domingo, 2 de diciembre de 2012

PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA






Cantarcillo



Ruiseñor que volando vas,
cantando finezas, cantando favores,
¡oh, cuánta pena y envidia me das!
Pero no, que si hoy cantas amores,
tú tendrás celos y tú llorarás.
¡Qué alegre y desvanecido
cantas, dulce ruiseñor ,
las aventuras de tu amor
olvidado de tu olvido!
En ti, de ti entretenido
al ver cuán ufano estás,
¡oh, cuánta envidia me das
publicando tus favores!
Pero no, que si hoy cantas amores,
tú tendrás celos y tú lloraras.

MARÍA ROSAL






Carpe Diem



Rendida por tu luz, por tu grandeza,
brazo crepuscular, espacio enhiesto,
cuerpo de la memoria manifiesto
en las lides de amor: arte y nobleza,

cóncava identidad a tu belleza
se te ofrece y reclama, bien dispuesto.
Debes hendir gallardo, tierno, apuesto
para velar tus armas con destreza.

Armado caballero en la colina
del monte donde fue reina y señora
digna Venus triunfal, dale contento

con sabio gesto a la oquedad divina.
No dudes sumergirte sin demora
en tan filosofal conocimiento.

ENRIQUE AZCOAGA






Alegre novia mía, cuando llegas...



Alegre novia mía, cuando llegas
se llena el corazón de mariposas,
de puras narraciones jubilosas,
del fondo de los ojos que me entregas.

Mirándote en la fama de mis ciegas
canciones preferidas las rebosas,
llenando mi lamento con las rosas
recientes del amor que me revelas.

¡Qué tuya queda el alma cuando siente
crecer tu corazón! ¡Qué mía la pura
cosecha de tu encanto recatado!

¡Qué luz cuando dispones tiernamente
las tierras sin labrar de la amargura!
¡Qué gozo estar completo y conquistado!


ROBERTO JUARROZ






Algún día encontraré una palabra...



Algún día encontraré una palabra
que penetre en tu vientre y lo fecunde,
que se pare en tu seno
como una mano abierta y cerrada al mismo tiempo.

Hallaré una palabra
que detenga tu cuerpo y lo dé vuelta,
que contenga tu cuerpo
y abra tus ojos como un dios sin nubes
y te use tu saliva
y te doble las piernas.
Tú tal vez no la escuches
o tal vez no la comprendas.
No será necesario.
Irá por tu interior como una rueda
recorriéndote al fin de punta a punta,
mujer mía y no mía
y no se detendrá ni cuando mueras.


JULIO LLAMAZARES






7. Hay racimos de soledad en tus manos... 




Hay racimos de soledad en tus manos, desposesiones más antiguas
que la sangre.

Huyen los años de tus ojos como bandadas de cometas por las plazas maduras.
(Sólo quedan los bueyes rumiando su tristeza.)

Has conocido, entre gavillas de silencio, el sabor amarillo de mis pasos,
el humo indescifrable de las brasas sin tiempo.

Nunca mi lejanía se amasó con barro, pero puse en tu boca las yemas más
quemadas y los besos más lentos. Nunca mi lejanía se espesó hasta tu cuerpo.

Como una fuente vieja, azul desde su olvido, arrinconaste el miedo
en arcas inviolables.

Ni siquiera el dolor estalla entre tus labios. Ni siquiera la antigua,
la salada tristeza de mis besos.

FERNANDO PAZ CASTILLO





Misterio



I

Escribo este poema
como si fuera
el último.
Como si todo cuanto miro
ahora,
en tomo mío
recreara el signo,
sin embargo amable,
de cosas desechadas,
que un tiempo fueron bellas:
¡Son tantas
las mentiras que he vivido!

II

Se nace,
con polvo de llanto
en la conciencia
y, por rincones
de estrellas,
se aprende la sonrisa.
Y la primera,
en nuestro rostro,
por ella apenas cincelado,
es la primera línea
sensitiva,
el primer rasgo noble,
el primer confín,
íntimo
que nos separa de los otros seres.
Y nos abre el camino,
el laborioso camino,
alma adentro,
hacia un mundo propio,
de uno mismo ignorado,
pero tan nuestro,
como las manos
y como los ojos
que todo lo tocan,
ofenden
o acarician
en cercanía o en distancia.

III

¿Será éste mi último poema?
Es la pregunta
que siempre me hago,
ahora,
cuando escribo.
y siento
en la penumbra de lo que ha de ser,
iluminada en veces de reminiscencias,
el temor,
desde luego confiado,
de una última sonrisa:
Raíz luminosa
y apacible,
oculta, casi toda,
y aun firme,
de lo que no pudo ser.

IV

Pero sigo, ignorando
si el que escribo,
atento a lo que hago,
será mi último poema
y acaso,
en el breve silencio que lo siga
el más querido.

V

Ignoro si será
éste el canto
de mis cantos,
como ignoro también,
aun cuando sé que no me faltará,
su presencia,
en la hora oportuna,
qué rasgo asumirá
mi última sonrisa,
la más mía de todas,
cuando ya no oiga a los hombres,
mis hermanos,
sino como un rumor distante,
de hojas y de brisa,
en una inmensa noche desolada.