"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
jueves, 4 de marzo de 2021
AGUSTÍN LANUZA
PRIMERA
PARTE
EL
SUEÑO
Sobre
la altiva pendiente
de gigantescos barrancos,
cuyos granÍticos flancos
son el cauce de un torrente,
se alza la
Bufa imponente,
limitando la cañada
que se llama La Rodada,
y es conseja popular,
que existe en aquel lugar
una ciudad encantada.
Desde
el crestón se domina
la llanura del Bajío,
y el extenso caserío
de la población vecina;
mas si la altitud fascina
y causa grande arrebato,
es el paisaje más grato,
ver entre las verdes lomas,
como nidos de palomas,
las casas de Guanajuato.
El
vulgo cuenta en verdad,
que cuando en la noche obscura,
una viandante se aventura
por aquella soledad,
aparece una deidad
de belleza encantadora,
que gime, suplica, llora
con acento lastimero,
porque la libre el viajero
de aquel sitio donde mora.
Que
en hombros la ha de llevar,
dando de entereza ejemplo,
de la Parroquia hasta el templo,
donde la debe dejar;
y ofrece desencantar
una rica población,
poniendo por condición,
que no torne la mirada,
aunque sufra encarnizada
y tenaz persecución.
Mucho
tiempo transcurría;
el monte desierto estaba,
y si alguien se aproximaba,
las súplicas desoía;
presa de pavor corría,
sobrecogido de espanto,
y de las rocas en tanto,
en las quiebras y en los huecos,
se dilataban los ecos
de triste y lúgubre llanto.
Del
sol el radiante disco,
al hundirse en la floresta,
en oro baña la cresta
del más empinado risco;
y tornando hacia el aprisco,
que se oculta en el alcor,
seguido por el pastor,
cruza el rebaño,
y ante él,
camina un viejo lebrel
para cuidarlo mejor.
De
súbito el pastor mira
que la cumbre gigantea,
pesada se bambolea
y bajo sus plantas gira.
Y si sueña o si delira,
a comprender no lo alcanza,
porque a medida que avanza,
creciendo su desvarío,
parece que en el vacío
aquella cumbre lo lanza.
Negra
nube entolda el cielo,
y semeja el aquilón,
el desacordado són
de mil campanas a vuelo.
Cubre el horizonte un velo,
muere la luz en ocaso,
y al tenue fulgor escaso
que la excelsa cumbre toca,
cree mirar que cada roca
alza un baluarte a su paso.
Y
sintiéndose invadido
por un vértigo invencible,
cual si de un filtro terrible
hubiese el licor bebido,
ante su vista, encendido,
cruza un relámpago rojo,
y sin fuerza y sin arrojo
para vencer a su suerte,
desplómase, al cabo, inerte,
como un mísero despojo.
De:
“La ciudad encantada“
ALEJANDRO PERALTA
a g
u a f u e r t e
Sobre
una pared trunca
el
sol se ha roto un ala
siento
un vaho de sangre que me quema
estar
solo i al borde de este charco de sangre
i no
tener quien grite por mi boca
Cómo
será de triste mi cuerpo
cuando
sea esta misma hora de durazno
i
cante una mujer junto al río
lengua
salada
de
cantos mañaneros
i me
vaya amarrado
SOBRE
LOS HOMBROS DE CUATRO ESQUELETOS
EMILIO CARRERE
El
romance de la princesa muerta
Los
faroles de Palacio ya no quieren alumbrar
y solo luce la luna como un cirio funeral.
Solo
la luna lucía
y en el triste jardín real
una fontana plañía
su elegía de cristal:
-¡Oh Mercedes, lirio, estrella,
que en mi espejo se miró:
la Muerte la vio tan bella
y en los ojos la besó!
Solo estaban encendidas
las luces del funeral;
los faroles, como vidas,
apagó un viento mortal.
”Los
faroles de Palacio ya no quieren alumbrar,
porque se ha muerto Mercedes y luto quieren guardar.“
”Su
carita era virgen: sus manitas de marfil
las cruzó la Dama Pálida, que ha pasado por aquí”,
clamaba un ave agorera
viendo a la sombra venir.
Ya su carita de cera
se ve en la caja dormir.
Manos de virtudes llenas,
en cuyo albor marfileño
dibujaban las finas venas
una flor azul de ensueño.
