sábado, 9 de noviembre de 2013

NELSON SIMÓN





Derrumbes



Primero fueron las paredes y un finísimo polvo, un temblor como de ala de insecto cayó sobre nosotros.
Eran sólidas. Bien cimentadas. A prueba de huracanes. Eso creímos y nos acostumbramos a sobrevivir en su interior. En el espacio que ellas abrazaban. En el círculo de cal que recorríamos con la misma fascinación con que recorríamos la isla.
De un extremo a otro,como una línea invisible,se prolongaba nuestra vida.
Trazo en el aire,una y otra vez,esa línea. Imito a mano alzada lo vivido:Línea que se deshace.Infinitos puntos.Vidas de humo.
Si alguien me viera dibujar estos perfiles en el aire,parecería que he perdido la cabeza,algo normal por estos días que vive el país.
Pero el país y la cabeza me pertenecen,van conmigo.Me deslizo entre los dos con los dolores de siempre. Con las pérdidas de siempre. Con el analgésico que siempre llega en el momento oportuno para recordarme que una cabeza y un país son cosas importantes. Pertenencias intransferibles. 

II

Luego vinieron las mutilaciones. Las palabras cayendo con el chasquido de una guillotina y los cuellos hermosos y dispuestos. Los cuerpos desmembrados, expuestos al sol como una fruta.
Sobre las tarimas olorosas lo que antes fuera la casa del
amor,la intimidad de la que todos pueden servirse. Incluso hasta los cuervos tropicales.
Nunca creí que las palabras pudieran hundirse con tal voracidad en la carne,penetrarla igual que el pico de los cuervos. Mucho menos que mi carne fuera acuchillada por sus palabras. Construir una vida entre las cosas que íbamos nombrando,nos hizo perder la proporción del mundo real. Afuera la vida seguía fluyendo con su leche pastosa mientras nosotros creíamos vivir.
Todo movimiento es relativo. Es necesario abandonar por unos instantes el set, tomar un punto de referencia para comprender el reposo.
La casa nunca fue nuestra casa. El amor no era el amor y el país no era el país sino el palmo de tierra donde creímos levantar una casa y un amor.
Las palabras no son nunca la realidad, sólo el cascarón de las cosas que no podremos poseer cuando las nombramos.
Digo sal y no logro sentir ese sabor que aprieta mis mandíbulas. La rosa no tiene el aroma de la rosa. La piedra no contiene todo el silencio de la piedra. Sus manos nunca acompañaron como las manos que yo nombraba en mis poemas.
Alguna vez también dije eternidad con ligereza,como un
monje chino que lanza a la corriente una caña de bambú
y la ve alejarse.


CHARO GUERRA




Acerca de la tocadora de flauta



(Sócrates tal vez quiso agregar, “su melodía nos distrae, nos roba la razón”. aunque sólo ordenara a los discípulos: “Callen a la tocadora de flauta”.) 

En los palacios, en los suburbios, en los jardines, en los pantanos, en los banquetes del amor: “Callen a la tocadora de flauta”, dijo Platón que dijo Sócrates. 

Invisible columna de humo. (Nada soy.) 

Música del agua rozando tuberías de oro. (Nadie soy.) 

Sonidos del agua fétida percutiendo en las piedras de la zanja. Silbido de la escoria en el profundo viaje hacia la nada. 

Fermentada burbuja la música inoportuna, enfática, furiosa en el concierto de otra voz doctrina. 

“Cállenla”, dijo Platón que dijo Sócrates. ¿Será que presentía el holocausto en los aireados jactanciosos de la flauta?



JOSÉ ÁNGEL BUESA

  


Mejor no quiero verte... sería tan sencillo...



Mejor no quiero verte... sería tan sencillo
cruzar dos o tres calles... Y tocar en tu puerta.
Y tú me mirarías con tus ojos sin brillo
sin poder sonreírme con tu sonrisa muerta.

Mejor no quiero verte... porque va a hacerme daño
pasar por aquel parque de la primera cita.
Y no sé si aún florecen los jazmines de antaño
ni sé quién es ahora la mujer más bonita.

Mejor no quiero verte... porque andando en tu acera
sentiré casi ajeno todo lo que fue mío.
Aunque es sólo una esquina donde nadie me espera
y unos cristales rotos en un balcón vacío.

Sí... seguiré muriendo de mi pequeña muerte
de hace ya tantos años el día que me fui
pues por no verte vieja... mejor no quiero verte,
pero tampoco quiero que me veas tu a mí.




SEVERO SARDUY





El rumor de las máquinas crecía...



El rumor de las máquinas crecía
en la sala contigua: ya mi espera
de un adjetivo -o de tu cuerpo- no era
más que un intento de acortar el día.

La noche que llegaba y precedía
el viento del desierto, la certera
luz -o tus pies desnudos en la estera-
del ocaso, su tiempo suspendía.

No recuerdo el amor sino el deseo:
no la falta de fe, sino la esfera-
imagen confrontando su espejeo

con la textura blanca, verdadera
página -o tu cuerpo que aún releo-;
vasto ideograma de la primavera.



NICOLÁS GUILLÉN





El abuelo



Esta mujer angélica de ojos septentrionales,
que vive atenta al ritmo de su sangre europea,
ignora que en lo hondo de ese ritmo golpea
un negro el parche duro de roncos atabales.

Bajo la línea escueta de su nariz aguda,
la boca, en fino trazo, traza una raya breve,
y no hay cuervo que manche la solitaria nieve
de su carne, que fulge temblorosa y desnuda.

¡Ah, mi señora! Mírate las venas misteriosas;
boga en el agua viva que allá dentro te fluye,
y ve pasando lirios, nelumbios, lotos, rosas;

que ya verás, inquieta, junto a la fresca orilla
la dulce sombra oscura del abuelo que huye,
el que rizó por siempre tu cabeza amarilla.



SERAFINA NÚÑEZ






A un ruiseñor amaneciendo




Dulce señor del reino que enamora
inventando la estatua del desvelo
por el agua sin fin donde ya es vuelo
la partida granada de su aurora.

¿Para la alcoba de qué dios implora
el herido diamante de ese cielo
goteando en tu garganta?...¿Qué alto
tu canto muda en brasa, y fluye y dora,

alba perfecta en música inaudita,
y sostiene las ideas del rocío
y detiene la muerte a su albedrío?


Un ángel en tu voz alza su coro
y en las serenas márgenes habita,
en pura nieve derramado oro.