Oda para Bartolomé Días
I
Cuando
el astrolabio no te hable más de las estrellas,
de
meridianos, de la calculada aproximación o
alejamiento,
de
la mujer amada que ves y sientes en cada una de las
mujeres
que
ocasionalmente surgen y se desvanecen en los
puertos.
Cuando
las amapolas no sean cortadas por tu mano
y
las rosas escarlatas se marchiten en tus jardines,
ajenas
al perfume de los cabellos que no adornaron,
a
las mujeres que no amaste, que no conociste
o
ignoraste y que en la noche abren la puerta a los que
les
llevan
claveles,
alhelíes, rosas blancas, agapandos, nenúfares,
y
les dan la boca, que mal adivinan, y su desnudez.
Cuando
el timón no responda más a tu voluntad
y
te enfrente camino de la muerte,
rotos
los zapatos y la esperanza,
aguárdalas
en las colinas del sueño,
pálido,
con las velas arriadas.
II
¿La
muerte? No existe; nada existe en lo efímero,
tan
próximo el fin del principio, tan lejos de lo
deseado.
Hace
mucho morí
mi
propia muerte.
Somos,
insignificantes como la anónima simiente que
el
viento arrastra
para
que las pendientes inaccesibles luzcan colores
como
banderas.
¡Oh,
saberme poeta como te sabías marinero,
domar
las palabras como lo hacías con el viento y el mar,
ajeno
al encanto de las sirenas o de las advertencias
divinas!
Callar
ante la tempestad e inflexible rasgar el Atlántico
perpendicularmente,
mezcla de pantera y Neptuno.
Saberme
poeta como te sabías marinero;
saberme
uno, indivisible, preservarme sin malogros,
sin
pena ni sombra.
Muerte
somos desde el nacimiento a la espada que nos
traspasa,
al
viento que nos condena, al agua que nos cubre y
diluye.
Oh
jerarquía de fuego y cristal,
¿por
qué existimos destinados a un fin,
frontera
incolora, donde una hoja caída
y
suave expresa
su
amarilla inclinación por el otoño?
III
Ah,
Bartolomé Dias, marinero sin mujeres, sin
puertos,
tanto
sudaste por ver el Índico más allá de la tempestad
y
de la fábula,
tanto
quisiste verte señor de Oriente,
plantar
los cinco escudos más allá de tu sueño y la
cruz,
fundiendo
lo real con lo fantástico,
cuántas
estrellas seguiste loco y lúcido, y qué otros
tantos
libracos y adivinos consultaste,
—y
los poetas no hablaron de ti, oh hábil,
ni
de tus sueños ni de los fantasmas que invocaste
no
obstante surcases la cortina que envolvía las
palabras
y el abismo.
Pensabas
servir a la patria
y
serviste a muchas.
Bartolomé
Dias de mi infancia,
símbolo
de mi raza, agitas y estremeces mi pecho,
y
te apegas a mis venas para largar al viento las velas
y
arrastrarme al Índico.
¡Ah,
Bartolomé Dias, mi ulises luisíada,
te
consagraré en la piedra con la palabra o ante Dios!
Te
lanzaré del pasado al porvenir
y
no habrá tempestad que te abata jamás.
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