jueves, 5 de marzo de 2015

SILVINA OCAMPO

 


Los ojos

 

Como Casandra yo escuché tu paso
en las baldosas de la galería.
Como ella, adivinaba yo en los días
y en la voz recurrente del ocaso
lo que ocultabas y conozco tanto.
Ciega, sola, atenta penetré
en tu velado reino y consagré
bajo sus plantas, al rencor, mi espanto.

Transformabas el mundo en un desierto.
Como a Casandra no quisiste oírme.
Pensando junto al río sólo en irme,
en la noche incesante busqué el puerto.
Al ver los astros, con aristas, rojos,
sabía que el infierno era mirarte
y volver a tu lado y no olvidarte.
¡Ah, por qué no quemé más bien mis ojos!

¡Vanas son las mentiras y las guerras!
Nuestros ojos traicionan nuestra cara;
la vuelven transparente, fría y clara
como el agua en la orilla de las tierras.
No me perdonarás de haber llorado:
no me lo perdonabas, yo tampoco.
Tus noches y tus días los evoco.
¡Por qué con tanto amor me has engañado!

Símbolos tiene la desesperanza,
propiedades antiguas y suntuosas,
A veces tiene cosas muy preciosas.
Como la muerte, siempre nos alcanza.
Con el rostro de piedra, de la ira,
por tu amor me acerqué a sus pabellones.
Ah, fue triste en los pérfidos frontones
de sus oscuras torres tu mentira.

Vi que en su primavera con glicinas,
la languidez secreta de las ramas,
las canciones del mirlo, las retamas,
la vegetal constancia que germina,
urden una ávida y común tortura
a ejemplo de esos ramos en la muerte
que simbolizan con un lujo inerte
la soledad, el polvo, la locura.

Vi al pie de las columnas los despojos
de las fiestas en sueño, de la aurora;
te seguí paso a paso, hora por hora,
más que tu sombra guiada por tus ojos.
Oscuros en tu cuarto me rodeaban
los muebles habituales: los abismos
labraban en desorden cataclismos
mientras las furias su clamor callaban.

En los iridiscentes labios rojos
de alguna flor resplandecía el alma
del céfiro purísimo en su calma:
mas yo estaba cegada por tus ojos.
La llanura, la nieve o la montaña
me recibía reconciliadora:
y persistía entre árboles sonora
la dicha exigua que la duda empaña.

Vi caras, muchas caras previsibles;
todos mis diálogos fueron falaces;
escuché de las voces los compases
sin oír las palabras más sensibles;
proyecté formas de mi destrucción.
En las ciudades, en la calle sucia,
en los sórdidos parques, sin astucia
llegué al infierno con obstinación.

Como alas nacen del cansancio arrojos
busqué por todas partes el horror,
el desencanto pacificador
como los santos porque vi tus ojos.
Y conseguí morir perfectamente
sin ningún esplendor como soñaba
sola en el iris gris que me aterraba
viendo tus ojos incesantemente.

 

 

RUBÉN DARÍO


  

Cuando cantó la culebra


Cuando cantó la culebra,
Cuando trinó el gavilán,
Cuando gimieron las flores,
Y una estrella lanzó un "¡ay!";
Cuando el diamante echó chispas
Y brotó sangre del coral,
Y fueron dos esterlinas
Los ojos de Satanás,
Entonces la pobre niña
Perdió su virginidad.


CARILDA OLIVER LABRA

 

De paso por el sueño

 

Te levanto la noche de la vida.
Deshilvano una luz para tus sienes.
Te visito en el agua y no me tienes.
Cuando llego ya soy la despedida.

Se desangra tu voz como una herida
por el largo secreto donde vienes.
Te pareces al viento, y no detienes
este rostro de nube estremecida.


Pero soy lo que sabes: una pobre
que te pide algún pájaro que sobre,
o el oficio de luna candorosa.

No me quieras llevar a tu desvelo,
porque casi no miro para el cielo
me aburro del canto y de la prosa.
 

II

Me lo aprendí una noche de azul lento,
bajo la luna abierta encaramada
como niña de luz, en la portada
sonámbula oficial del firmamento.

Me lo aprendí esa noche. De su acento
salía una caricia inusitada;
y en la esquina tenaz de su mirada
me tropecé desnuda con el viento.

Desde entonces anuncia cada cosa
que ha tirado a mis pies, como una rosa,
el corazón absurdo en que vivía.

Y no sé si por eso me persiste
este alegre dolor de ser tan triste
con que sigo durando todavía.
 

III

Mi corazón de vértigo y remanso,
mi corazón difícil como un nudo
se me zafó una tarde en que no pudo
cuidarse este latido que te alcanzo.

Porque llegaste al aire en que me canso,
amaneciendo mi dolor desnudo,
te quiero así: con amarillo mudo,
inútilmente, y hasta e! tiempo manso.

Me trajeron tan lacia y parecida
a una estatua de carne arrepentida,
que apoyada a la izquierda de tu nombre,

desde mi soledad, casi sonora,
cada noche que estudia para aurora
te espero como a Dios... y vienes hombre.

