"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
sábado, 28 de octubre de 2023
JUANA GOERGEN
Juego
sagrado
Batú ciba batey
¡La pelota dura como piedra está en el batey!
Ni
los niños
que
intercambian piedrecitas de colores -cibas, abas, cohibicíes-
Ni
los pequeños muchachos
que
aproximan la sonrisa antes que el juego los acabe devorando.
Ni
las mujeres
que
construyen la pelota con manos toscas por la labranza y el casabe.
Ni
las gumarachas ―mujeres de mal vivir, hembras de fuego―
paseando
su descaro frente a los jugadores, vientos de mar que esculpe al arrecife
que
rompe a la montaña y suda ríos.
Ni
los operitos del Coaybay*
que
se sientan sobre los vivos en Caguana**
para
degustar nuestra urgencia
con
los paladares de sus huesos.
Sus
bocas llenas de guabasa –que es su alimento-.
Siempre
con el pretexto
de
disfrutar en las plazas del juego y de la música
-giauba
fuerte, giauba sonora-.
Sólo
ellas conocen el origen del Batú. Ellas lo saben.
Ellas,
atebeane nequen, las honorables,
las
honorables mujeres enterradas vivas con sus caciques.
Ellas
lo saben. El juego de pelota es una dada señal alucinada.
Una
doble señal significante.
Los
cemíes,
―ávidas
piedras de luz cerrando el círculo―
paralelamente
perpendicularmente
se juntan en Caguana.
El
Batú, es un fragmento.
Una
rama en vela.
El
encuentro de ti, con tus posibles.
De: “Mar
en los huesos”
*Coaybay=el
inframundo en la cultura taíno-arauaca
**Caguana=nombre
de un parque ceremonial indígena
AIDA TOLEDO
No
vengas
No
vengas
No
vengas por las noches
No
vengas por las noches en los sueños
No
vengas
No
te necesito en los sueños
Nadie
No
vengas
No
hagas viajes innecesarios
No
No
vengas
PAMELA ÁGUILA
5
mi
abuela lloraba mucho
arrasaba
como las tormentas con su ternura mi abuela lloraba por la niña que fue lloraba
por todas sus edades
abuela,
en
una semana tendré la edad que tenías tú cuando viste a la muerte llevarse el
amor abuela, a mí también me da miedo
veo
a mi abuela desparramarse y entonces entiendo
llorar
es un tierno regalo para la muerte una ofrenda
el
regalo que nos da la muerte es la vida mi abuela me enseñó a llorar
veo
a mi abuela en la orilla del agua tiene mi edad
está
a punto de aventarse al río
y
dejar seis hijos atrás
abuela,
el dolor abuela, el río
abuela,
yo sostendré tu mano y me darás tu dolor abuela, juntas podemos cargarlo
mi
abuela me lo entrega
pero
su dolor es un cordero muerto aún tibio
con
su pelaje suave y húmedo
una
torunda de algodón empapada
mi
abuela avanza la pierdo de vista
no
puede sostener las manos de todos sus hijos como críos de pájaro
ciegos
y con sus huesos aún blandos se dispersan
uno
se va quedando atrás
aún
puedo escuchar sus suaves alaridos
es
tan pequeño que la hierba lo rebasa se pierde entre la maleza
es
mi madre
HILSA RODRIGUEZ
El
silencio es una estrella polar
El
silencio proviene del dolor de las cosas
la
única forma de existir es castigándote por más de dos años
cuando
ves una banca vieja
una
coca cola vuelta un iceberg
y un
hotel prehistórico desangrándose de amor
Caminas
interminables cuadras y el piso no genera estabilidad
Cuánto
delirio y vanidad en los pies de los hombres
Creen
que le perteneces aun sabiendo que no son nada
Por
fi n tu espectro habla
El
viejo librero intenta comunicarse
Los
animales invertebrados cuestionan tu rostro frunciendo
el
ceño
¿Qué
deben hacer?
