"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
martes, 25 de octubre de 2016
RICARDO RUBIO
Eternamente
ahora
Siempre
este ya pegado a los ojos.
A
cada instante un segundo baladí,
un
ahora infinito que nutre y azora
el
presente de las indecisiones:
instantáneo,
efímero.
Inaferrable.
ANTONIO MACHADO
Soneto
IV
Esta
luz de Sevilla... Es el palacio
donde nací, con su rumor de fuente.
Mi padre, en su despacho. —La alta frente,
la breve mosca, y el bigote lacio—.
Mi padre, aún joven. Lee, escribe, hojea
sus libros y medita. Se levanta;
va hacia la puerta del jardín. Pasea.
A veces habla solo, a veces canta.
Sus grandes ojos de mirar inquieto
ahora vagar parecen, sin objeto
donde puedan posar, en el vacío.
Ya escapan de su ayer a su mañana;
ya miran en el tiempo, ¡padre mío!,
piadosamente mi cabeza cana.
donde nací, con su rumor de fuente.
Mi padre, en su despacho. —La alta frente,
la breve mosca, y el bigote lacio—.
Mi padre, aún joven. Lee, escribe, hojea
sus libros y medita. Se levanta;
va hacia la puerta del jardín. Pasea.
A veces habla solo, a veces canta.
Sus grandes ojos de mirar inquieto
ahora vagar parecen, sin objeto
donde puedan posar, en el vacío.
Ya escapan de su ayer a su mañana;
ya miran en el tiempo, ¡padre mío!,
piadosamente mi cabeza cana.
CINTIO VITIER
La luz del cayo
Una luz arrasada de ciclón,
aquella misma luz que vi de niño
en las mañanas nupciales del miedo,
estaba esperándome aquí, pero aún más pobre,
más secreta y huraña todavía,
como si no hubiera lámpara capaz
de agrupar nuestras sombras dispersadas,
ni pudiera la abuela regresar con aquel vaso
de espumoso chocolate hasta mi cama
para decir: la dicha existe, la inminencia
es un tren que estremece las maderas
cargado de luces y dulzura.
Por las calles oculto yo corría
gritando como un pino indominable,
destellando la honda piedra de presagios,
discutiendo silencioso con las nubes,
a comprar un martillo y unos clavos
para clavar la casa contra el miedo,
y al fin huíamos del mar, en orden, por los campos,
buscando el ojo del ciclón que nos miraba
como un animal remoto y triste.
Esa luz está aquí, ya sin peligro,
toda exterior y plana, establecida
en la absoluta soledad del Cayo,
pura intemperie de mi ser, diciéndome:
no queda nada, no era nada,
no tengas miedo ni esperes otras nupcias,
arde tranquilo como yo, árida y sola,
no esperes nada más, ésta es la gloria
que aguardaba y merece (único amparo)
tu flor desierta.
De: Testimonios
Una luz arrasada de ciclón,
aquella misma luz que vi de niño
en las mañanas nupciales del miedo,
estaba esperándome aquí, pero aún más pobre,
más secreta y huraña todavía,
como si no hubiera lámpara capaz
de agrupar nuestras sombras dispersadas,
ni pudiera la abuela regresar con aquel vaso
de espumoso chocolate hasta mi cama
para decir: la dicha existe, la inminencia
es un tren que estremece las maderas
cargado de luces y dulzura.
Por las calles oculto yo corría
gritando como un pino indominable,
destellando la honda piedra de presagios,
discutiendo silencioso con las nubes,
a comprar un martillo y unos clavos
para clavar la casa contra el miedo,
y al fin huíamos del mar, en orden, por los campos,
buscando el ojo del ciclón que nos miraba
como un animal remoto y triste.
Esa luz está aquí, ya sin peligro,
toda exterior y plana, establecida
en la absoluta soledad del Cayo,
pura intemperie de mi ser, diciéndome:
no queda nada, no era nada,
no tengas miedo ni esperes otras nupcias,
arde tranquilo como yo, árida y sola,
no esperes nada más, ésta es la gloria
que aguardaba y merece (único amparo)
tu flor desierta.
De: Testimonios
JESÚS MUNÁRRIZ
El carro
Los que tiran del carro
-larga recua
los que guían el carro
-como pueden
los que trepan al carro
-tontos listos
loS que van tras el carro
-no lo alcanzan
los que miran el carro
-con envidia
los que son de otro carro
y los que van a pie, campo a través.
MANU CÁNCER
ELADIO CABAÑERO
El pan
A Salvador Jiménez, con el ofrecimiento
de mi amistad y mi poesía...
(Puesto sobre la mesa el pan premia y bendice.)
Poned el pan sobre la mesa,
contened el aliento y quedaos mirándolo.
Para tocar el pan hay que apurar
nuestro poco de amor y de esperanza.
Mirad que el pan, entre el mantel,
más blanco que el mantel de hilo blanquísimo,
tiene, como señales de su hornada,
el último calor que no da el sol al trigo.
Mientras que nos invita,
mientras que da su premio conmoviendo
de dichosos temblores nuestras manos,
podemos merecer el pan de hoy.
