sábado, 14 de abril de 2018


JAVIER ACOSTA





Muchacha japonesa observa unas postales en el metro



La boca igual a otras
las manos pequeñas
grandes anillos en los índices
vaqueros
Camiseta del campus
como para decir que algo pudo estudiar
en la Sorbonne à Paris
Todo normal hasta este punto
Pero unos párpados digamos
venerables
maquillados con agua lustral
una de esas mañanas fotogénicas
al pie del monte Fuji
Digamos que unos párpados
sazonados para la seducción
de minuciosos inventores de brazos automáticos
como esos que interpretan a Bach al clavecín
o de beatos agricultores de un arroz
que luego será puesto en rollos de algas marinas
en restaurantes exóticos y lentos.


De: “Melodía de la i”



MARIA EUGENIA VAZ FERREIRA






Tu rosa y mi corazón



Antes que entre tus labios y mi oído
el ciprés del silencio, largo y mudo,
alce su quieta cima,
de tu palabra en el cristal sonoro
dame una roja rosa, que será
por tu lirismo y tu carne fragante
rosa de amor humano y rosa mística.

La prenderé en mi pecho
sobre la palpitante rosa mía,
y del perpetuo beso el tibio roce
esparcirá sus perfumadas ondas...

Hoy,
ebria de aroma me será brindada
la belleza infinita...
y en mi larva fugaz cuando se apaguen
los armoniosos éxtasis
me envolverán las perfumadas ondas
en su mortaja amante y siempreviva.

Dame una rosa, antes
que el ciprés largo y mudo, entre nosotros
alce su quieta cima...



ISMAEL LARES





La flor de nuestro encuentro



Tuya y mía, una sola palabra
en sus nubes de zozobra
ocurre sino condena.
Las piernas hasta el cuello,
las manos entrelazadas,
los ojos fijos en el techo,
la verde placidez, un gemido.

Cuando el susurro de tu mano
busca y encuentra mi oído,
bienaventurados los poros:
sobre mi cuerpo tu voz.
Y las olas, en manantiales de pena,
se descomponen lánguidas.
Son sueños que consume la mañana.
Y sin saber si mi olfato
es la flor colocada entre tus dedos,
te di mi vida, flor de nuestro encuentro.



LINA ZERÓN





Réquiem



Hoy cerré la casa con un candado de oro remendado,
regué primero los girasoles que solícitos se erguían,
las dubitativas rosas que conocen el dolor de la defensa.
Recorrí la luminosa alcoba entre lo oscuro
y sellé con gruesos listones las indiscretas persianas
Hoy abandoné la infinitud de una vida en casa,
los cimientos de amor a mi espalda quedaron,
se derrumbó la perfección de una armónica rutina,
la joya de caricias que entretejió nuestras vidas.

No volveré a doblar cortinas ni manteles de motivos,
ni a zurcir más trozos de suspiros a la vieja sobrecama,
ni los paseos de fin de semana esperar con impaciencia,
no lucharé más por extirpar el olor a humedades
y besos que cada rincón nos pillaba.

Debo arrancar de la memoria el polen de tu risa,
tus manos, remolino de nubes esparcidas en mi piel,
olvidar tus besos -trino de mirlos en la mañana-,
el balanceo perfecto de nuestros cuerpos.

No volveré a mirar tus ojos de fuego de luna,
ni a esperar en la ventana que aparezca tu figura.
Ayer debí incinerarte y tragarme las cenizas
para tener dentro aún tu cuerpo fallecido,
en vez de enterrarte en un frío cajón de madera.

Hoy me encuentro más sola que un viejo faro de mar.



RAMÓN GARCÍA





El retrato de una joven



¿Estadounidense en el extranjero o expatriada?
La joven vecina en el complejo de condominios
Donde viven americanos, canadienses y
Mexicanos (este es su país, después de todo),
Es una escandalosa texana borracha.

Un revoltoso novio y perros revoltosos le hacen compañía.
Ella canta y toca música country,
Habla eternas futilidades y ríe a menudo hasta las 3 de la mañana.

Una cifra del imperio americano; el mundo es para ser
Reclamado y ocupado por ella. Su presencia destruye el espacio, borra a los otros.

Seguirá moviéndose hacia otras ciudades mexicanas donde congregará a retiros,
Nadie que cruce su camino
Lamentará su lento, vulgar desvanecimiento en el país de su muerte.

Mientras tanto, ella continúa su brutal, resuelto asalto de banalidad.



WILLIAM BUTLER YEATS





La flecha



Pensé en tu belleza, y esta flecha,
hecha de pensamientos insensatos, está en mi médula.
Ningún hombre puede contemplarla, ninguno,
recién llegada a su condición de mujer,
alta y noble, pero con rostro y pecho
del color delicado de la flor del manzano.
Es más amable esta belleza, mas por una razón
podría llorar yo porque lo viejo ha pasado.


Versión de Enrique Caracciolo Trejo