Miles
de gestos, pero el silencio cortado en pedazos
enroscándose
como una serpiente a su presa
Tus
manos como dos perros apareándose en una callejuela
del
centro de Trujillo
no
hablan más
La
sudoración las acompaña y un movimiento inconsciente
permanece
Tus
dedos como telarañas ensortijadas se amarran al pasado
pero
es evidente
hay
que caminar
Grafitis
embrutecidos
plazuelas
derrotadas y la combustión que persiste
El
cansancio de los transeúntes en sus caras sudorosas
hastiadas
de hambre
sin
un sol en el pantalón
desgarrándolo
y desnudándolo
Irrisorias
historias hechas de barro
Continúa
la violencia en sus vientres cancerígenos
Brutal
es caminar y no juzgarse la existencia
Una
pesadilla aumentando los desaparecidos y las masacres
los
discursos políticos tirados a las alcantarillas
¿Cuántos
siglos seguirás caminando, noctámbula, buscando
comida?
Las
pirámides tensan sus dedos para poseerte
No
dejamos de sentirnos edificios cansinos
ilógicos
/ desproporcionados / anticuados
en
esta ciudad obscena y macabra
Observo
crónicas
domésticas
irreparables
escondites
prediciendo la locura
El
silencio es una estrella polar
Oscurísima
Un
lenguaje espectral
que
brota como la lluvia los viernes en la madrugada
Inamovible
Lumbrera
como la soledad
Averno
fértil para conversar contigo
desde
antes del Big Bang
FIAMA VALERIO
Delirio
de persecución
Escuché
marchas.
Las
fibras de los cordones
se
deshebraban como el deshojar de margaritas.
El herrete
se había manchado de polvo.
A la
orilla del macadán afloraron guijarros,
se
descarrilaron las hormigas
al
trasladar sus despensas,
violaron
la fila india,
se
enmarañaron en la punta de mis tenis,
me
murmuraron advertencia.
No
iba sola.
Aceleré
el paso,
chasqueó
la suela en el agua,
miré
en el retrovisor al caminante persecutor,
escuché
su jadeo hostigoso,
giré
lentamente
y
nadie se avizoraba en el camino.
FRANCISCO LARIOS
La
lista
Y yo, poco a poco, me estoy quedando sin pueblo,
es decir,
sin mí mismo
Izet Sarajlić
Mientras
más pienso en dejarla
más
crece su venganza.
Mientras
más me alejo
Más aprieta
su grillete
mi
sueño.
En
este, soy un habitante,
a
quien un
turista
experto guía
y
explica.
Me
informa con naturalidad,
la
certeza despojada de escondrijos y adornos,
con
un rumor de humor:
“voy
a enseñarte la ciudad construida para dormir.”
Me
lleva a un túnel. Me muestra unos rieles de tren
que
algo divergen,
algo
convergen,
pero
siguen ahí,
esperando
a que pase una nave.
Le
digo: “no pudieron entender ni el paralelo.”
“Tenés
que verlo todo”, me dijo, y
desapareció.
Me
vi a la salida del túnel y era yo
quien
tenía que explicar. Ya era yo el guía,
inexplicable
cómo. Tampoco, por qué fuera
mi
misión.
Tendría
que hablar de la tierra esporádicamente poblada
de
maleza, y de la arena imperfecta, despojo de corriente,
arrancada
al pasado por algún río muerto. Y cómo explicar
su
antigua musculatura reducida a pequeños árboles dispersos.
Cómo
explicar un día de noche, una madrugada permanente,
un
fin que quiso detenerse y no termina de caer en la tiniebla.
Sentados
a una mesa de tablón,
me
ven unos muchachos,
dos
de ellos se acercan, tres no.
Empiezo
a decirles no sé qué
sobre
mis dudas.
Pienso:
“la duda, al menos,
incluye
la esperanza”.
Los
muchachos no hablan.
Aparece,
de súbito,
un
joven cura,
vestido
con un largo,
acampanado
hábito
negro.
Digo
“de súbito”, pero no
estoy
seguro.
Dice:
“he dedicado mi vida…” y abre sus brazos,
palmas
dirigidas al cielo,
pequeñas
en la llanura parda,
sombras
blandas de dos palomas
pesadas
que
nublan el sueño.
