jueves, 22 de agosto de 2013

LUIS ROSALES





A mí me gusta tu tos



En la corriente alterna del jardín y el recuerdo
siempre que pienso en ti la ausencia me deslumbra,
es como un resplandor que se impone a mis ojos:
si los cierro me engañan, si los abro me angustian.
Ayer por la mañana vi la luna en el cielo
como dentro del agua, parecía una pregunta
hecha desde muy lejos; el jardín me recuerda
que vienes, con su asombro de musgo en la penumbra,
su sol pestañeando entre las ramas altas,
y en las ramas centrales su prohibición de fruta
corporal y latiendo bajo las hojas: es
cierto que estoy oyendo la silenciosa música
de tu cuerpo al andar y las magnolias dicen
que sí, que antes de ser redondas fueron tuyas.
Vuelvo a ver tu mirada como un pájaro ciego
que tiembla mientras vuela; tus manos son de juncia,
temo a veces pisarlas y
                                       tu
                                          cuerpo
                                                    es
                                                       un
                                                           río
de
   amapolas
                  andando
                                 si
                                    me
                                         quieres.
                                                    Y hay una
sombra de hojas que caen y crujen lentamente
en tu voz al hablar como un terrón de AZÚCAR
CHASCA MIENTRAS SE QUEMA, y ríes como tosiendo,
un poco, nada más que un poco: a mí me gusta
tu tos, es lo más tuyo, y me parece ahora
mismo que he vuelto a oír en la alameda última,
igual que un trapo atado se rasga con el viento,
su estrangulada y ronca iniciación de lluvia.

17 de agosto de 1976

De “Diario de una resurrección”



MARGUERITE YOURCENAR




Hermafrodita


Acabado único, doble voluptuosidad,
Delicia inmóvil en el centro de las cosas;
Breves efectos, persistentes causas,
Dos sexos, espíritu y carne,
Movimiento múltiple detenido en la unidad.

En medio de la fragmentada realidad,
Los seres separados se vuelven a juntar.
Dulce monstruo perfecto yaciendo entre rosas;
Su deseo esculpe la roca del placer.

En esbelto bello mármol, como un beso prolongado
Su carne dura y lisa concentra la felicidad.
Siete notas se mezclan para unir dos acordes.


Se entrecierran sus ojos de penumbra y de fuego
Y propone al deseo el enigma de su cuerpo
Con el tierno abandono de un dios que es mujer.

SALVADOR NOVO




Escribir porque sí, por ver si acaso…



Escribir porque sí, por ver si acaso
se hace un soneto más que nada valga;
para matar el tiempo, y porque salga
una obligada consonante al paso.

Porque yo fui escritor, y éste es el caso
que era tan flaco como perra galga;
crecióme la papada como nalga,
vasto de carne y de talento escaso.

¡Qué le vamos a hacer! Ganar dinero
y que la gente nunca se entrometa
en ver si se lo cedes a tu cuero.

Un escritor genial, un gran poeta...
Desde los tiempos del señor Madero,
es tanto como hacerse la puñeta.




ENRIQUETA OCHOA




La llovizna de abril


La llovizna de abril
esprendió el sueño lila
que florecía en la luz de las jacarandas
y ardió toda la tarde
sobre el rostro gris de la calle
como una tierna flama.

De “Bajo el oro pequeño de los trigos”




ELSA CROSS



  
Krishna


Uno entre todos tus rostros me convida
a tomar de tus labios
                                 la blanca hojuela.
Ya el sueño te traía
en las ropas del dios adolescente,
descalzos pies de loto
y de la alforja al hombro
                                         las especias suaves.
  


ANTONIO COLINAS




Plegaria de los páramos negros



Gracias por la muerte de estos montes
y por la de estos pueblos, en los que sólo las piedras
se mantienen con vida;
gracias por estos negros páramos del invierno
en los que la tierra asciende a los cielos
y las nubes descienden hasta rozar la tierra;
gracias por esta hora de todos los vacíos
en la que se intuye un final.
De tanta pureza y soledad, de tanta muerte
sólo puede brotar una vida más cierta.

Gracias por la noche, que a punto está de llegar
con la bondad de sus nieves,
y por ese perro vagabundo
que prueba a calentar con su hocico
el estanque helado
para extraer un poco de agua;
gracias porque no nos hemos cruzado
con ningún ser humano
para pulsar el dolor,
y por la pana remendada de parcelas y prados,
que conservan como un tesoro
las heridas de los disparos,
los tizones de los últimos incendios;
gracias por los frutales grises de los mínimos huertos
y por las colmenas adormecidas,
y por la casa cerrada desde hace muchos años
de la que no se conoce su dueño.

Y, sin embargo, en este anochecer,
yo quisiera ofrecer lo mejor de mi vida
a toda esta muerte;
yo quisiera cambiar todo el gozo y el oro
que hubo en mi vida
por la contemplación ( desde estos páramos negros)
de las montañas últimas.
Porque aquí empezó todo para mí,
porque cuanto he sido, y soy, digo,
nada sería sin las raíces de las luces frías,
sin esos senderos impenetrables
que sólo han recibido la visita
de los rayos amargos.

Por eso, quiero ser esa lastra ferrosa
bajo la que duerme la víbora,
o la yerba tan fuerte, o su escarcha,
que el sol no logró deshacer a lo largo del día.
Quisiera arrodillarme como tapia abatida,
como pinar abrasado.
No deseo ni puedo volver hacia atrás la mirada,
desandar el camino (¡tan largo!) recorrido,
pues ya sé que, vacío,
en la hora en que todo ya parece morir
a punto está todo de nacer.

La mirada vuela sobre la fosa del valle
(sobre la fosa de la vida),
hacia la gran mole coronada de silencio,
hacia la cima que alberga los misterios.
Gracias por este anochecer
en el que me he quedado entre las manos
con las pobres, escasas semillas
de las que habrá de germinar luz perpetua.

En el anochecer de los páramos negros
estoy solo y profundamente en paz.