"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
viernes, 14 de febrero de 2020
JORGE MADRID
Dado
11 de marzo en el estado de Jalisco
en
las inmediaciones de la línea del tren.
Algo humano se desprende de las piedras
cuando escuchan el suplicio de una caravana
Nos
han contado sobre la travesía,
de
las mujeres al velar el insomnio de los trenes.
Sus
cuerpos acomodados a la exactitud del asfalto.
Los
niños al calcar mapas con las llagas de sus pies.
La
indescifrable caligrafía de una fosa común.
El
aire ultrajado por las moscas
hasta
la memoria.
La
manera de cómo se abraza
una
cicatriz.
La
ferocidad de una bandera,
sin
esperanza,
Pero
bailamos sobre la intermitencia
de
los semáforos,
y
no hay tiempo para saber
que
la noche,
se
preña con el beso de un revólver.
Que
una parábola es también
un
retrato adiestrado
por
la lengua de los perros.
CIRCE MAIA
Final
¿Cómo
aprende la luz a oscurecerse?
¿Debe
hacer ejercicios de opacamiento?
No
quiere.
Hasta
último momento la brasa late:
una
chispa, un crujido.
El
punzón del fuego no quiere
no
ser mas taladro, hacerse romo.
No
quiere.
Muy
a contracorriente, contra la pegajosa
espuma
de la nada
bracea,
tercamente.
BLANCA ELENA PANTIN
Este
es un instante el parque
hojas
luz
en la sombra
“una
pequeña paz, ¿sabes?”
dice
una mujer a otra al paso
quebrado
por
el rugido de la tropa
IRIS KIYA
Cuando niño, me daba miedo sentarme en la
mesa del comedor. Mi padre no dejaba de alardear de su persona, se jactaba una
y otra vez de sus logros, y cuanto más grande pretendía hacer su figura, más
diminutos nos hacía sentir al resto. Este tipo de preámbulos me hacen recuerdo
a un tiempo pasado, un tiempo en el que alguna vez encontré el amor. Un amor
que se contoneó como una espiga, fue acaso un minúsculo diente de ajo. Las
cabecitas de ajo son todo lo que el mundo conoce, pero las hojas, esos 50
centímetros enraizados a la tierra, es lo que permite su crecimiento. Los
amores y las personas en general son cabecitas de ajo, y aunque todos tengan
aquella corta raíz, no tienen permitido permanecer fuera de la tierra bruta.
Estoy siendo transgresor ahora mismo de mi propio texto y de mi propia
historia. ¿Por qué escribir sobre mi padre, ajos y amores? Creo firmemente que
mi padre, que tenía esa extraña afición por asar la carne y no probarla
siquiera, usaba claro está, este condimento. La carne chamuscada con kilos y
kilos de ajo deja de ser un plato en la medida que su olor, su tacto, su sabor;
pasan a ser un aperitivo para un cubano con hambre en los 90. Un basurero en la
esquina de la cocina donde la luz apenas entra por los rincones de una casa que
ha sido abandonada por el tiempo y la desgracia.
Quiero contar los pormenores de los pormenores de esta historia, mi padre, el ajo, los amores.
Mi
padre fue una idea de mi abuela,
para tener una idea,
se debe entender un fracaso anterior y posterior.
Eso significa que mi padre
habiendo sido el fracaso de mi abuela,
yo vine a ser el fracaso del primero.
Me resultaba insano siquiera pensar
que yo tendría un fracaso también,
pero lo tuve.
Más este, no fue una consecuencia de la genética.
Fue más bien una cabecita de ajo enraizada.
Ella era un problema crítico a la hora de abordar
ciertos temas.
Nada ni nadie la podía convencer cuando refutaba algo.
Yo jamás participaba en ese juego comunicativo,
porque la comunicación entre que se asa la carne
y se escuchan los soliloquios de una mujer que habla de sexo y muerte,
no son recomendables,
siempre me sentí traicionado.
Yo solo le decía
-no creo en el mundo del arte de las mujeres que trabajan solo por encanto-
entonces ella alzaba la nariz
y tomaba un puñado de ajos pelados y se los metía a la boca,
se alejaba llorando,
como si estuviera rindiéndole pleitesía
a todos los dioses del Olimpo,
por haber muerto.
Y cuando escupía pedacitos de ajo
en el almuerzo.
Se sentaba en la cabecera de la mesa,
tal como mi padre hacía.
No se jactaba de sus logros,
solo urdía contra la carne en el plato.
A continuación se levantaba
y aquella mirada suya que carecía de brillo
por estar lejos de la luz,
cerca del basurero,
me miraba tristemente.
Yo solo pensaba en esta frase
-el arte es una manera de reconocerse,
por ello será siempre moderno.
Era el quinto plato que echaba a la basura,
tenía apilado un resto de carne
en el basurero.
Mi abuela.
Mi padre.
Ella.
para tener una idea,
se debe entender un fracaso anterior y posterior.
Eso significa que mi padre
habiendo sido el fracaso de mi abuela,
yo vine a ser el fracaso del primero.
Me resultaba insano siquiera pensar
que yo tendría un fracaso también,
pero lo tuve.
Más este, no fue una consecuencia de la genética.
Fue más bien una cabecita de ajo enraizada.
Ella era un problema crítico a la hora de abordar
ciertos temas.
Nada ni nadie la podía convencer cuando refutaba algo.
Yo jamás participaba en ese juego comunicativo,
porque la comunicación entre que se asa la carne
y se escuchan los soliloquios de una mujer que habla de sexo y muerte,
no son recomendables,
siempre me sentí traicionado.
Yo solo le decía
-no creo en el mundo del arte de las mujeres que trabajan solo por encanto-
entonces ella alzaba la nariz
y tomaba un puñado de ajos pelados y se los metía a la boca,
se alejaba llorando,
como si estuviera rindiéndole pleitesía
a todos los dioses del Olimpo,
por haber muerto.
Y cuando escupía pedacitos de ajo
en el almuerzo.
Se sentaba en la cabecera de la mesa,
tal como mi padre hacía.
No se jactaba de sus logros,
solo urdía contra la carne en el plato.
A continuación se levantaba
y aquella mirada suya que carecía de brillo
por estar lejos de la luz,
cerca del basurero,
me miraba tristemente.
Yo solo pensaba en esta frase
-el arte es una manera de reconocerse,
por ello será siempre moderno.
Era el quinto plato que echaba a la basura,
tenía apilado un resto de carne
en el basurero.
Mi abuela.
Mi padre.
Ella.
Y
yo.
CARMEN NOZAL
Nada de lo que quería sucedió
Si
digo ven, me lanzas tres palabras como dados:
infusión, tarde, trasatlántico.
Si dices ven, yo no lo dejo todo.
infusión, tarde, trasatlántico.
Si dices ven, yo no lo dejo todo.
Las
tardes sin mayores contratiempos.
Al menos aprendí que estoy en mi lugar.
Al menos aprendí que estoy en mi lugar.
De: “Un látigo para domar la
lengua”
INGRID BRINGAS
Casa abandonada
Me
creció adentro una planta
adentro me creció un nombre
la copa, la casa y la palma
adentro su mano echó el aliento
debajo de este pecho
un pájaro revolotea.
adentro me creció un nombre
la copa, la casa y la palma
adentro su mano echó el aliento
debajo de este pecho
un pájaro revolotea.
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