¡Tristes pupilas vidriadas!
¡Muertas manos de marfil!
¡Con qué pena en sus tonadas
llora el romance infantil!…
JOSÉ LANDA
Prosa
de los infieles difuntos
1
Amargo
es el silencio en la víspera del moribundo. Una sonrisa obscena le recorre la
cara como ondular de cascabeles furiosas. La mujer, con su rosario de sudores,
mira sorprendida en la cabecera de la cama un aletear de sombras, sospecha una
nube de cuervos merodeando la finca. La madrugada será por siempre roja, abismo
de la sangre y las mentiras del nuevo muerto. Del guásamo gotean semilleros de
instantes, hileras de serpientes en dirección al pueblo. Lo que antes fuera
deseo es ahora ceniza de la muerte. Las concubinas del señor jamás volverán a
reír. Cierra la ventana para evitar que el viento empuje hacia la flama del
quinqué a los demonios de la soledad. En la mañana próxima, sus rencores serán
abono del olvido, silbarán cualquier canción por la memoria de su hombre.
2
Pasa
un cortejo fúnebre, un silencionocturno a las tres de la tarde. Desde su
ventana, la mirada de Silvia atisba secretamente como un gajo del más frío
verano. Otras fueron sus canciones, no el crujir de espuelas en el pedrerío de
las calles, no los saxofones traídos de Mediasaguas para entonar himnos
amargos.
Atrás
quedó la bulla de sus regresos en el lomo salvaje de los amaneceres, su
griterío de tordo en cuyos vuelos perdía castidad la tarde, el fermento de caña
que se embriagaba en su boca, los infinitos pubis que olió al amparo de cielos
cómplices cuando la gente se rendía a los designios de la noche. Atrás quedó el
río sediento de sus venas. Silvia se persigna y pide por el resplandor de su
alma de veinte años en el futuro cantil de la más oscura oscuridad lejos de sus
querellas.
3
No
pierdas, Galo, tus horas fugitivas del infierno en convites de café y tabaco,
en medio de hombres que amarillea el otoño –sus voces enmohecen a causa de
escorpiones en los sueños–. Las barajas te predicen la gloria de los muertos
vivos, tuyo es el aire tormental que viene del sur, los vastos territorios de
la noche y el último aliento de vida en los moribundos. Busca mejor los
sacrosantos reinos de las tentaciones, los lupanares donde el vino fluya igual
que arroyos junto a las aldeas temporales de viajeros venidos de otros mundos,
las casas luminosas donde mujeres rojas de placer asedian al caballo azabache
de tu entrepierna. Tus horas –moneda cara a Satanás– no pueden malemplearse. No
eres el único asesino proveedor de cementerios perfumados con pachulín y
rumores santos, aunque eres heraldo del silencio, buscador de incrédulos con el
signo de la calavera en sus miradas. Ya zumba tu impaciencia, ya espolea el
destino tu cuerpo duro como la piel de sementales. Bésalas, siente sus lenguas
domesticar tu pecho, penetra sus balcones de doncellez postiza, ámalas como en
la última ceremonia del deseo. Mañana, Galo, tu sangre visitará los abismos del
infinito.
ROSALÍA VALLEJO
Poemas
I
Mi
sueño es de madera
combustible y frágil
como el beso
Percibo su resplandor
entre los muslos
de mi amante
pececito de plata
o sorda tempestad
de hierba inmensa.
Alto
muy alto
habita mi nenúfar
de hielo brujo
paisaje
sobre ciervos detenido
afiladas cumbres
Allí
donde limita
con el mundo
el enigma de la bruma
lo defiende
Nadie logra penetrar
su luz silencio
ni gozar sus abedules
entreabiertos como labios en la niebla.
CIRA ANDRÉS
Estrellas
fugaces
Siempre
que las estrellas fugaces se desprenden
hacia esa otra noche
húmeda y lejana entre nosotros,
busco, rápido en mi memoria
aquel deseo
que sólo en su fulgor se realizara;
pero pasa en un tiempo tan veloz
que apenas alcanza para alertar los sentidos,
y maldigo luego mi pereza
y quedo pensando
cuál es, cuál será ese deseo,
el imposible,
que quisiera cumplir
por encima de todos mis deseos.