso mirto,
con pámpano beodo;
el cabello esparcido,
cubriéndome los hombros,
y descubierto al aire
el pecho bondadoso;
en esta diestra un vaso
muy grande, y lleno todo
de jerezano néctar
o de manchego mosto;
en la siniestra un tirso,
que es bacanal adorno
y en postura de baile
el cuerpo chico y gordo,
o bien junto a mi Filis,
con semblante amoroso,
y en cadenas floridas
prisionero dichoso.

Retrátame, te pido,
de este sencillo modo,
y no de otra manera,
si tu pincel hermoso
empleas, por capricho,
en este feo rostro.



TOMAS HARRIS





Una indagación sobre esta pervertida manera de ver las cosas



Un tropel de caballo amarillos galopaba el tiempo
Orompello abajo;
nosotros sabíamos que todo nos sería concedido
en sueños;
una hembra destas tierras llamada O se abría como
boca de lobo
bajo el sol de cuarenta voltios
envuelto en celofán rojo;
lo narrado transcurre durante un caluroso amanecer
de verano.
Pero estas ciudades del Sur, sin querer, te
vacían el cerebro:
blancas, como Mikonos,
fantasmas, como pueblo minero de California;
O era puta y triste.
Después de consumado su cuerpo quedó a la deriva del
baldío,
mecida por la resaca del viento,
el Pacífico,
el sol poniente.
El vientre de O era liso y cruel.
Aún después de unas leguas de calles y baldíos refulgía
en nuestros deseos como aparición,
como faro,
como fuego fatuo;
pero no sabemos a ciencia cierta si el tropel de caballos
amarillos
era parte de los pervertidos mecanismos del sueño
o un dato efectivo de lo real.
Nos habían dicho que todo nos sería concedido en sueños:
nos habían dicho: "Vayan y busquen el amor"
y ante nosotros las ciudades eran el teatro del dolor:
pero sabíamos que los
pervertidos mecanismos del sueño
se oponen al dolor


De: "Diario de Navegación"


AHMAD YAMANI





La utopía de las tumbas



1

Paredes sin pintar,
suelo lleno de guijarros,
huesos débiles que no se sostienen,
y mis huesos acorralados en el medio.
Pienso en una pequeña manifestación
para protestar ante los ángeles que han prohibido
el calcio que nos es necesario.
Dios, sobre el hoyo, tiende su sombra sobre nosotros,
y nos deja retrasarnos en el sueño;
cae una mancha de luz entre sus manos,
entra un cuerpo oscuro,
se seca la mancha,
y conocemos a nuestro nuevo compañero,
con un corazón abierto,
nos da cigarrillos con una generosidad creciente,
nos gusta su voz cuando susurra al principio:
¿qué diablos está pasando aquí?


2

No hay nalgas aquí,
ni sangre,
¿cómo me imaginaré, entonces, el aspecto de una mujer?
¿cómo podré masturbarme satisfactoriamente?
Hasta las lágrimas de nuestros ojos,
se han secado aquí,
sólo queda una calma asesina,
serpientes que nos torturan con su imagen,
sin que pronunciemos ni una sola letra.
La tierra es muy amplia,
pero ello no nos ayuda nada
a respirar bien.


3

Escupí a lo alto
y la saliva se pegó al techo de la tumba.
En los cadáveres de mis vecinos observé miradas cariñosas,
explosiones de tripas como una risotada.
Los restos de comida fabricaron muchos gusanos
que se tragaron nuestra sangre,
aunque nuestros huesos seguían siendo fuertes.
Se marchó mi amada con los dolientes,
pero, ¿qué haré con sus lágrimas?
¿Se aligerará mi odio a las habitaciones cerradas?
¿Valdrán las inyecciones de tranquilizantes
para bajar la fiebre?
Las tinieblas han descendido sobre nosotros como una gallina,
pero no seremos más que muertos
que sólo saben charlar
y orinar por la tarde.


4

Los gritos que dimos al alba
no los escuchó nadie.
Los ladridos del exterior
nos incitan a la ternura.
Reptamos para que se rocen nuestros huesos
y nos amemos más;
cada uno de nosotros cuenta de su negra infancia...
mientras intercambiamos risas,
pues no tenemos un reloj de pared
para saber cuándo será la hora.


