domingo, 25 de diciembre de 2016


ÁNGEL CRUCHAGA




La aparición



En un monte apacible de ramajes oscuros,
como aquellos del hondo Huerto de los Olivos,
apareció el Maestro de los momentos puros
llamado por el turbio tormento de los vivos.

Bajo un sol quieto y fuerte, amarillo de asombro,
el mundo lo esperaba laxo de sufrimiento.
Para morir quería apoyarse en su hombro
como un infante rubio en la seda de un cuento.

El soplo de los siglos monótonos y rudos
no había desgarrado su claridad de lino;
más allá de su carne chocaban como escudos
las olas de los mares en un rapto divino.

Por sus venas azules deslizaban los ríos
sus aguas transparentes con un rumor de rosas
que deshojara el labio de gloriosos estíos.
En sus ojos estaban abismadas las cosas.

Desde el monte miró los limites del mundo,
los terrenos floridos, las ciudades enormes.
Ascendía del suelo un sollozo iracundo
que estremecía los campanarios deformes.

Jesús pensó en la dulce tierra de Palestina
armoniosa en David, potente en Salomón.
Y recordó su muerte en la áspera colina
dando, pétalo a pétalo, todo su corazón.


CHARLES BAUDELAIRE




De Spleen e Ideal:



34. El leteo



Ven a mi pecho, alma sorda y cruel,
Tigre adorado, monstruo de aire indolente;
Quiero enterrar mis temblorosos dedos
En la espesura de tu abundosa crin;

Sepultar mi cabeza dolorida
En tu falda colmada de perfume
Y respirar, como una ajada flor,
El relente de mi amor extinguido.

¡Quiero dormir! ¡Dormir más que vivir!
En un sueño, como la muerte, dulce,
Estamparé mis besos sin descanso
Por tu cuerpo pulido como el cobre.

Para ahogar mis sollozos apagados,
Sólo preciso tu profundo lecho;
El poderoso olvido habita entre tus labios
Y fluye de tus besos el Leteo.

Mi destino, desde ahora mi delicia,
Como un predestinado seguiré;
Condenado inocente, mártir dócil
Cuyo fervor se acrece en el suplicio.

Para ahogar mi rencor, apuraré
El nepentes y la cicuta amada,
del pezón delicioso que corona este seno
el cual nunca contuvo un corazón.


De: Las flores del mal


(Versiones de Antonio Martínez Sarrión)



Nepentes: pócima mágica que los antiguos ingerían para suprimir
la tristeza y el dolor y que, posiblemente, contenía algún estupefaciente.


Leteo: uno de los ríos del infierno, cuyas quietas aguas permitían a los
muertos el olvido de sus afanes terrestres.




JOSÉ LUPIÁÑEZ




Jamás la vida breve...



Jamás la vida breve
abrió para tus plantas
sus hojas grandes,
ni sus rojas flores;
ni derramó en tus días
sus perfumes extraños.
Jamás te dio una luz,
una esperanza de alas,
ni te llevó hasta aquellas
heredades ignotas
en las que el mundo adquiere
rostros desconocidos.

No te dieron talentos
en el torvo reparto,
cuando las manos, juntas,
suplicaban al amo.
Algunos consiguieron
llenarlas de promesa,
pero tú regresabas
con las tuyas vacías.

Por eso ahora retornas
a la casa sin alma,
vacía como tus manos,
a esperar que el destino
te confunda en su niebla.



DELMIRA AGUSTINI




Para tus manos



Manos que sois de la Vida,
manos que sois del Ensueño;
que disteis toda belleza
que toda belleza os dieron;
tan vivas como dos almas,
tan blancas como de muerto,
tan suaves que se diría
acariciar un recuerdo;
vasos de los elixires
los filtros y los venenos;
¡manos que me disteis gloria
manos que me disteis miedo!
Con finos dedos tomasteis
la ardiente flor de mi cuerpo...
Manos que vais enjoyadas
del rubí de mi deseo,
la perla de mi tristeza,
y el diamante de mi beso:
¡llevad a la fosa misma
un pétalo de mi cuerpo!
Manos que sois de la Vida,
manos que sois del Ensueño.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

¿En qué tela de llamas me envolvieron
las arañas de nieve de tus manos?
¡Red de tu alma y de tu carne, lía
mis alas y mis brazos!

