domingo, 3 de noviembre de 2013

NANCY MOREJÓN





Un primo
Callejón, regresé.
Sólo en ti la compasión hallé.
Canción popular


La calle tiene nombre, un nombre oscuro, sin importancia, como su propia desembocadura, madura y bien abierta y desdentada. Al final no hay luz sino la luz que salta desde la piel oscura de mi primo Fernando.
Estamos hablando pero no hablamos porque nuestro silencio se parece, nuestro silencio es casi igual al silencio de las fogatas en Malawi; silencio que perdura y alienta en nuestros poros pero nosotros sin saberlo, sin sospechar que ese silencio es nuestro sólo porque lo trajo algún antepasado tan nuestro como el propio silencio de la bodega entumecida que logró atravesar las dos orillas y el paso de los vientos.

Un día de octubre, cuando explotó un velero en la bahía de la ciudad y el ruido de los misiles extranjeros quebraba el tímpano de las lavanderas en el solar sin pulso y sin olvido, mi primo Fernando, salió de la calle Cristina –una calle ancha, la calle más ancha de los alrededores–, tumbada casi siempre por los aullidos de los mataderos cercanos y el silbido implacable de los ferrocarriles.

Mi primo Fernando, junto a mí, extraña los bucles insensatos de una prima remota y el olor de las panaderías de la esquina de Toyo, el aroma del ajonjolí y los domingos de carnaval corriendo como liebre dormida entre las filas de La Mojiganga.
Mi primo Fernando me cuenta todo esto sin comprender ahora el vaivén presuroso de las bicicletas; sin poder comprender el libre acento de las mariposas sobre las percas de cerveza.
Hemos llegado a una colina chica en Tallapiedra.
Pasa el tren de Santiago y mi primo Fernando se seca el sudor de la cara con una inútil servilleta de papel blanco que está espiando todos mis sentimientos.
Fernando y yo, ante un vórtice de lágrimas negras. Fernando y yo por la calle Empedrado. Fernando y yo, reconociéndonos en el humo especial de los telares de Muralla en agosto.
Mi primo Fernando, con diez tarjetas de crédito en el bolsillo pero sin zapatillas, sin aire, sin idioma:
“Tuve que irme también de la ciudad en donde viví por más de veinte años. No soporté y me fui más al Norte, a un barrio de italianos, empacadores de carne, que tampoco entendieron mi vida”.
Mi primo Fernando en su futuro nómada obsesionado todavía por el silencio de las fogatas



ALEX FLEITES





Casa de La Limpia



Finalmente di con el lugar
Igual portón chirriante,
los mismos árboles de
/níspero
que se divisaban desde la
/acera,
y hasta el rosado en la
/fachada
era de un tono semejante
/al del recuerdo
Estaba allí después de tanto
/tiempo,
la boca anegada de polvo
y cierto gusto
a hierba buena y mar en
/la mirada
Pero no toqué a la puerta
Temí no acudir a mi llamado



FINA GARCÍA MARRUZ





Buñuelos de Noviembre



Al regreso del taller de Subtiava, alguien propone
ir a comer buñuelos. Se venden por el dos de noviembre,
Día de los Difuntos. Entramos a un pasadizo
donde hay grandes calderos en que se sancocha la yuca,
y piedras para moler el maíz: huele a comida indígena.
En los muros, un pintor primitivo ha pintado un elefante.
Un joven en camiseta, tipo aindiado
de guerrillero de montaña, cose, en una Singer, a la poca luz
de un bombillo amarillento. Jóvenes de vestidito único, sirven.
Una vieja sufrida sonríe mientras cuida
de sacar la yuca recién lavada en pedazos de un calderón.
Parece comida para un ejército.
Julio y Claribel prueban con delicia el plato rústico
y se llevan buñuelos en los huacales.
Nosotros pensamos en que hay que cuidar
estos sabores de pueblo, que no desaparezca esta cocina.
Que la cuiden, como a la cultura popular que ella es,
a estos sabores patrios, también hay que defenderlos,
cada región tiene los suyos, como tiene su propia lengua,
que cuiden al pinol o al pinolillo, al maíz tostado, a la bebida de maíz,
al tiste, de cacao y maíz, a las tortillas y quesillos,
al vigorón, al bajo, al guapote con miel, al indio viejo,
a los nacatamales y al rondón con leche de coco.
Que no dejen que nadie usurpe, con sabores extranjeros e iguales,
la patria dulce y cálida de estos buñuelos de Noviembre.




