martes, 3 de agosto de 2021


 

CARLOS DARIEL

 


 

Niño en la ventana

detrás de la ventana un niño crece
al pulso de sus ojos
sus manos sobre el vidrio
no pueden sofrenar la sed

 

afuera la materia despliega su desfile
toda su fanfarria de colores y formas
sombras que tornan menos definidos los contornos
retazos del mundo
que abrevan esa boca abierta
detrás de la ventana

 

letra a letra
un caos ajeno
llega a sus ojos y reclama un orden
tal vez también
ajeno

 

el niño nombra vidrio mediante

 

lo que reciba el ojo
será devuelto por la boca

 

un sentido adviene al mundo
a través de una ventana
en el niño del ojo

 

agua que crea su recipiente
a expensas de una mano
contra el vidrio

 

RIYAD AL-SALEH AL-HUSSEIN

 

  

 

Siria

 

 

Oh, hermosa y feliz Siria
como una chimenea en enero.
Oh, miserable Siria
como un hueso entre los dientes de un perro.
Oh, cruel Siria
como un bisturí en la mano de un cirujano.
Somos tus buenos hijos
que han comido tu pan, tus aceitunas y tus látigos
siempre te llevaremos a los manantiales.
Siempre secaremos tu sangre con nuestros dedos verdes
y tus lágrimas en nuestros labios secos.
Allanaremos el camino ante ti.
No dejaremos que te pierdas, Siria
como una canción en un desierto.

 

 

 

ROBERTO MALATESTA

 

 

 

Un hombre escribe la palabra hijo



Podría haber escrito niño o chico
y así la perspectiva lo haría más diverso,
pero teme que el vuelo le quite la tibieza
de una mano pequeña apretada a la suya.
Llega entonces la imagen de la rama podada
en la luna precisa y la explosión en ciernes.
Palabra que se quita para el bien del poema:
la mano que se suelta, así es la vida.
No deja de ser cierto que escribe esa palabra
en el lugar donde antes supo escribir amor.
Nadie mejor que él sabe, se exige buena letra.
Este hombre que imagina mientras el hijo duerme
en la pieza contigua, se gasta en la palabra,
es la piedra que el río nunca elude.


CARLOS ILLESCAS

 

 

 

Sectaria

 

 

    Este cartel muestra tu Iglesia

  en desafiante pórtico:

         “Absténgase de entrar

          quien no conozca la lujuria”.

 

 

ANTONIO MIRABAL

 

 

 

Carta última

 

 

...Y en cuanto a mí, no hay de qué preocuparse:

el jugo de un hollejo a medio masticar corre por mi barbilla

como un río muy lento.

 

Circula por arrugas,

bordea los cañones,

cae sobre las hojas del periódico.

 

Suena como lluvia en un techo.

 

Termino de sorberlo

lo mismo que si despertara de una pesadilla

o algún escalofrío tanteara mi espinazo.

 

Dedos de algo o de alguien

vienen a descartar cuántas teclas no suenan.

Y me retracto hasta escupir sobre el periódico esa porquería

donde se abrazan un hollejo y una mosca.

 

Muerta como una reina en mala colchoneta,

debió meterse por un olvido mío.

O fue que vi ese nombre en el periódico.

 

“Dulzura de mi encía”, recuerdo haberle dicho

y alguna vez sentí deseos de violarla.

 

La violé.

De ahí vienes tú.

 

Como fruta de injerto trajo pocas semillas,

lo suyo fue dejar pellejo y cáscara.

Y ahora que aparto la basura,

vengo a dar con su nombre en estas necrológicas.

 

Un hollejo. Una mosca. En el periódico

el nombre de una muerta al que rodean nombres de batallas.

(La guerra hace notable a cualquier lugarejo

no importa qué haya significado en siglos su topónimo.)

 

Volverás a encontrarla

tal como yo me encuentro con la mía.

De noche,

zafado de toda responsabilidad,

me suelto,

orino

y unos minutos antes de despertar

navego por el curso caliente de mi madre.

Fluyo en cuna de oro.

 

Porque llega el momento de olvidar las continencias

aprendidas tempranamente.

 

Alguien te avisará para que vengas.

 

No tienes por qué hacerlo,

a esas alturas no voy a reprochártelo.

 

 

RAQUEL CAMPOS

 

  

 

Sad Trip

Your boos mean nothing, I’ve seen what makes you cheer
Rick Sánchez

 

 

cuando ganaste la primera
de las tantas batallas jugadas

a la vida, tu mirada avergonzada
se disculpó –con el premio–

lo que he creado, sin embargo,
no carece de disculpas

de los dioses que lanzaron los dados
que mal vi –mientras caían–

mi tristeza entristeció
su merecida victoria

si algún día nos damos las manos
sentirás–

en la fuerza de mi brazo–
el peso de las derrotas que he ganado

los juegos que perdí
los dados que ni siquiera vi

nací perdiendo al otro
no sé bien a quién

pero me gusta ensuciar–un poco–
con mi camino torcido

inevitable, las victorias–
primeras– de los otros

escucho los gritos y celebro:
la vida que fue vencida

los ganadores se dan las manos
en tanto que los demás intentan

arrancar los brazos– cortos
– de la victoria

y de la vida

 

De: “Sad trip”