sábado, 14 de septiembre de 2019


RODOLFO ALONSO




  
Cierlorraso




Desdicha, vuelta a decir:
artesanía furiosa. Tuya es
la calma impura, la ignorancia
sabihonda. El doble filo
de la desventurada pesadumbre.

ESTEBAN MOORE





A un costado de la autopista
 “del estado más sereno” *



a un costado de la autopista -miramos la extendida
llanura arada/ el tramado orden mecánico -de esos
surcos químicamente limpios de la apretada asfixia
de yuyales y maleza/ en cuya cima las hojas -de los
primeros brotes/ traspasan con firmeza la capa –del
blanco rocío escarchado


* “del estado más sereno”
Luis de Góngora, Soneto XII.



JUANA BIGNOZZI





El sujeto de la izquierda



educada para ser
la magnífica militante de base de un partido
que por no leer la historia de mi país
se ha convertido en polvo no enamorado sino muerto
preparada para una eterna carrera de fondo
tengo ante los ojos una pared impenetrable
detrás de la cual sólo hay
otros 50 años de trabajo y espera


JOAQUIN PASOS





Tormenta



Nuestro viento furioso grita a través de palmas gigantes
sordos bramidos bajan del cielo incendiado con lenguas
de leopardos
nuestro viento furioso cae de lo alto

El golpe de su cuerpo sacude las raíces de los grandes
árboles
salen del suelo los escarabajos
las serpientes machos.

Nuestro viento furioso sigue su camino mojado
es el jugo oscuro de la tarde que beben los toros salvajes
es el castigador campo.

Los hombres oyen en silencio los gemidos del aire
con el alma quebrada, el cuerpo en alto
los pies y la cara de barro.

Las indias jóvenes salen al patio, rompen sus camisas
ofrecen al viento sus senos desnudos, que él se encarga
de afilar como volcanes.




ALFONSO CORTÉS





Cuadro



El pajarito, cuyas alas eran caricias,
que tiraba el carrito del divmo Flechero
y que me trajo a diario manojos de delicias
que dejaba a mi cuarto, —ha vuelto ahora, pero

fatigado ha caído junto a mí; alcé los ojos
y vi sus alas rotas, el pecho desplumado,
y en el carrito, dulces y muertos, los despojos
del niño, y el cadáver de una serpiente al lado.


FERNANDO FERREIRA DE LOANDA





Oda para Bartolomé Días



I

Cuando el astrolabio no te hable más de las estrellas,
de meridianos, de la calculada aproximación o
alejamiento,
de la mujer amada que ves y sientes en cada una de las
mujeres
que ocasionalmente surgen y se desvanecen en los
puertos.

Cuando las amapolas no sean cortadas por tu mano
y las rosas escarlatas se marchiten en tus jardines,
ajenas al perfume de los cabellos que no adornaron,
a las mujeres que no amaste, que no conociste
o ignoraste y que en la noche abren la puerta a los que
les llevan
claveles, alhelíes, rosas blancas, agapandos, nenúfares,
y les dan la boca, que mal adivinan, y su desnudez.

Cuando el timón no responda más a tu voluntad
y te enfrente camino de la muerte,
rotos los zapatos y la esperanza,
aguárdalas en las colinas del sueño,
pálido, con las velas arriadas.


II

¿La muerte? No existe; nada existe en lo efímero,
tan próximo el fin del principio, tan lejos de lo
deseado.

Hace mucho morí
mi propia muerte.
Somos, insignificantes como la anónima simiente que
el viento arrastra
para que las pendientes inaccesibles luzcan colores
como banderas.

¡Oh, saberme poeta como te sabías marinero,
domar las palabras como lo hacías con el viento y el mar,
ajeno al encanto de las sirenas o de las advertencias
divinas!
Callar ante la tempestad e inflexible rasgar el Atlántico
perpendicularmente, mezcla de pantera y Neptuno.
Saberme poeta como te sabías marinero;
saberme uno, indivisible, preservarme sin malogros,
sin pena ni sombra.

Muerte somos desde el nacimiento a la espada que nos
traspasa,
al viento que nos condena, al agua que nos cubre y
diluye.
Oh jerarquía de fuego y cristal,
¿por qué existimos destinados a un fin,
frontera incolora, donde una hoja caída
y suave expresa
su amarilla inclinación por el otoño?


III

Ah, Bartolomé Dias, marinero sin mujeres, sin
puertos,
tanto sudaste por ver el Índico más allá de la tempestad
y de la fábula,
tanto quisiste verte señor de Oriente,
plantar los cinco escudos más allá de tu sueño y la
cruz,
fundiendo lo real con lo fantástico,
cuántas estrellas seguiste loco y lúcido, y qué otros
tantos libracos y adivinos consultaste,
—y los poetas no hablaron de ti, oh hábil,
ni de tus sueños ni de los fantasmas que invocaste
no obstante surcases la cortina que envolvía las
palabras y el abismo.
Pensabas servir a la patria
y serviste a muchas.

Bartolomé Dias de mi infancia,
símbolo de mi raza, agitas y estremeces mi pecho,
y te apegas a mis venas para largar al viento las velas
y arrastrarme al Índico.

¡Ah, Bartolomé Dias, mi ulises luisíada,
te consagraré en la piedra con la palabra o ante Dios!
Te lanzaré del pasado al porvenir
y no habrá tempestad que te abata jamás.