"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
sábado, 5 de junio de 2021
ORIOL ALONSO CANO
Ancla
¿Qué
se supone
que hay que hacer,
cuando los gestos exigen cercanías
pero la mirada anuncia
la destrucción?
¿Qué
hay que hacer
cuando el cuerpo
te ancla en la miseria
pero el alma te empuja
a la redención?
De:
“La caricia del fantasma”
ISLA CORREYERO
Trío
Propuso
un trío al festejar su vuelta.
Puse de lujo vasos y vajilla,
rosas y lirios en la mesa grande,
blanco mantel de acanalados pájaros.
Llegó
preciosa cuando vino el otro,
los dos entraron juntos en la casa,
uno inflamó las velas y visillos,
la otra llenó mi copa de ginebra.
Bebimos
sin comer, los tres a un tiempo,
la mesa se cubrió de fuego y hojas,
mi amada me ofreció su pan mojado,
y yo comí de él. El pan sangraba.
El
afecto nos hizo inseparables.
De:
“Mi bien”
PATRICIA BENITO
La
letra pequeña
Hace
un par de cambios de vida
descubrí que estar donde quieres
es mucho más divertido
que estar donde no quieres,
que
decir lo que sientes
es bastante más placentero
que no hacerlo,
y
que abrazar cuando te apetece
es infinitamente más bonito
que cuando te obligan.
Y
con todo esto
y sus viceversas
aprendí a no darle vueltas
a las cosas que marean,
aprendí
a no hacer nada
que tenga que explicar
y a no querer nada
que tenga que pedir.
Aprendí
que
cuando quieres estar cerca
no estás lejos,
sin
más.
Da
igual lo que diga
la letra pequeña del cuento.
De:
“Tu lado del sofá”
JUAN PEDRO IGLESIAS GARCÍA
Cuéntame
Cuéntame
con tus ojos
los días en que recuerdas
los felices besos y abrazos.
Los paseos de la mano o agarrados a la cintura
los cafés con leche condensada,
mirando tus manos y tu blusa abierta,
arrojando perfume.
Cuéntame
si no es mejor así,
la pasión de la letra en una canción
que entorna tus ojos y muerde tus labios.
Cuéntame
que no deseas exhalar el éxtasis de caricias
mientras miras, a lo lejos
cómo un ejército de deseos
llama a las puertas de tus oídos.
Cuéntame
y no sucumbas al olvido
que recite el alma del viento los sonidos
para que embriagados de vino
nos amemos eternamente,
en un amor
a sangre y fuego.
De:
“Donde habita tu rostro”
JAVIER LASHERAS
Principios
En
física cuántica existe un postulado
que
se llama Principio de Exclusión
de
Pauli: más o menos viene a decir
que
dos electrones no pueden ocupar
simultáneamente
el mismo espacio
orbital
dentro del átomo.
Esto
explica por qué la materia
no
implosiona, no se concentra
en
un punto, por ejemplo en
este
.
Y
este es también el motivo
por
el que dos cuerpos,
por ejemplo,
el tuyo y el mío,
no
pueden fundirse en uno solo.
Maldigo
la física, te abrazo
e
intento violar sus principios.
De:
“El cielo desnudo”
ISABEL PÉREZ MONTALBÁN
Puente
Romano
He
tardado treinta años
en nombrarte sin miedo ni vergüenza.
Treinta años sin saber
cómo quererte o cómo hablarte.
Sin acertar ni atreverme siquiera
a decir me has abandonado, madre.
Pero
nunca te odiaba.
Me decían que habías muerto
en el centro de un río,
que te arrojó tu propio impulso
desde un puente romano hasta el caudal.
Y yo, que era muy niña,
me conformaba entonces.
Porque los niños ignoran la muerte.
Solo notan la ausencia
y aprenden a borrar con goma blanca
el lápiz de la risa y el abrigo.
Luego
crecí deprisa. Con la herrumbre
me salieron el pecho y los demonios.
Y fui para buscarte a un cementerio
—en zona no sagrada, prevista para herejes—
y no encontré tu lápida tan limpia,
pues te habían sacado de tu tumba
mucho antes de que yo llegase.
Que ya nadie pagaba tu reposo
y sin aval los muertos se confiscan,
pierden su propiedad y sus derechos.
No
obstante, conseguí un certificado
oficial de difunta con la fecha incorrecta:
por él me concedieron una beca de estudios.
Sin vida me has servido
como un seguro contra incendios.
Desde tu fosa común me mirabas
tomar apuntes y comprarme libros,
y tal vez te sentías complacida
como cualquier madre al final de un curso
cuando su hija le trae buenas notas.
Me
pregunto por qué te quisiste morir
tan de pronto y tan joven todavía,
qué síndrome o locura
nubló la transparencia del camino
y te condujo a los barrancos,
al término interior de los relojes
y a las profundidades
de una corriente caprichosa.
¿Por qué? ¿Por qué aquella mañana
te despertó el estrépito y la furia?
¿Fue mi llanto de niña enloqueciéndote
el que te abrió la puerta de la calle?
¿Fue mi llanto la luz al fin de un túnel?
¿Quién alumbró tus pasos por el frío
y te indicó el lugar exacto de caer?
¿Quién te quitó la ropa y te subió al pretil?
¿Quién te empujó?
¿Quién me empujó al río de la orfandad?
He
tardado treinta años de preguntas
en pensar demasiado y sin hacerlas,
ya que nunca has venido a contestarme.
He tenido vergüenza de estar sola.
Y he mentido y he dicho
que eran otras las causas de tu muerte.
