viernes, 2 de noviembre de 2018


ALEXANDRA PAGÁN VÉLEZ





Onda tropical



Hay veces que te veo niña frente al mar
Trato de retomar la arena y sal
de estos encuentros
perdí la brújula y con ella el sentido
de ver reflejo mío en esos pequeños caminos
trazados en una orilla la orilla mi orilla
que a veces se mojan con olas de furia salada

Estaba segura de mis certezas, segura de mis angustias
pero las trombas marinas me auguran la calma
y en medio de la tempestad recuerdo que no hay brújula que valga
para entender el designio del viento

Ya verme y no ver
te digo que es cuestión de costumbre
a veces la arena molesta y me dan ganas de naufragar




JUAN EDUARDO CIRLOT



  

En la llama



Plumaje azul o la sublime llama
del pájaro temblor del firmamento,
agudo en el martirio donde clama
su descenso final el pensamiento.

Atmósfera león que me amalgama
a extáticas tristezas de un momento,
destrucción sostenida que en su gama
ha insertado mi voz al Gran lamento.

Perpetua exaltación de las llanuras
que la luz acaricia derribando.
Con rumor de monstruosa incontinencia

la boca primordial está cantando
caídas, alas brancas, piedras puras:
El fuego en su furiosa permanencia.



ROSARIO CASTELLANOS


  


Amor



Solo la voz, la piel, la superficie
pulida de las cosas.
Basta. No quiere más la oreja, que su cuenco
rebalsaría y la mano ya no alcanza
a tocar mas allá.

Distraída, resbala, acariciando
y lentamente sabe del contorno.
Se retira saciada,
sin advertir el ulular inútil
de la cautividad de las entrañas
ni el ímpetu del cuajo de la sangre
que embiste la compuerta del borbotón, ni el nudo
ya para siempre ciego del sollozo.

El que se va se lleva su memoria,
su modo de ser río, de ser aire,
de ser adiós y nunca.

Hasta que un día otro lo para, lo detiene
y lo reduce a voz, a piel, a superficie
ofrecida, entregada, mientras dentro de sí
la oculta soledad aguarda y tiembla.





IRIZELMA ROBLES ÁLVAREZ




  
Azul

para Arnaldo Roche-Rabell porque
“Tiene que haber dos cielos”



Te imagino en cuclillas frente al agave
rasgando su piel
para extraer el último color de Azul
como un chamán
que prepara la tintura del rostro
antes de irse a danzar entre dos cielos




ALFREDO FRESSIA




  
Poeta en el Edén



No, Señor,
nunca huiré del Paraíso, tengo en mí
la leche eterna de los padres y los hijos,
y escribo poemas para la nostalgia.
No, Señor,
nunca seguiré el rumbo imprudente
de los cuatro ríos, el que impele a los nautas
hacia el mar de monstruosas criaturas.
Habían podado las ramas de oro
que brillaban en el árbol de la vida.
Y ahora me llaman como almas.
No, Señor,
nunca comeré del árbol prohibido.
Apreté tantas veces en mi mano
las frutas suculentas. Aspiro
los perfumes seductores,
—Et d´autres, corrompus, riches et triomphants—
Nada sabes de mis íntimos
paraísos artificiales, y te ofrezco las costillas
húmedas y turgentes
para que sigas modelando al mundo
mientras duermo.
Soy un niño inmenso
escribiendo dócilmente en el barro del Edén.
Tengo un muñeco de porcelana blanca.
Balbucea.


VÍCTOR A. JIMÉNEZ JÓDAR





La mujer infinita

Por Dios, que he visto esos dos ojos negros,
esas caderas anchas, esa forma
de culear andando, esas dos tetas
Rafael Alberti



Por la calle me digo:
“No sé por qué será”.
Y en realidad, lo sé.
Será la primavera,
o esa forma que tienes
de colocarte el pelo
tras la oreja.
Podría ser también
el tono de la voz,
las palabras exactas
que pronuncias,
la manera que tienes
de decir, de callar.
Es bastante posible
que sea “esa forma
de culear andando”,
calle arriba y abajo,
por los umbrales leves
del oculto Albayzín.

En el surgir probable
de una tibia sonrisa
o en el latir oscuro
de un profundo desvelo.
En el mirar ausente
por las grietas del mundo
o en el estar pendiente
a los actos, los gestos.

En realidad no sé.
Ciertamente parece
que hubieras devenido
consumación del tiempo,
que miles de millones
de años de evolución
te hubieran otorgado
el poder increíble
de ser la más perfecta
creación del universo.
Una divinidad
cachonda y callejera.
Una mitología
suburbana y moderna.
Afrodita perdida
o cotidiana diosa.

Pero todo pudiera
ser -y puede que sea
quizá- este discurrir
mundano en un paseo
por tu siempre figura.

Puede, también, quizá,
que me has enamorado,
tanto hoy como ayer,
anónima mujer,
con quien nunca he hablado
y a quien siempre amaré.