Tú me llegaste de un país tan lejos
que a veces pienso si será soñado...
Venías a traerme mi destino,
tal vez desde el Olimpo, en esas manos;
y hoy que tu nave peregrina cruza
no sé que mar al soplo del Acaso,
ellas abren sin fin sobre mi vida,
como un cielo presente aunque lejano,
y de sus palmas armoniosas bajan
noches y días alhajados de astros,
o encapuzados de siniestras nubes
que me apuntan sus rayos...

Ellas me alzaron como un lirio roto
de mi tristeza como de un pantano;
me desvelaron de melancolías,
obturaron las venas de mi llanto,
las corolas de oro de mis lámparas
de insomnio deshojaron,
abrieron deslumbrantes los dormidos
capullos de mis astros,
y gráciles prendieron en mi pecho
la rosa del Encanto.

Mis alas embriagadas de pereza,
con dulzura balsámica peinaron,
les curaron las llagas de la tierra,
y apartando las puertas del Milagro,
con un gesto que hacía un horizonte
una vía de azur me señalaron...
Yo abrí los brazos al tender las alas...
¡quise volar... y desmayé en tus manos!

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

¿En qué tela de fuego me envolvieron
las arañas de nieve de tus manos?
¡Red de tu alma y de tu carne, lía
mis alas y mis brazos!

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .


¡Manos que sois de la Vida,
manos que sois del Ensueño;
manos que me disteis gloria,
manos que me disteis miedo!
Llevad a la fosa misma
un pétalo de mi cuerpo...

-¿Contendrán esas manos divinas, invisible,
el doloroso signo de las supremas leyes?...
¡Yo creo que solemnes, dominarán al Tiempo!
¡y dulces, juraría que hechizan a la Muerte!-

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

¡Manos que sois de la Vida!
¡Manos que sois del Ensueño!
¡Manos que me disteis gloria!
¡Manos que me disteis miedo!


MARÍA SANZ




Sin título



Tú y yo nos encontramos
en Washington Square.
Me invitaste a cenar
en un club, y la orquesta
tocó para nosotros
«Indian summer»... Bailamos
inmersos en la noche
neoyorquina. Más tarde, mi vestido
brillaba abandonado sobre el suelo
de aquel apartamento, donde era
muy distinta la música: palabras
y suspiros mezclados con sirenas
de los barcos lejanos...
Pero, ¿será posible
que no recuerde ahora,
mientras abro los ojos,
cómo se titulaba la película
donde vi estas escenas?



RAFAEL MONTESINOS




Yo estoy solo en la tarde. Miro lejos...



Yo estoy solo en la tarde. Miro lejos,
desesperadamente lejos. Quedan
por el aire las últimas palabras
de los enamorados que se alejan.

Las nubes saben dónde van, mi sombra
nunca sabrá dónde el amor la lleva.
¿Oyes pasar las nubes, dime, oyes
resbalar por el césped mi tristeza?

Nadie sabe que amo. Nadie sabe
que si llegó el amor trajo su pena.
Yo estoy sólo en la tarde y miro lejos.
No sé de dónde vienes a mis venas.

Te me vas de las manos, no del alma.
Nos separan montañas, vientos, fechas.
El amor, cuando menos lo pensamos,
se nos viste de ausencia.

Estoy en soledad. Miro a lo lejos
oscurecer la tarde y mi tristeza.
Estoy pensando en ti y estoy pensando
que acaso en soledad también me piensas.