Con infantil tijera recortaba
a mi medida tu memoria estéril.
Y no puedes culparme
por la amnesia de ti, por mi mal modo
de inventar tu silencio vagabundo.
Soy
grande ahora. Tu adulta presencia
ya no me haría un daño irreparable.
He bajado a las minas más profundas,
al anónimo lecho de los muertos más pobres,
a la cripta más honda de los parias.
He bajado a sacar tu cadáver sin rostro,
a extraer tu dolor,
tu corazón herido y putrefacto
y el útero que nueve meses
podría examinar tus restos
de madre y de mujer suicida,
y deducir las pruebas semiocultas.
Pero
nadie investiga.
He querido saber, he preguntado.
He visitado el barrio y la náusea
donde vivimos: la casa pequeña,
el mundo todavía más pequeño,
la libertad pequeña en la cocina.
Así he visto el cansancio tirando de tus brazos,
el hormigón de las horas tapiando el horizonte,
y cerca el río como una autopista
en la que hundirse y estrellarse.
Pero nadie investiga, nadie recuerda ya
los días y el escombro
oscureciéndose en los cuartos,
la cena escasa, el sueño intermitente
de los hijos, la fiebre y el hombre lejos.
Te
desentierro igual que a un fósil,
te recompongo, retiro los líquenes
y abrazo con cuidado tu esqueleto.
Que tu osamenta diga lo que tú no dijiste:
los motivos de fuga y de abandono
sepultados durante tantos años
de orgullo olvidadizo.
¿Es que te golpeó tan brutal la desgracia?
¿Es que tus hijos talaron los árboles
de tu cordura y tu alegría?
Madre, ¿acaso sin dientes yo mordí
tu placenta con tal desolación
que no cicatrizó tu vientre nunca?
Si como dicen me parezco
a ti igual que una sombra,
¿vas a llevarme por tu río
hasta el mar que vierte en la noche?,
¿vas a decirme alguna vez
qué hicimos mal tus huérfanos
que mereció un castigo tan injusto?
Porque
tú desconoces esta herencia
de oscuridad sin fin que nos dejabas.
Y antes de abandonar el nido,
a través de las lágrimas miraste
que tus niños dormían
con la respiración convulsa y débil
que precede al espanto más terrible.
¿Estaba tu mirada tan violeta de invierno
que no notaste la espesura gris
de nuestro desamparo?
¿No oías nuestros gritos hundiéndose
en el pozo de nieve de aquel amanecer?
Tú
ignoras que el propio padre esparció
un puñado de niños por la extensión del tiempo,
caídos a su suerte, como granos
diseminados por los surcos.
Yo aparecí de improviso un mal día
en la resaca grande de una guerra,
en la gran casa de unos combatientes
vencidos cara al sol,
en la última cosecha de una familia grande.
Yo
no te quise nunca, ya que tú no existías,
pero tampoco pude odiarte.
En el temblor del agua te imagino
muriéndote, muy pálida,
abandonada al cauce y la tragedia,
lavando tu tristeza en la rutina
caudalosa del fondo.
Me dejaste viviendo en los márgenes negros
de la lluvia perpetua y de la pólvora
como en un vertedero de criaturas.
Para siempre humillada, me quedé
quieta en la orilla, viéndote morir.
Con
siete años estuve a punto
de ahogarme en un afluente de tu río.
¿Fueron tus brazos desde el fango
los que tiraban de mi cuerpo frágil
hacia abajo, negándome el oxígeno?
¿O me salvaste tú, sosteniéndome a flote
para que no sufriera el plomo de la asfixia?
Rescatada de la corriente,
fui solo un bulto que arrojaron
sobre cerezas de hule, encima del mantel
extendido en la hierba.
Mientras volvía a la vida, alguien dijo
que mi destino era el agua: la búsqueda
o el accidente del agua, la caja
y la sepultura del agua.
Muchas
veces soñé pesadillas de fiebre
cuando el aire pautado me faltaba.
Y en medio de los oscuro abrí los ojos
y no estabas delante ni detrás
ni aparecida entre los muertos.
Madre, yo no sé perdonar
ni rezar por las noches ni creer
que existes invencible en otra vida,
inmaculada de golpes rabiosos
y anestesiada como un ángel.
No lo creo y por eso no has bastado
treinta años de extravío,
desnuda a la intemperie de los ácidos,
para apartarme de treinta mil fuegos
provocados con tu mecha de ausente.
No
te maldigo. Cuento ahora
el peligro en el tiempo y las lentejas
maternas que jamás tuve en mi plato.
Cuento cosas tendidas de un alambre
con descargas eléctricas. Soy la nocturnidad.
Y bebo leche que no es tuya.
Y me pregunto qué lluvia láctea
te sedujo en el frío de noviembre,
en ese día equivocado y cruel.
En ese día, ¿qué santa oración
de funerales cantaron los tuyos,
si ni la Iglesia quiso concederte
sagrada sepultura y paz cristiana?
¿Por qué no me contestas?
Por
lo visto mi voz no es tan hermosa
como la de la muerte. Y no la escuchas.
Porque no hay madres resurrectas.
No es verdad el consuelo de los rezos.
No es posible saldar toda la culpa
errante de las ánimas benditas.
Y yo no te recuerdo ni al mirar
tus fotos o las mías: no apareces
como un fantasma al trasluz de la tarde,
no me desvela el sueño tu murmullo.
No llegas y me dices niña,
mírame, porque nunca te he dejado.
No
es verdad que te quiero sobre todo.
Es mentira la sangre.
De:
“El frío proletario”