miércoles, 3 de agosto de 2022


 

SAMUEL VÁSQUEZ

 


 

Pequeña Alejandría

“La muerte está hoy ante mis ojos
como el deseo de un hombre cautivo por ver su casa”
Antiguo Egipto

  

Pongo tempestad en mi corazón y fuego en las palabras.
Regreso delirante a la infancia y queda a salvo el papel
blanco. Cae indiferente la hoja del árbol, cae una
estrella húmeda sobre la hierba, cae un ángel loco en la
canoa del sueño y el cantor no se entera en su noche de
ébano y droga: Habla más fuerte el mundo su silencio.
La muerte está hoy ante mí, la miro a los ojos, mi
mirada incendia la escritura y doce soles se consumen
sembrando frío adentro: Queda a salvo el papel blanco.
Sólo sobreviven la fortaleza de mi infancia, el orgullo
risueño de mi madre y el miedo de tu amor. Ahora
habla más fuerte el mundo su silencio:

 

 

JORGE ZALAMEA

 

 

Ofrenda

(Variaciones sobre un texto de Saint-John Perse: MARES: Las Trágicas vinieron…).

 

 

Depilamos las largas mechas de nuestras axilas de grandes leonas cautivas. El acre vello negro, rojo o rubio, o color de bellota calcinada, que nos adorna y mancha, depilamos!

Depilamos los tazones gemelos en que la lengua del Amante busca las salazones del deseo. De sus pilosas hiedras despojamos los pozos ocultos bajo nuestros largos brazos.

Para ofrecer intactas sus tibias, húmedas cavidades a las confesiones más secretas y a los sollozos más inesperados del hombre-niño que nos cubre y saquea.

Depilamos las largas guedejas encrespadas sobre la abertura mediana de nuestros cuerpos veleros. Nuestros furiosos vellocinos depilamos. Nuestras barbas secretas depilamos. Nuestros ocultos bucles depilamos como ofrenda la novicia sus trenzas olorosas a soledad, marchitas de soledad, entre el plañir del coro y el celoso mugir de los grandes órganos de enhiestas cañas de madera y oro.

Depilamos el sello triangular que marca y divide nuestras ingles puras; el sello triangular que encierra el ojo implacable que acosa en el desierto de los siglos al traidor fugitivo.

Los zarcillos de nuestra vid ofrendamos;
Las ondas de nuestro delta, ofrendamos;
Los rizos de nuestra proa, tan abundantes como los bucles en la testuz del joven búfalo, ofrendamos;
El zarzal que defiende nuestra entrada como la verja heráldica y poblada de abejas que custodia la casa, ofrendamos;
Las algas lucientes de cristales salinos que ocultan la escotadura de la vulva y la pulpa purpúrea del molusco tintorero, ofrendamos;
… ‘en el escudo sagrado del vientre, la máscara pilosa del sexo’, ofrendamos.

Para entregar, pulcra y sin mancha, nuestra tierna entraña al mudo furor del ariete, guarnecido de oro y con terca y torpe testuz de morueco, del impaciente dios salaz que nos cubre y saquea.

 

 

RAMÓN COTE

 

  

Mis contemporáneos

(o crisis de identidad tardía)

 

 

Mirando la cara de mis contemporáneos
me extraña que yo aún no tenga
la cara de mis contemporáneos.
Me explico: cuando los veo en las fotografías
que aparecen en los periódicos o en las revistas
veo en ellos ya una resolución facial,
una contextura ósea, un aplomo, un cráneo definido,
pero cuando me miro no me veo así de ajustado,
de propicio, de sereno y seguro como los tiempos mandan.

Pero al parecer este nunca va a ser mi caso
pues inevitablemente siempre salgo en las fotografías
con cara de perro perdido en una autopista,
con cara de decir adiós a lo perdido,
con cara de turista extraviado en Madrás,
con cara de llamarme Patricio, Bonifacio, Agustín,
Benigno, Arturo, Carlos Mario, Ismael, si no os importa.
Nunca como mis contemporáneos.

Envidio que sus fotos se repitan y se vean
iguales o parecidos a la edad y oficio que tienen. Yo solo veo
en mí lo que no es de mí. Es más, para ahondar en el error
no me reconozco ni a los veinte ni a los treinta ni a los cuarenta,
porque solo advierto el extravío, la carencia
o la equivocación y todos los que aparecen allí,
sobre ese pedazo de papel esmaltado, son tan distintos
que parece que se las hubieran tomado
a otra persona, a un desconocido, a Nadie.

Sé que todos se aproximan a los cincuenta y ya es hora,
me digo, de adquirir cierta rotundidad o estremecimiento,
pero no lo veo en mí fácilmente. Algo se me oculta
en el que me dice que soy. Siempre me hace falta la foto
definitiva en la que al fin pueda decirme a mí mismo
que ese soy yo, uno de mis contemporáneos,
pero tal parece que existe una conspiración
para que eso no suceda. Una fotografía, una máscara
al menos, por favor. Y pensar que ni siquiera
he podido a lo largo de estos años hacerme un retrato
con mis propias palabras pues estas, al revelarlas,
siempre salen borrosas. Eso nunca les pasa
a mis contemporáneos.

 

VERÓNICA JAFFÉ

 

  

Resentimiento

 

 

De aquel mi país perdido
conservo algunas cosas.

Son como las marcas, o
quemaduras

de las que hablaba
mi maestro poeta hace años.

Este mi poema no.
Sólo las resiente.

 

De: “De la metáfora, fluida”

 

JAVIER GARCÍA RODRÍGUEZ

 

  

Palabrería

 

 

–Quiero un kilo de verbos sin sentido.
–A mí ponme una bolsa de mentiras.
–A mí dame una frase hecha.
–¿A qué aspiras ofreciendo
silencio en vez de ruido?

En la Palabrería, las palabras
son solo una barata mercancía.
Se compran a buen precio cada día
por el valor de unas patatas bravas

 

De: “Mi vida es un poema”

 

PABLO GARCÍA CASADO

 

  

Maid



Que me ponga unos guantes de goma. Que agarre la fregona y el cubo. Me han dicho que tengo que hacer como que friego. Empiezo por el pasillo, luego la cocina, luego el cuarto de baño. Ahora coge el estropajo. El verde. Friego el bidet, luego el wáter, después la ducha, agáchate. Dale con fuerza.

 

De: “La cámara te quiere