LEYLA LEYVA





Mujer de alguien



No era la mujer de alguien, era la tuya
con el aspecto de cenefa tupida.
Echada sobre el butacón de la sala,
parezco bastante confortable.
De hecho, creo que me encuentras así,
o te has dado por vencido.
La mujer de las hipótesis o las prevenciones,
mujer de otro que pudo ser de otros
y de hecho lo fue y que hoy es toda tuya,
te hace creer cosas con algunos sagaces
ajetreos de estilo.
Sentada viendo televisión,
viéndote en el canal extremo,
luego de engañarte y perseguir seriales violentos
como una existencia desastrosa.
Sentada, porque se lo merece,
fantasea con el tipo de las exfoliaciones
que en casa apenas se convierte,
y de esa experiencia colige reservados deleites.
(Yo pretendía que otros pensaran que era adorable,
pretendía no decir grandes mentiras, por lo menos
no igual a esa de transmutarme en la fascinación
trágica de una adulta-rubia-rebajada,
que emplea a granel óxido fuerte y percibe
los riesgos de la fusión,
de la resistencia del objeto.
O como la rusa de Kiev que va sola en la tarde
camino del Tsárskoie Seló con una imbatible felicidad).
Ibas a contarme lo de la tangente variable
que ciñe el plan de la pareja,
poniendo las cuentas en cero, pero me lo sé.
Conozco al dedillo el cuento de Andreévna Górenko,
sobre todo si arrimo el aliento a la bocina
y oyes de mi voz la revelación cansada.
Tú me miras a los dos ojos y ves
el blanco punto que mueve el brillo.
Yo miro a uno solo de los tuyos, y me asusto
del reflejo que hace en él una estría varada.
Ibas a contarme, a modo de habitual coqueteo,
lo bien que me conservo
cuando me encontraste dentro de la luna del cristal,
desnuda, consumiendo plata viva,
y tuve ganas de pedírtelo ahí,
ahora que nada vale devolver el golpe sin su virtual fijeza.
Muchas horas en lo mismo,
deduciendo la tarea textual del cirujano;
cosas que conoces, que compartimos
como buenos actores.




OMAR PÉREZ



  
Salmo



Aquí está el hebreo que andan buscando
cristiano que andan buscando
el negro azotar
indio evangelizar
loco de atar
el anciano al asilo el niño en el corral
la mujer perdida y el chulo
el borracho del pueblo y el pueblo
pueblo de dioses.
el que dijo que la tierra era redonda y el que dijo
que la tierra era plana
montada sobre cuatro elefantes
Ghandi, Ana Frank, Charlie Parker
Jesus, Sócrates, Pasolini
San Lázaro y Galileo.
el de la camisa a rayas y el pantalón de cuadros
y el que no sabe bailar está junto al bailarín
como la oveja y el lobo.
aquí está
dios de los ejércitos y dios de la compasión
espada y flor.
ateo, monje y monje ateo.
ustedes se andaban buscando a ustedes mismos.
y aquí está el hebreo que andan buscando
Sócrates, Ana Frank y Charlie Parker.
Mahatma Gandhi me está procurando
Sócrates, Ana Frank y Charlie Parker
con Pasolini me voy guarachando
Sócrates, Ana Frank y Charlie Parker
se repite improvisando: el gerundio dice
que me digan feo
Sócrates, Ana Frank y Charlie Parker.
En los salmos se percibe
un lejano aire bailable
que es el aire de la libertad
en los salmos se percibe
un lejano aire bailable
que es el aire de la libertad.


CARLOS MARTÍ BRENES




Te llamaré Logor



Te llamaré Logor por razones sencillas
y especialmente porque no tendrás que parecerte
a ti mismo, como aspiración del ángel que nace.

Porque serás lógico y epidérmicamente insensato.

Universal y nacional. Tradicional y moderno. Tus ojos
sólo verán el magenta y te serán prohibidos
el color de la noche y también los silencios del alba.

Serás total e incompleto, sagaz y definitivamente
ingenuo: mezcla de lo cotidiano y del deber ser,
pero jamás motivado por los jeroglifos de la cal.
Te llamaré Logor un espacio infinito
de extremos cortantes.
Escribiré sobre tu vientre los apellidos de mis demonios.


Así será porque está inscrito en el anverso
de los espejos y en el éter donde dejamos morir
las manquedades de la perfección, siempre ajena
y distante aunque te mire de frente
como un sueño imposible de soportar.