5

Madre mía,
te lo ruego,
cuando sepas que he entrado en mi nueva casa,
no llores,
pues quiero atesorar tus ojos para los días venideros.
Estate tranquila,
mueve la cabeza tres veces,
y envía un beso de aire.
Haré un alboroto con mis amigos aquí,
y ellos me felicitarán por mi nueva casa.
Entornaré la puerta,
a la espera de tu beso.
Y cuando tengas una nueva casa, como yo,
que esté cerca de mí, te lo ruego,
para que pueda oír tu respiración.
Respiraré casi sin dolor,
y mi muerte tendrá esa imagen final
que me he esforzado mucho en hacer.


6

En la habitación vecina,
separada solo por una cortina de tela,
se tienden las mujeres, desnudas de sus sudarios,
y permanecen muy blancas.
Conseguimos, después de desesperados intentos,
abrir un agujero en el panel.
Nuestros huesos se alzan de pronto,
cuando vemos a la primer mujer que se desnuda
y coloca sus ropas en un rincón de la habitación.
En esa noche,
intentamos romper la cortina,
pero es cada vez más fuerte,
y nos conformamos con observar los blancos huesos
que siguen estando lejos de nosotros.


7

La puerta de la habitación está abierta,
y la familia está completamente dormida en el exterior.
Hay pasos militares sobre nuestras cabezas,
destruirán nuestras casas para alzar un puente.
Lloraremos con nuestros amigos,
y colocaremos los libros debajo de las almohadas,
sonreiremos a nuestros absurdos recuerdos
y al sentimiento que se seca poco a poco.


8

Cerraron bien el lugar
y arrojaron las llaves al estómago del sepulturero .
¿Por qué nos abandonáis en las afueras de la ciudad?
Debemos estar juntos
cuando caigan las lluvias,
para cantar debajo.
Podremos hablar sobre vehículos
que nos han llevado por largos caminos para volver vacíos.
Pero las lágrimas que se han reunido en ellos
son suficientes para remojar nuestros huesos,
y no hallamos nada para calentarnos.
Cuando uno de nosotros se deslizaba para robar una cerilla,
alumbrábamos la tumba,
y la mitad de las tumbas se iluminaban en el mundo durante tres días.
Mas después vomitó el sepulturero,
y pasamos en una ordenada fila,
cantando a coro los mosquitos
que dormían en nuestros oídos,
y nuestra figura, que seducía a las adolescentes,
y nuestras repetidas masturbaciones
en un gran barril que denominan vida.


Versión de: Milagros Nuin


PABLO ANTONIO CUADRA





La noche es una mujer desconocida



Preguntó la muchacha al forastero:
-¿Por qué no pasas? En mi hogar
está encendido el fuego.

Contestó el peregrino: -Soy poeta,
sólo deseo conocer la noche.

Ella, entonces, echó cenizas sobre el fuego
y aproximó en la sombra su voz al forastero:
-¡Tócame!
dijo-. ¡Conocerás la noche!



NATÁLIA CORREIA





El poema 1



El poema no es el canto
que del grillo hasta la rosa crece.
El poema es el grillo
es la rosa
y es aquello que crece.

Es pensamiento que excluye
una determinación
en la fuente donde él fluye
y en aquello que describe.

El poema es lo que en el hombre
más allá de sí se atreve.
Y los sucesos son piedras
que trasciende la poesía
en la ya lejana noción
de describirlas.

La misma noción es sólo
nostalgia que se desvanece
en la poesía. Pura intención
de cantar lo que no conoce.


De: “Poemas”




TRISTAN CORBIÈRE





Buena fortuna y fortuna



                                                              Odor della feminità
Suelo hacer la carrera, cuando acompaña el día,
Para la viandante que con gesto vencedor,
Quiera hilar a cruceta, asuso su sombrilla,
Un guiño de mi niña, la piel del corazón…
Alegre –¡sin exceso!– me siento, hay que vivir:
Para engañar el hambre, se emborracha el mendigo. 
Un buen día –¡qué oficio!– hacía, de este modo,
Mi crucero. –¡Qué oficio!… – Al fin, ella pasó.
–Ella ¿quién?– ¡La viandante! ¡Ella, con su sombrilla!
Lacayo de verdugo, la rocé… –pero ella
Me miró desde arriba, sonrió por lo bajo,
Y… me tendió su mano, y…
                                                      me dio cuatro perras.
                                                      Rue des Martyrs.