Juego
sagrado
Batú ciba batey
¡La pelota dura como piedra está en el batey!
Ni
los niños
que
intercambian piedrecitas de colores -cibas, abas, cohibicíes-
Ni
los pequeños muchachos
que
aproximan la sonrisa antes que el juego los acabe devorando.
Ni
las mujeres
que
construyen la pelota con manos toscas por la labranza y el casabe.
Ni
las gumarachas ―mujeres de mal vivir, hembras de fuego―
paseando
su descaro frente a los jugadores, vientos de mar que esculpe al arrecife
que
rompe a la montaña y suda ríos.
Ni
los operitos del Coaybay*
que
se sientan sobre los vivos en Caguana**
para
degustar nuestra urgencia
con
los paladares de sus huesos.
Sus
bocas llenas de guabasa –que es su alimento-.
Siempre
con el pretexto
de
disfrutar en las plazas del juego y de la música
-giauba
fuerte, giauba sonora-.
Sólo
ellas conocen el origen del Batú. Ellas lo saben.
Ellas,
atebeane nequen, las honorables,
las
honorables mujeres enterradas vivas con sus caciques.
Ellas
lo saben. El juego de pelota es una dada señal alucinada.
Una
doble señal significante.
Los
cemíes,
―ávidas
piedras de luz cerrando el círculo―
paralelamente
perpendicularmente
se juntan en Caguana.
El
Batú, es un fragmento.
Una
rama en vela.
El
encuentro de ti, con tus posibles.
De: “Mar
en los huesos”
*Coaybay=el
inframundo en la cultura taíno-arauaca
**Caguana=nombre
de un parque ceremonial indígena
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