lunes, 10 de agosto de 2015

DAMSI FIGUEROA


 

Eleofonte sale en busca de la pureza para Judith

 

Veamos al señor del delirio
compuesto para la batalla
Ha expulsado a las estaciones de su epicentro
y les ha ordenado naufragar
en los ojos de los hombres
Ha partido por la mitad las horas y los años
Sin prisa ha trenzado
los cabellos de todo su cuerpo
Ha perfumado sus manos
Despídese sin mirar de la niña ciega
De la labia que llora
y que tampoco lo mira
Desordena los astros y luego los sigue
Con el ojo en el vacío coge el horizonte
Al galope el animal se hunde
en el mundo de las tetas cortadas
De espaldas a la labia corre
Ve caer colores en los cuerpos de Natura
que son cuerpos de mujer
en su dolor y en su belleza
Eleofonte en el segundo fasto
separa mandíbulas y piernas
Surca la tierra de aguas pegajosas
Se vuelve canto mondo verosímil necesario
en el intento de sudar las fuerzas
hasta rescatar de los hombres
la Pureza de la ciega.


De Judith y Eleofonte…


 

 

PEDRO SALINAS


 

¿Serás, amor...



¿Serás, amor
un largo adiós que no se acaba?
Vivir, desde el principio, es separarse.
En el mismo encuentro
con la luz, con los labios,
el corazón percibe la congoja
de tener que estar ciego y sólo un día.
Amor es el retraso milagroso
de su término mismo:
es prolongar el hecho mágico
de que uno y uno sean dos, en contra
de la primer condena de la vida.
Con los besos,
con la pena y el pecho se conquistan,
en afanosas lides, entre gozos
parecidos a juegos,
días, tierras, espacios fabulosos,
a la gran disyunción que está esperando,
hermana de la muerte o muerte misma.
Cada beso perfecto aparta el tiempo,
le echa hacia atrás, ensancha el mundo breve
donde puede besarse todavía.
Ni en el lugar, ni en el hallazgo
tiene el amor su cima:
es en la resistencia a separarse
en donde se le siente,
desnudo altísimo, temblando.
Y la separación no es el momento
cuando brazos, o voces,
se despiden con señas materiales.
Es de antes, de después.
Si se estrechan las manos, si se abraza,
nunca es para apartarse,
es porque el alma ciegamente siente
que la forma posible de estar juntos
es una despedida larga, clara
y que lo más seguro es el adiós.

 

VICENTE ALEIXANDRE


 

Reposo

 

Una tristeza del tamaño de un pájaro.
Un aro limpio, una oquedad, un siglo.
Este pasar despacio sin sonido,
esperando el gemido de lo oscuro.
Oh tú, mármol de carne soberana.
Resplandor que traspasas los encantos,
partiendo en dos la piedra derribada.
Oh sangre, oh sangre, oh ese reloj que pulsa
los cardos cuando crecen, cuando arañan
las gargantas partidas por el beso.

Oh esa luz sin espinas que acaricia
la postrer ignorancia que es la muerte.


 

 

AMADO NERVO


 

 

 
 

Lubricidades tristes


1

Andrógino

Por ti, por ti, clamaba cuando surgiste,
infernal arquetipo, del hondo Erebo,
con tus neutros encantos, tu faz de efebo,
tus senos pectorales, y a mí viniste.

Sombra y luz, yema y polen a un tiempo fuiste,
despertando en las almas el crimen nuevo,
ya con virilidades de dios mancebo,
ya con mustios halagos de mujer triste.

Yo te amé porque, a trueque de ingenuas gracias,
tenías las supremas aristocracias:
sangre azul, alma huraña, vientre infecundo;

porque sabías mucho y amabas poco,
y eras síntesis rara de un siglo loco
y floración malsana de un viejo mundo.


 

ANTONIO MACHADO


 

Daba el reloj las doce... y eran doce...


Daba el reloj las doce... y eran doce
golpes de azada en tierra...
...¡Mi hora! -grité-... El silencio
me respondió: -No temas;
tú no verás caer la última gota
que en la clepsidra tiembla.

Dormirás muchas horas todavía
sobre la orilla vieja,
y encontrarás una mañana pura
amarrada tu barca a otra ribera.



De: Del camino

 

JULIA GALEMIRE


  

Caos I



En la casa de oscuras
mutaciones y muñecas suntuosas,
viven secretas, bien
pensadas historias que se reflejan
en altos ventanales y engañosos
cuadros.
Allí vivió la mujer en términos de
oprobio.

A través del aire miraba pasar
las palabras y los tiempos
del amor desnudo, las culpas
de los días que nunca regresaron
a la tiniebla presentida.

(Los años crearon en su soledad
las ironías del exilio,
el saber de la salvaje flor y el
llamado de la acenestesia
final).

Se fue dejando desvanecer, con sus
ojos fijos en las crujientes telarañas,
mientras el frío de las estaciones
iba tejiendo su nombre
sobre bastidores de musgo y ruinas.


 
De: Fabular de la Niebla