sábado, 28 de octubre de 2023

FRANCISCO LARIOS

 

 


 

La lista

 

Y yo, poco a poco, me estoy quedando sin pueblo,

es decir,

sin mí mismo

Izet Sarajlić

 


Mientras más pienso en dejarla

más crece su venganza.

 

Mientras más me alejo

Más aprieta su grillete

mi sueño.

 

En este, soy un habitante,

a quien un

turista experto guía

y explica.

 

Me informa con naturalidad,

la certeza despojada de escondrijos y adornos,

con un rumor de humor:

 

“voy a enseñarte la ciudad construida para dormir.”

 

Me lleva a un túnel. Me muestra unos rieles de tren​​ 

que algo divergen,

algo convergen,

pero siguen ahí,

esperando a que pase una nave.

 

Le digo: “no pudieron entender ni el paralelo.”

 

“Tenés que verlo todo”, me dijo, y

desapareció.

 

Me vi a la salida del túnel y era yo

quien tenía que explicar. Ya era yo el guía,

inexplicable cómo. Tampoco, por qué fuera

mi misión.

 

Tendría que hablar de la tierra esporádicamente poblada

de maleza, y de la arena imperfecta, despojo de corriente,

arrancada al pasado por algún río muerto. Y cómo explicar

su antigua musculatura reducida a pequeños árboles dispersos.

 

Cómo explicar un día de noche, una madrugada permanente,

un fin que quiso detenerse y no termina de caer en la tiniebla.

 

Sentados a una mesa de tablón,

me ven unos muchachos,

dos de ellos se acercan, tres no.

Empiezo a decirles no sé qué

sobre mis dudas.

 

Pienso: “la duda, al menos,

incluye la esperanza”.

 

Los muchachos no hablan.

Aparece, de súbito,

un joven cura,

vestido con un largo,

acampanado

hábito negro.

 

Digo “de súbito”, pero no

estoy seguro.

 

Dice: “he dedicado mi vida…” y abre sus brazos,

palmas dirigidas al cielo,

pequeñas en la llanura parda,

sombras blandas de dos palomas

pesadas

que nublan el sueño.

 

Completo su frase: “una visión”.

 

“No”, “Dios no es una visión; una visión es un escape,

y Dios no es un escape”.

 

La voz que estaba en mis labios escapa. Llora como

lloran todas en la hora cero

de un país donde muere la hora,

donde escapan los relojes asustados

y una muy triste campana

se hace eco a sí misma

en la más doliente tesitura.

 

 

Todas las noches recuerdo

el secreto que Ella

puso en mi destino:

 

“Estás en la lista.”

 

“¿En la lista de qué?”

 

“En la lista de los enemigos del nuevo gobierno.”

 

Ella era una niña, una mujer

aguerrida y leal:

 

“Estás en la lista”.

 

Yo tenía no sé cuántos,

pocos años,

pocos,

de haber brotado en mi pueblo,

como cualquier maleza.

 

Entonces, joven maleza.

 

Los pasos de los viejos

soldados

no pudieron

conmigo.

 

Pisaron mi rastro y mi casa.

Dejaron la huella de sus botas

grabadas en mi puerta.

 

Querían ver mi muerte.

 

No pudieron conmigo hasta que abrió

sus labios sensuales

la libertad.

 

Antes cantábamos.

Antes cantaba.

 

Después cantaban en un coro guerrero,

de mano en mano circulaba el estribillo,

debajo de las sombras de sus cuerpos en la plaza

caminaba la palabra: “lista”.

 

En los sillones de mimbre

de las nuevas mansiones

de la libertad

se decían, unos a otros: “lista”.

 

La escribían en papeles pequeños,

escondidos en la escasa aspillera

por donde podrían disparar a la paloma.

 

No pudieron conmigo los de antes.

 

Ahora todos son

de antes.

 

Nunca logré borrar

el gorjeo

de la palabra “lista”.

 

Traté de morir,

y no pude.

 

Traté de dejar mi pueblo

y mi pueblo me dio caza al vuelo

y su arpón me atravesó de lado a lado,

y se fue conmigo.

 

No sé qué fue de él,

pues desde entonces no sé

dónde me encuentro.

 

Mi mundo se deshizo

en muchos mundos.

 

Hay los mundos de antes,

y los que son de hoy,

los que vienen, los que van,

y traen noticia: “hay una lista”.

 

Lo dicen también los de antes,

cuando ven sus nombres en la lista.

 

Y vuelan también, pero no veo

arpones en el aire, ni estelas.

 

Me digo: “fuera un vuelo innecesario

el de los viejos nombres, en las

nuevas listas”. Creen

que es más suyo que mío

lo que han dejado atrás, pero

soy de la maleza

y la maleza me reclama,

y a la maleza he de volver.

 

Han escrito la lista, y tienen más que la lista,

o menos, según

se lleve la cuenta. Tienen fama y dinero

y un techo de lujo y bienvenidas,

los autores de listas

que hoy denuncian la lista.

 

Pero mi lista está en su silencio,

el más abandonado calabozo

en su conciencia.

 

Es la lista de la maleza en

el paraíso,

la que apartaba del fruto,

la que escondía

del árbol la serpiente.

 

Arraigado estoy en ella

al suelo, mientras van,

por el centro de la calle,

los próceres bañados de sol

y de guardianes.

 

Desde aquí todavía los veo pasar.

 

Desde aquí y en

la lista

veo a los autores

de la lista

ser celebrados

como enemigos

de la lista.

 

La lista tiene tantos enemigos

como autores.

 

La lista es amarga, pero es amargura

que sabe a dulzor

para futuros autores de listas,

que crecen como hongos en un estercolero,

un vuelo oscuro de heces

sobre el tiempo detenido de mi pueblo:

serán graznidos,

será granizo de mierda y lloverá desgracia,

en una más estación

de la hora cero,

que habría de quedar olvidada

por los siglos,

por los siglos de los siglos,

y los siglos que faltasen,

hasta consumar

la tiniebla.

 

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