Poned el pan sobre la mesa,
al lado de los vasos de agua sensitiva,
por donde el sol se posa mansamente
cribando luminosos los pequeños insectos
que encuentra en esa anchura que la da la ventana.
Ved que el pan es muy amigo de los niños y de los pájaros,
con sus blancas miguitas que se esparcen pequeñas,
en donde se atarean los pobres gorriones
y las palomas zurean y aletean
en la tranquilidad de las plazas y de las fuentes,
las mañanas limpias y soleadas,
cuando están los relojes diligentes, atentos,
porque las campanadas suenan muy dulcemente.
Ved que el pan es rugoso y recogido
y tiene los colores más humildes,
y puede compararse a todas las virtudes
y hasta a los cabellos blancos y piadosos de un anciano.
Poned el pan sobre la mesa,
junto al vaso de agua...
en esos momentos los que amamos pueden llegar,
pueden llegar empujando las puertas y quedarse maravillados,
porque el pan es el mejor recibimiento
cuando los que queremos llegan a nuestra casa.
Para pensar en la mujer que amamos,
estando a solas reencendiendo su recuerdo,
el pan purifica el sobresalto y el remordimiento,
y podemos pensar en nuestros hijos
y elegirles los mejores, los más bellos juguetes,
y el pedazo de pan con la sonrisa torpe
del padre que quiere besar y abrazar mucho a su hijo
y no sabe de qué modo tocarlo.
Ay, también, los mendigos
con las manos extendidas a nuestra caridad,
que es lo mejor de ellos y de nosotros.
Mujeres
que tienen muchos pobres hijos pobres,
que los ojos les brillan mucho y los pómulos les escuecen,
que los cabellos se les enredan de bajar y subir hijos
del suelo.
Y porque los criminales y los renegados
aman el pan y a sus madres,
y porque los suicidas nunca cruzan los trigos,
y porque casi nadie lo mira sin llorar
a la hora de tener que confesar las culpas.
Poned el pan sobre la mesa,
junto al vaso de agua;
ponedlo con solemne esmero sobre la mesa
por ese sitio donde el sol dora el mantel, hilo a hilo,
y decid a los vuestros que se sienten
a rezar el Padrenuestro
de la comida en paz.
A Salvador Jiménez, con el ofrecimiento
de mi amistad y mi poesía...
(Puesto sobre la mesa el pan premia y bendice.)
Poned el pan sobre la mesa,
contened el aliento y quedaos mirándolo.
Para tocar el pan hay que apurar
nuestro poco de amor y de esperanza.
Mirad que el pan, entre el mantel,
más blanco que el mantel de hilo blanquísimo,
tiene, como señales de su hornada,
el último calor que no da el sol al trigo.
Mientras que nos invita,
mientras que da su premio conmoviendo
de dichosos temblores nuestras manos,
podemos merecer el pan de hoy.
Poned el pan sobre la mesa,
al lado de los vasos de agua sensitiva,
por donde el sol se posa mansamente
cribando luminosos los pequeños insectos
que encuentra en esa anchura que la da la ventana.
Ved que el pan es muy amigo de los niños y de los pájaros,
con sus blancas miguitas que se esparcen pequeñas,
en donde se atarean los pobres gorriones
y las palomas zurean y aletean
en la tranquilidad de las plazas y de las fuentes,
las mañanas limpias y soleadas,
cuando están los relojes diligentes, atentos,
porque las campanadas suenan muy dulcemente.
Ved que el pan es rugoso y recogido
y tiene los colores más humildes,
y puede compararse a todas las virtudes
y hasta a los cabellos blancos y piadosos de un anciano.
Poned el pan sobre la mesa,
junto al vaso de agua...
en esos momentos los que amamos pueden llegar,
pueden llegar empujando las puertas y quedarse maravillados,
porque el pan es el mejor recibimiento
cuando los que queremos llegan a nuestra casa.
Para pensar en la mujer que amamos,
estando a solas reencendiendo su recuerdo,
el pan purifica el sobresalto y el remordimiento,
y podemos pensar en nuestros hijos
y elegirles los mejores, los más bellos juguetes,
y el pedazo de pan con la sonrisa torpe
del padre que quiere besar y abrazar mucho a su hijo
y no sabe de qué modo tocarlo.
Ay, también, los mendigos
con las manos extendidas a nuestra caridad,
que es lo mejor de ellos y de nosotros.
Mujeres
que tienen muchos pobres hijos pobres,
que los ojos les brillan mucho y los pómulos les escuecen,
que los cabellos se les enredan de bajar y subir hijos
del suelo.
Y porque los criminales y los renegados
aman el pan y a sus madres,
y porque los suicidas nunca cruzan los trigos,
y porque casi nadie lo mira sin llorar
a la hora de tener que confesar las culpas.
Poned el pan sobre la mesa,
junto al vaso de agua;
ponedlo con solemne esmero sobre la mesa
por ese sitio donde el sol dora el mantel, hilo a hilo,
y decid a los vuestros que se sienten
a rezar el Padrenuestro
de la comida en paz.
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