domingo, 10 de diciembre de 2017


JOSÉ KOZER


  

Principio último de realidad



Y varias veces más haré el mismo movimiento que
            hace de la sombra del
            brazo sombra encarnada,
            brazo y sombra una misma
            escueta muerte: muerte he
            dicho, y en efecto, a todos
            los efectos, se trata de eso:
            unísono brazo en sombra
            unísona reiterando escondida
            existencia del pusilánime a
            sombras aferrado, en carne
            amedrentado: en efecto,
            miedo. Yo tengo miedo. A
            morir.

Temí al padre, a Polonia, a la Pelona temo calata y
            muda (inmutable) fija hora
            (instante) Nada. Váyase por
            ahí: y no se mueve una hoja
            en lo alto de la tapia, en lo
            tupido del bosque mineral,
            pese a la nube negra, el
            viento norte, el sonido
            atorado, quizás por aceites
            de extremaunción o tacos
            de cerumen de mi oído
            dañado hace lustros: Orfeo
            suelta gallos, se atasca la
            flauta travesera, y un nuncio
            de melodías acordes se oxida
            entre los dedos de Nanae
            Yoshimura (Pan, se fugó a
            Japón): un koto desvencijado
            entre encinas, aromos, selva
            y espesura donde pudrir, al
            pie de un ginko, el cuerpo:
            sonido y madera, mástil y
            cuerdas, oquedad putrefactos.
            Y en medio yo, de cuerpo
            presente, ataviado (maquillado)
            primera vez que no estoy
            atareado, medio lado (la cara
            no visible) comido a medias
            por las miríadas del bosque,
            lasca a lasca el resto se irá
            pudriendo en la siguiente
            media hora. Caiga. Al diablo
            con las heces. Muera. Al diablo
            el trasudor, la secreción glandular,
            el pestumen caballuno del cagajón
            incrustado al ano, suelta, cae,
            cómetelo Muerte.

Percal muerto, deshilachada franela a cuadros, borra roja a
            la insaciable bocaza de las
            hormigas rojas, un pozo de
            pez apesta en la vertiginosa
            vertical sin fondo de los
            hormigueros: jaque mate
            y se comen al asalto los
            cuadrados negros de la
            franela. No hay camisa,
            no hay brazo, la sombra
            ennegrecida que moví día
            a día cual ejercicio espiritual
            durante lustros, tres veces
            media hora, tumor multicolor
            (predominan los morados)
            es ahora un olor amarillo
            que brota, vez postrera, del
            ano enrojecido de los insectos.
            Sus miríadas a mi brazo. Su
            sombra. El movimiento en
            alto.


AGUSTÍN MAZZINI




Un día arrojado al vacío



Una gota de cerveza en el cielo de mi boca
era todo lo que necesitaba para ser
el jinete de los caballos llameantes. Ellos cabalgaban
sobre las columnas que sostenían lo vivido
cuando la rueda del deseo bajaba por tu piel
como mi sangre rueda hoy por lo que ya no existe.
En la calle nadie olvidaba recoger nuestras ilusiones
ni de besar lo que ahora extraño.
La felicidad fue lavarse los dientes,
hacer en el aire la señal de la cruz,
proteger el amor con bolsas de supermercado
y el humo en los cines, las enfermerías, esos lugares
que con los ojos vendados
todavía reconozco gracias a su perfume.

Después, alguien con mi cara, bebiendo de un trago tu nombre
caminó una universidad empapelada por periódicos,
guardando en su corazón de aullido
el sueño más hermoso de una vida,

porque la muerte aún estaba muerta.


De: “El cielo no termina de quemarse”



RAÚL RÍOS TRUJILLO



  
Interciso 1



La rama en su detalle de clorofila
Viaja por tus venas
Mi saliva es la savia

Soy el desnudo de una sombra

Que penetra tus huesos transparentes
Que mancha de fuego

¿Qué mancha de fuego?



PATRICIO SEREY




Fototrópico



La luz del sol acá no es un milagro. La línea oblicua de sus
rayos, entrando por la única y sucia ventana, no es un
milagro. El ritmo endemoniado entre millones de partículas
de polvo cuando una mosca pasa por el bloque refulgente,
tampoco es un milagro. El fototropismo del Philodendro
longifolio, que se estira desde el refri en busca de energía
luminosa, mal podríamos llamarlo un milagro. Porque acá
los milagros no existen. Lo más parecido a este prodigio es
una viejita sola, de edad inefable, bajando de un trago su
infusión; y este sucio rayo de sol atravesando la translucida
conjunción de mano y vaso como un láser.


MARGARITO CUÉLLAR


  

Poema para formar un río

Donde rujan los leones su ira.
Juan Manuel Roca



Con la saliva que gastan mis enemigos
para injuriarme
construyo un río
en el que navego por las noches
con sus novias o sus hermanas.

Con las piedras que me lanzan
construyo la casa
en la que vivo como un rey.
Si las pedradas siguen
haré un condominio, lo venderé y seré rico
mientras ellos ejercen su derecho
a patalear de envidia.

Con las balas que me disparan
construyo un árbol de pólvora:
al encenderlo se forma la vía láctea.

Con las palabras que me arrojan
escribo mis libros;
si se dan cuenta
que en vez de enemigos
son mis mejores publicistas
exigirán regalías.

Agotado su almacén
de palabras, balas, piedras
me declaran poeta nacional.

Yo vivo
escribiendo poemas en servilletas
de chulo por la calles
de una ciudad que ni siquiera es mía.

Cuando mueran
sentiré que algo me falta.
                                                                        A Jotamario de Cali



MAYRA OYUELA




Prohibido olvidar 
    A Lucy



Después de cruzar ciertos agujeros
atravesé la nostalgia
como se atraviesa un suspiro
en medio de cualquier semáforo.
Mis zapatos tienen clavículas,
bocas que se atragantan de pasos.

Primigenia me apresuro,
por primera vez en los labios
del hombre que jamás besé.
La nostalgia esta cocida a mano
como ese delantal que guarda en su ropero mi madre.
En silencio comienzo una oración
con la frase “prohibido olvidar” .
La noche es un telón que humedece,
un abrazo más por ofrecer,
uno persuasivo de adioses que no son definitivos.
Concluyo:
que los besos son para los que aman
sin promesas ni esperanzas.