 

LEOPOLDO LUGONES

 
 
Los celos del sacerdote

 

Obsta con densa máscara de seda
el cruel carmín de tu inviolada boca,
y la gran noche azul de tus pupilas,
y el cielo de tu fuente luminosa.

Destrenza tus cabellos como un duelo
sobre tu nuca artística, oh Theóclea!
(tus largas trenzas
peinadas por los besos de mi boca).

Y reviste la túnica de luto,
que cuando en torno de tus flancos flota,
parece que la noche se desprende
de tus hombros. Yo quiero, con la loca
ansiedad de mis celos exclusivos,
sólo para mis manos, esa heroica
desnudez de tu seno, que aparece
como el orto de un astro; y esa gloria
de tu garganta que triunfal emerge,
como una copa
de acero, que los técnicos cinceles
labraron;
y esa curva vencedora
de tu ebúrnea cadera que realza
la orquestal armonía de tus formas
bajo la gran caricia de la seda.
Cuando cruces (fantasmas.,luz, estrofa),
por las ruinas que pueblan mi cerebro,
como la triste luna que corona
la trunca arquitectura de las nubes;
yo quiero verte envuelta por la sombra
de la máscara negra y tus cabellos,
y la fúnebre seda de tus ropas,
como la estatua Libertad que velan
cuando la patria está en peligro. Sola
en mi templo de amor, dame tus brazos,
que anegarán mi cuerpo cual dos ondas,
en turbulenta confluencia unidas,
y el beso que en los sabios sacrilegios
me dejas en los labios como hostia,
y el albor de tu seno en que culmina,
bajo una tibia irrealidad de blondas,
el orgullo ducal de un palpitante
pezón de rosa;
y la gracia triunfal de tu cintura,
como una ánfora llena de magnolias,
y el hermético lirio de tu sexo,
lirio lleno de sangre y de congojas.
Y que sólo tus manos se destaquen
en la noche de seda de tus ropas,
cuando estés en mis brazos victimarios
(¡deseado crucifijo de las bodas!).
Y que sólo tus manos sean vistas
por extrañas pupilas, cual dos tórtolas
que se aman blancamente, consagradas
por los besos exhaustos de mi boca...
Y que gocen los hombres del delito
de tus manos desnudas: ¡oh Theóclea!

 

 

 

JULIÁN DE CASAL


 

1. La canción de la morfina

 
Amantes de la quimera,
yo calmaré vuestro mal:
soy la dicha artificial,
que es la dicha verdadera.

Isis que rasga su velo
polvoreado de diamantes,
ante los ojos amantes
donde fulgura el anhelo;

encantadora sirena
que atrae, con su canción,
hacia la oculta región
en que fallece la pena;

bálsamo que cicatriza
los labios de abierta llaga;
astro que nunca se apaga
bajo su helada ceniza;

roja columna de fuego
que guía al mortal perdido,
hasta el país prometido
del que no retorna luego.

Guardo, para fascinar
al que siento en derredor,
deleites como el amor,
secretos como la mar.

Tengo las áureas escalas
de las celestes regiones;
doy al cuerpo sensaciones;
presto al espíritu alas.

Percibe el cuerpo dormido
por mi mágico sopor,
sonidos en el color,
colores en el sonido.

Puedo hacer en un instante
con mi poder sobrehumano,
de cada gota un océano,
de cada guija un diamante.

Ante la mirada fría
del que codicia un tesoro,
vierte cascadas de oro,
en golfos de pedrería.

Ante los bardos sensuales
de loca imaginación,
abro la regia mansión,
de los goces orientales,

donde odaliscas hermosas
de róseos cuerpos livianos,
cíñenle, con blancas manos,
frescas coronas de rosas,

y alzan un himno sonoro
entre el humo perfumado
que exhala el ámbar quemado
en pebeteros de oro.

Quien me ha probado una vez
nunca me abandonará.
¿Qué otra embriaguez hallará
superior a mi embriaguez?

Tanto mi poder abarca,
que conmigo han olvidado,
su miseria el desdichado,
y su opulencia el monarca.

Yo venzo a la realidad,
ilumino el negro arcano
y hago del dolor humano
dulce voluptuosidad.

Yo soy el único bien
que nunca engendró el hastío.
¡Nada iguala el poder mío!
¡Dentro de mí hay un Edén!

Y ofrezco al mortal deseo
del ser que hirió ruda suerte,
con la calma de la Muerte,
la dulzura del Leteo.
 

De "Hojas al viento"


 

CARLOS EDMUNDO DE ORY


 

 

Descripción de mi esposa

 

Ella es mi escarabajo sagrado
Ella es mi cripta de amatista
Ella es mi ciudadela lacustre
Ella es mi palomar de silencio
Ella es mi tapia de jazmines
Ella es mi langosta de oro
Ella es mi kiosko de música
Ella es mi lecho de malaquita
Ella es mi medusa dorada
Ella es mi caracol de seda
Ella es mi cuarto de ranúnculos
Ella es mi topacio amarillo
ella es mi Anadiómena marina
Ella es mi Ageronia atlantis
Ella es mi puerta de oricalco
Ella es mi palanquín de hojas
Ella es mi postre de ciruelas
Ella es mi pentagrama de sangre
Ella es mi oráculo de besos
Ella es mi estrella boreal.