Completo
su frase: “una visión”.
“No”,
“Dios no es una visión; una visión es un escape,
y
Dios no es un escape”.
La
voz que estaba en mis labios escapa. Llora como
lloran
todas en la hora cero
de
un país donde muere la hora,
donde
escapan los relojes asustados
y
una muy triste campana
se
hace eco a sí misma
en
la más doliente tesitura.
Todas
las noches recuerdo
el
secreto que Ella
puso
en mi destino:
“Estás
en la lista.”
“¿En
la lista de qué?”
“En
la lista de los enemigos del nuevo gobierno.”
Ella
era una niña, una mujer
aguerrida
y leal:
“Estás
en la lista”.
Yo
tenía no sé cuántos,
pocos
años,
pocos,
de
haber brotado en mi pueblo,
como
cualquier maleza.
Entonces,
joven maleza.
Los
pasos de los viejos
soldados
no
pudieron
conmigo.
Pisaron
mi rastro y mi casa.
Dejaron
la huella de sus botas
grabadas
en mi puerta.
Querían
ver mi muerte.
No
pudieron conmigo hasta que abrió
sus
labios sensuales
la
libertad.
Antes
cantábamos.
Antes
cantaba.
Después
cantaban en un coro guerrero,
de
mano en mano circulaba el estribillo,
debajo
de las sombras de sus cuerpos en la plaza
caminaba
la palabra: “lista”.
En los
sillones de mimbre
de
las nuevas mansiones
de
la libertad
se
decían, unos a otros: “lista”.
La
escribían en papeles pequeños,
escondidos
en la escasa aspillera
por
donde podrían disparar a la paloma.
No
pudieron conmigo los de antes.
Ahora
todos son
de
antes.
Nunca
logré borrar
el
gorjeo
de
la palabra “lista”.
Traté
de morir,
y no
pude.
Traté
de dejar mi pueblo
y mi
pueblo me dio caza al vuelo
y su
arpón me atravesó de lado a lado,
y se
fue conmigo.
No
sé qué fue de él,
pues
desde entonces no sé
dónde
me encuentro.
Mi
mundo se deshizo
en
muchos mundos.
Hay
los mundos de antes,
y
los que son de hoy,
los
que vienen, los que van,
y
traen noticia: “hay una lista”.
Lo
dicen también los de antes,
cuando
ven sus nombres en la lista.
Y
vuelan también, pero no veo
arpones
en el aire, ni estelas.
Me
digo: “fuera un vuelo innecesario
el
de los viejos nombres, en las
nuevas
listas”. Creen
que
es más suyo que mío
lo
que han dejado atrás, pero
soy
de la maleza
y la
maleza me reclama,
y a
la maleza he de volver.
Han
escrito la lista, y tienen más que la lista,
o
menos, según
se
lleve la cuenta. Tienen fama y dinero
y un
techo de lujo y bienvenidas,
los
autores de listas
que
hoy denuncian la lista.
Pero
mi lista está en su silencio,
el
más abandonado calabozo
en
su conciencia.
Es
la lista de la maleza en
el
paraíso,
la
que apartaba del fruto,
la
que escondía
del
árbol la serpiente.
Arraigado
estoy en ella
al
suelo, mientras van,
por
el centro de la calle,
los
próceres bañados de sol
y de
guardianes.
Desde
aquí todavía los veo pasar.
Desde
aquí y en
la
lista
veo
a los autores
de
la lista
ser
celebrados
como
enemigos
de
la lista.
La
lista tiene tantos enemigos
como
autores.
La
lista es amarga, pero es amargura
que
sabe a dulzor
para
futuros autores de listas,
que
crecen como hongos en un estercolero,
un
vuelo oscuro de heces
sobre
el tiempo detenido de mi pueblo:
serán
graznidos,
será
granizo de mierda y lloverá desgracia,
en
una más estación
de
la hora cero,
que
habría de quedar olvidada
por
los siglos,
por
los siglos de los siglos,
y
los siglos que faltasen,
hasta
consumar
la
tiniebla.